Quinto día. El largo retorno a casa y las grullas


El relato comenzó en Los preparativos y el comienzo del viaje a Polonia

El jueves ya habíamos hecho parte de nuestro equipaje para no tener que agobiarnos el viernes. Me levanté un poco antes y como en días anteriores, fui el primer no polaco en usar el baño. Después, mientras el Moreno sacaba partido de las instalaciones sanitarias yo me dediqué a terminar de empaquetar mis cosas y también de preparar la mochila para Alemania. Aunque no compré nada en Polonia, las dos mochilas parecían más cargadas que en el viaje de ida y me costó mucho más cerrarlas. Bajamos a desayunar y sonreí al ver el cielo encapotado y con pinta de traer lluvias. Sobre todo me reí porque el pescador nos había dicho la noche anterior que iba a estar soleado y radiante. Está claro que el hombre no tiene ni puta idea de predicción meteorológica. Visto que no teníamos Internet disponible en el lugar yo le mandé un mensaje a un colega para que me mandara SMS con la previsión del tiempo para Berlín y Stralsund. Al no recibir ninguno le dejé un mensaje en su buzón de voz echándole una maldición gitana y llamé a mi amigo el Rubio y le encargué el suministrar mensajes a partir de las nueve de la mañana cada sesenta minutos con la previsión meteorológica de esos dos lugares. ?l se adelantó y me mandó uno por la noche diciendo que llovería por la mañana y mejoraría a partir de las tres de la tarde.

El desayuno fue tan abundante como en días anteriores. Después del mismo pagamos a la dueña de la pensión y comenzamos a cargar los vehículos. Uno se iría directamente para el sur de los Países Bajos y los otros tres iríamos hacia Stralsund. El plan original era salir a las ocho y media pero el fotógrafo que organizó la semana se enrolla como una persiana y entre pitos y flautas nos dieron las nueve y media. Finalmente nos fuimos poniendo en ruta. Cada coche decidió seguir su propio camino y vernos en el lugar. Nos echamos a la carretera y pudimos ver de día la ruta que hicimos de noche, entre bosques y casas a punto de desahucio. Ya en la autopista alucinamos con la zona en la que había que reducir la velocidad por los pasos de peatones e incluso vimos gente que cruzaba. Imagino que la cantidad de muertos de aquel lugar debe ser considerable ya que no me creo que un tipo que vaya despistado discutiendo por teléfono con su loba se de cuenta siquiera de lo que se le viene por delante y tenga tiempo a reaccionar.

Justo al llegar a la frontera con Alemania el GPS del coche volvió a la vida y comenzó a darnos indicaciones para llegar a nuestro destino. En este primer segmento íbamos a recorrer alrededor de doscientos setenta kilómetros. Lo hicimos sin paradas y mientras el Moreno y el conductor hablaban yo escuchaba música en mi iPhone y alucinaba con las postales increíbles que se veían de la campiña alemana en otoño, con laderas cubiertas de hierba en las que podías ver un ciervo pastando o un ratonero común (buzardo ratonero) controlando su territorio desde un poste. El centro de Europa nunca dejará de sorprenderme con esas imágenes tan impactantes.

Habíamos quedado en un mirador de aves pero antes de llegar nos juntamos con otro de los coches y los seguimos. En el destino nos esperaba el tercer vehículo. En teoría el lugar estaba llenísimo de grullas comunes pero al parecer por culpa de las lluvias de la semana anterior se habían marchado. Según nos contó un hombre, siete días antes allí mismo se podía ver a más de cuarenta mil grullas comiendo, gritándose, acicalándose y volando. Aquel día no había ni cincuenta y estaban muy lejos. Nos fuimos a otro mirador, uno que está dentro de una antigua nave acondicionada y allí pudimos ver un par de cientos de grullas aunque estaban algo lejos. Me sorprendió que los habitantes de la zona se han dado cuenta que el turismo de naturaleza puede dejar un montón de dinero y han acondicionado miradores, puntos de información y demás para que la gente que viene pueda disfrutar de la experiencia. La iniciativa ha tenido éxito y el turismo es en la actualidad uno de los motores económicos del lugar. El mirador tenía sillas y unas ventanas enormes en las que podías poner sin problemas tu cámara. Inicialmente íbamos a pasar una hora pero terminamos quedándonos casi dos horas y media y aprovechamos para almorzar comprando comida en una pequeña cantina que tenían en aquel sitio. Al marcharnos fuimos con el coche por una carretera pequeña que pasaba cerca de las grullas y así las pudimos fotografiar mejor. El coche estaba en la reserva del tanque de gasolina y durante la siguiente media hora cruzamos los dedos para que no nos dejara tirados porque en la ruta de regreso a los Países Bajos no veíamos ninguna gasolinera.

Nuestro siguiente destino era la casa del Moreno y la distancia era de algo más de setecientos kilómetros. La primera hora la hicimos fuera de autopista y después ya pudimos coger algo de velocidad. Sobre las cinco y media de la tarde estábamos pensando en parar para cenar pero decidimos dejarlo hasta después de pasar Bremen. En ese momento estábamos por Hamburgo y sabíamos que ese era el tramo en el que estaban haciendo obras en la autopista, la cual tiene el número 1. Los tramos de obras nos retrasaron un poco y justo al cruzar Bremen la circulación se detuvo por completo. Estuvimos hora y media para hacer unos diez kilómetros. Una debacle absoluta. Eran más de las siete de la tarde cuando por fin entramos en uno de los restaurantes de la carretera y cenamos. Todavía nos quedaban casi trescientos kilómetros por delante. Después de comer nos pusimos de nuevo en ruta con el firme propósito de no volver a detenernos hasta nuestro destino. Fueron pasando las horas y el cansancio se fue acumulando. Llegamos a casa del Moreno sobre las once de la noche y a mi casa alrededor de las once y media. Fue un palizón de viaje, con más horas de coche de las que quiero recordar y aunque el desvío para ver las grullas estuvo bien, yo podría haber vivido sin haber pasado por aquel lugar y haberme ahorrado las tres horas adicionales.

Nuestra pequeña aventura comenzó el domingo por la mañana y acabó el viernes casi a la medianoche, un viaje que recordaremos durante mucho tiempo y del que todavía seguimos hablando casi a diario ya que está lleno de pequeñas anécdotas. En esos días he aprendido un montón sobre fotografía y he cogido mucha más soltura con mi cámara. Ahora conozco muy bien cuales son sus límites y lo que puedo esperar de ella.