Rustig


Muchos piensan que porque vivo solo mi vida es una sucesión de momentos en soledad, sentado viendo la tele o algo parecido. Ojalá fuera algo así. El fin de semana pasado lo podemos calificar como Rustig, palabra holandesa que se traduce al español como tranquilo. Lo podemos complementar con rustig worden y traducirlo como tranquilizarse o zich rustig houdeny sería mantenerse tranquilo. Por supuesto, las palabras que aparecen ahí se han de adaptar a la persona que las use ya que las dos últimas expresiones son formas verbales y el zich es un pronombre reflexivo. Retrocedamos en el tiempo y veamos como ha transcurrido el año. El primer fin de semana lo pasé regresando desde Gran Canaria en una quemada de viaje de catorce horas que te hace creer que el archipiélago Canario está tan lejos como Kuala Lumpur. El siguiente fin de semana venían amigos a cenar a mi casa en una quedada planificada cuatro o cinco meses antes y me pegué el curro para preparar una velada culinaria de fábula. El siguiente fin de semana lo pasé en casa de mi amigo el Rubio y el cuarto fin de semana del año vinieron otros amigos y tuvimos el tradicional encochinamiento, aunque en este caso tiré de congelador y cociné más bien poco y así llegamos al último fin de semana de enero que pasé en Málaga haciendo el tradicional caminito del Rey por todos los supermercados e hipermercados de Benalmádena Costa. El primer fin de semana de febrero estuve recuperándome de un resfriado, el segundo fui al cine y el siguiente estuve en Estambul y así llegamos al fin de semana pasado, uno que decidí que sería TRANQUILO. Para empezar, me hice el autista y no quedé con nadie y acabé no saliendo de mi casa hasta el domingo por la tarde y solo porque quería comprar papas en el super del barrio.

Mi idea de Rustig o tranquilo es quizás diferente a la de los demás. Ya que quería pasar el tiempo solo y haciendo algo que me gusta, decidí preparar cruasanes, tarea que toma unos tres días con ratos de trabajo. Debo haber probado unas diez recetas hasta que encontré la perfecta y al final el secreto estaba en la mantequilla y la harina. En todas las recetas que había hecho anteriormente, te daban unas instrucciones ambiguas, como usa harina de fuerza o compra una buena mantequilla. En la receta que me ha enamorado y que jamás pondré por aquí, la harina tiene un 11% de proteína y la mantequilla un porcentaje de grasa del 82%, números precisos y que puedo encontrar al mirar en el supermercado y la receta se ajusta al miligramo a lo que hacen en la original.

El viernes por la noche perdí unos cinco minutos de mi vida preparando la masa básica del cruasán y la metí en la nevera para que descansara. El sábado por la mañana, tras comerme mi chocolate con Churros al que no le hice foto me puse manos a la obra. Preparé un cuadrado del tamaño adecuado con la mantequilla y extendí la masa para comenzar a laminar.

Puse la masa en la mesa y le añadí la mantequilla y en ese momento te preguntas si al final de todo el camino tendrás un cruasán o cualquier otra cosa que ni se le parece:

Todo está bien fresco, la temperatura de la cocina en unos dieciocho grados y la masa y la mantequilla bien frías para poder trabajar con ellas. En mis oídos escucho un audiolibro, en mis manos está la harina y la mantequilla y el rodillo que se transforma en mi mejor amigo ese fin de semana. El mundo exterior no existe, no hablo con nadie, no leo nada y lo único que me preocupa está en la mesa de la cocina.

La semilla del hojaldre que voy a hacer ya está plantada y regresa a la nevera a enfriarse un rato. A partir de aquí hay un poco de actividad cada media hora. Comenzamos creando una tira de unos sesenta centímetros de largo por veinte de ancho que se repetirá en varias ocasiones.

No hay lugar para la prisa. Esto se hace de manera relajada y si la masa no quiere o no puede, vuelve a la nevera y lo intentamos un rato más tarde. Haciendo cruasanes el universo se reduce a ti y a la masa del hojaldre, nada más. Con esta masa, la plegamos y tenemos el primero de los tres pliegues que haré:

Es como un inmenso libro que acabará en mi tripote. Regresa a la nevera media hora y después lo vuelvo a extender hasta los sesenta centímetros de largo y veinte de ancho para volver a plegarlo:

El segundo pliegue se ve idéntico al primero pero la masa ya tiene tres pliegues y ahora se suman otros tres. Cuando hice el tercero mi atención ya se había difuminado y pasé de hacerle foto alguna. Ahí acababa mi actividad con los cruasanes para el segundo día pero seguía con ganas de relajarme y dejarme ir y se me antojó comer cochafisco:

Es millo frito con sal, aunque yo opté por añadirle cerca del final una puntita de pimentón picante que le dio un sabor sabrosón. Lo preparé para comérmelos viendo un episodio de una de mis series favoritas, uno de esos placeres que no reconocemos porque son pecaminosos. Ya en algún momento del día y dado que me dio pereza había decidido sobrevivir con lo que hubiera en la nevera y como tenía papas, huevos y cebolla, tenía claro que mi cena sería una tortilla de papas. Decidí añadirle algo y jugar con el concepto y en mi congelador casi vacío encontré dos morcillas de cebolla que descongelé y usé lo que me sobró del millo y también guisantes para crear una tortilla que se salía del concepto tradicional:

Estaba deliciosa y gracias a mi máquina de envasar al vacío, tengo varios trozos para cenas futuras. El domingo por la mañana me hacía unas tostadas francesas con dos rebanadas de mi fabuloso pan de suero de mantequilla y copos de avena:

