Reclusión involuntaria y jardín


Este domingo en la ciudad de Utrecht teníamos una reclusión forzada por una maratón que organizan cada año en la ciudad por estas fechas y que yo nunca padezco porque me pilla en Asia. Al salir tan entrado el mes de mayo, resulta que por primera vez en eones me ha pillado y casi me ha obligado a permanecer en mi casa hasta las dos de la tarde. En realidad son cuatro maratones, ya que los circuitos son diferentes dependiendo de las distancias, que creo que eran tres y después había una cuarta infantil. Montar una ruta de cuarenta kilómetros en la ciudad, otra de veinte, otra de diez y una cuarta de kilómetro y medio o así hace que no sea posible acudir al centro a menos que estés dispuesto a dar unos rodeos que te pueden llevar hasta una hora en bicicleta. Comenzaban a las nueve de la mañana y en la zona en la que está la estación de tren que yo uso aparte de calles y puentes totalmente cortados teníamos que la estación en sí misma se convirtió en una isla separada del resto de la ciudad. En las paradas de guagua los paneles señalaban la cifra mágica de setenta y cinco minutos hasta la llegada de la siguiente guagua, pero el número no cambiaba, con lo que ese debe ser el valor máximo que permite el sistema. Cada ruta tenía unos carteles de un color para que los corredores la siguieran más fácilmente pero al parecer alguien metió la gamba hasta el fondo o la cagó de manera épica y la ruta de diez kilómetros no estaba correctamente señalizada, la gente se perdió y en realidad corrieron dieciocho kilómetros, por calles que no estaban en el trayecto y por las que se había desviado el tráfico y parte del transporte público, con lo que el caos alcanzó proporciones épicas. En mi plan original, iba a ir al cine esa mañana pero mirando los horarios de cierres de calle, me era imposible llegar al mismo a menos que fuera en bicicleta hacia la siguiente ciudad, al sur de Utrecht y saliera desde allí en tren, algo que no estaba en mis planes. En su lugar, opté por ir por la tarde en la ciudad de Amersfoort, en donde ponían la misma película y además podía aprovechar y caminar un rato, que con sol y cielo azul es un lugar libre de turistas y muy bonito.

El sábado y para que me digan a mi que no hay cambio climático, mis zarzamoras, que en años anteriores viven el despiporre en algún momento entre julio y agosto, las tuve que podar porque aquello parece la selva y cortándolas en pedazos pequeños para poder llenar con mayor cantidad el contenedor, que creo que tiene una capacidad de unos ochenta litros y que con esta vez, ya es la segunda ocasión este año que lo he petado con unos sesenta kilos o más de zarzamoras. Por uno de los lados las plantas se han ido varios metros en dirección a otra casa y me costó un güevo y parte del otro acabar con esa intrusión en territorio enemigo. En el lado más positivo, el césped que planté parece que finalmente ha salido y ya he podido quitar el plástico con el que lo cubrí. Esta semana, justo antes de irme de vacaciones, haré una última redada en el jardín y llenaré un tercer contenedor y supongo que cuando vuelva el césped estará enorme y las zarzamoras habrán invadido mi casa.


3 respuestas a “Reclusión involuntaria y jardín”

  1. Pero el bote de mermelada hasta aquí no llega ningún año…. ojalá te invadan la casa ¬¬