No puedo entender como hay gente en el mundo que teniendo tiempo el fin de semana, no se hace un homenaje a sí mismo con un desayuno espectacular y agradecido. No toma mucho tiempo y cuando te sientas en la mesa con algo así delante y un perfecto capuchino creado con tu cafetera express Bialetti, sabes que estás seguramente a tres metros o menos del cielo. Dormí casi nueve horas, toda la tensión y el cansancio acumulados había desaparecido y mis chacras volvían a estar en equilibrio. Al regresar a la masa, la extendí por última vez hasta crear un lienzo de ciento diez centímetros de largo y veinte de ancho, tan grande que sobrepasaba el ancho de la mesa y tuve que doblar en algunos momentos para seguir estirándolo. La masa crecía bajo el rodillo y cuando se volvía perezosa, con un poco de harina por debajo volvía a coger carrerilla. La mantequilla seguía sin fusionarse con la masa, se queda ahí, aplastada entre capas de masa pero sin fusionarse con ella, es la magia del hojaldre.

Por supuesto a esas alturas ya lo de hacer fotos me resbala, lo que quiero es tener los cruasanes hechos para atacarlos. Corté la masa y comencé a hacer mis cruasanes y en el corazón de todos y cada uno de los quince que corté, añadí un pequeño trozo de chocolate porque todo en esta vida tiene que tener su pequeño y dulce corazoncito.

Los unté con huevo batido y mezclado con una cantidad nimia de agua y después vinieron dos horas de sufrimiento esperando que la magia los haga crecer y los transforme en aquello que queremos. Esta es la parte más dura. En la nevera, mientras tanto, había puesto desde por la mañana un trozo de atún a adobar, con vinagre blanco, ajo, aceite de oliva y comino. Te tienes que repetir varias veces lo de rustig para no lanzarte a encender el horno y prepararlos ya mismo. Hay que darles su tiempo y el mantra de rustig worden te viene a la cabeza.

Finalmente les llegó su hora, calenté el horno, puse en su interior las dos bandejas y quince minutos más tarde tenía quince preciosidades, quince tesoros que no cambiaría por ningún anillo portado por friki o julandrón. Hubo una tercera bandeja que fue al horno, la de los restos de masa, que enrollé alrededor de trozos de chocolate super-negro para hacer pain au chocolat porque aquí todo se aprovecha y si no hubiera sido eso, habría sido una pizza con masa de hojaldre.

Lo peor es no sentarte y comértelos todos y conseguí detenerme en un cruasán y dos pain au chocolat pequeños. Tras esto, lo repartí todo en bolsas y las metí en el congelador antes de que me pueda el frenesí y acabe con una sobredosis de hojaldre. El horno seguía caliente y me apetecía regalar Magdalenas en el trabajo así que hice una docena y me aseguré el tener un buen desayuno para el lunes. Más tarde, saqué el atún en adobo de la nevera y lo preparé y acompañé con unas papas sancochadas:

La receta, tras dos intentos, sigue sin convencerme y buscaré alguna otra para el atún. Quizás sea mi memoria que me falla pero en mi cabeza los sabores y las texturas de este plato canario son diferentes. Tenía mojo verde casero en la nevera y se lo puse a las papas. Así pasó el domingo, un día tranquilo y en el que la magia de los cruasanes inundó de olores increíbles mi casa. No hay un aroma que emborrache tanto. Conseguí tranquilizarme y descansar, hice algo que me gustaba y frente a los fines de semana de actividad frenética anteriores, logré uno que es como un oasis en el camino ya que el fin de semana que viene lo pasaré en Munich y para cuando llegue la Semana Santa iré por Gran Canaria.

Hoy llevaba unas cuantas Magdalenas al trabajo para regalar a quien me viene en gana. La recepcionista se llevó una, dos fueron para sospechosos habituales y la última se la di a un joven que está haciendo prácticas en la empresa unos meses y que está en el peor departamento de la compañía, uno con veinte personas y en donde nadie habla en una oficina abierta. Yo soy de los que creen que están todos muertos y gracias al frío del aire acondicionado no se descomponen. El chiquillo sufre allí rodeado entre tanto zombie y agradeció la invitación para subir a mi planta a parlotear y a intentar seguir la sucesión caótica e hilarante que se forma cuando intento hilvanar una conversación, algo de lo que disfrutan mis amigos cuando están conmigo. Yo creo que me dan cuerda y después se sientan a escuchar y alucinar con las películas que yo monto a partir de los temas más banales y si no te lo crees, ya has leído más de mil ochocientas palabras y no creo haber dicho nada.

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6 respuestas a “Rustig”

  1. No veas la envidia cochina y truscolana que te tengo por poder comer tan cojonudamente y no engordar, yo tengo que tener mucho cuidado por que simplemente con que pase una mosca que se haya posado en la miel, solo con verla engordo, es una putada… 🙁
    Yo también vivo solo, porque amo vivir así…
    Salud

  2. Solo te comiste uno??? madre mía…. si los tengo yo delante, con el chocolate y recién hechos, calentitos….. rediós… no llegan al día siguiente, aunque me reviente el estómago.

  3. Ay, qué buenos y cuánto engordan. Qué paciencia para hacerlos y yo no tengo ninguna.

  4. Lo que yo llamaría un fin de semana perfecto, aunque lo de los croasanes no lo tengo muy claro hasta que no los pruebe 😉
    Saludos.

  5. Nieves, ya puedes esperar hasta el juicio final. Igual que los julandros con el anillo aquel que dio para tantas películas, yo no comparto mis cruasanes con nadie. Son mi tesssssssoooooooro