Superman


Todo el universo se estremeció con gloria cuando se inventó el cine digital y tal y tal y se botaron a la basura las mierdas de los rollos (¡Que no royo Virtuditas, que no royo) de película de cine aquellos en los que hasta el primer día en el primer pase, siempre habían machas y movidas raras en la imagen. Ahora no solo tenemos una claridad absoluta sino que el sistema nos permite revisitar películas del pasado que de otra forma solo se pueden ver en la keli y así, para celebrar los cuarenta años desde su estreno, el otro día tuvimos un pase especial y petado hasta la butaca del acomodador de Superman, la película que para mi comenzó la pesadilla antes y después de Navidad con los super-héroes en la que vivimos perennemente. Desconozco si he llegado a ver esta película alguna vez en el cine anteriormente pero ciertamente la vi en la tele y en vídeo. En España tuvo el mismo título con el añadido de truscoluña no es nación.

Un julay morcillón se encoña de una tonta y usa la violencia para reducir su desbalance hormonal.

En el planeta de los acarajotados y en el que hace un frío que no veas, todos parecen ser estúpidos salvo por un tío obeso y con la cara inflada que construye una cuna-cohete para mandar a su hijo al quinto coño cuando el planeta se destruya, algo que nadie le cree. Sucede, manda al chiquillo pa’l carajo y el niño acaba con dos votantes de Trump, de estos campurrios y además, resulta que tiene un montón de super-hiper-mega poderes, o algo así. Ya de talludito, se va a la ciudad a trabajar de periodista, aunque no sabemos si el título lo consiguió por universidad a distancia o fue uno de sus super-poderes que se desarrolló mientras le agarraba las ubres a las vacas y al mismo tiempo que de periodista, trabaja de incógnito poniéndose un traje de transformista con lycra y saliendo por ahí a hacer el payaso salvando el mundo y en esta faceta parece que es en la que consigue enamorar a una compañera gilipollas que tiene en el periódico y a la que no ve la hora de empetársela hasta los pelos de los güevos y ella que parece conformarse con un chupa-chups. Al final, vinieron varias pateras a la tierra o algo así y el colega tendrá que luchar contra un montón de chusma para salvarnos, como siempre y la tonta se le desmadrará y la tendrá que poner en su sitio, que casualmente ese día no era la cocina.

Vaya, otra que los ojos de niño vieron de una manera y que ahora, en mi juventud, la vuelvo a ver y es una pequeña decepción. Está bien pero es demasiado chillona, los personajes son todos extremistas, la estupidez es superlativa, la tontería del Superman es peripatética y además, es que el colega de Christopher Reeve estaba morcillón, morcillón, que cuando sale con el traje no tiene un six-pá, tiene treinta y dos latas por lo menos en la barriga, hay veces en que me recuerda totalmente a Falete, solo que en azul, que no se si es un color que ha usado en alguna ocasión, pero seguro que ha llevado capa. Marlon Brando estaba desmejoradísimo, es como si le hubieran inyectado estiercol en la cara y le estuviera fermentando y Margot Kidder es sin lugar a duda, una de las grandes en las listas de las peores actrices, mira que es difícil actuar tan mal y ella se supera una y otra vez casi que sin esfuerzo. Los efectos especiales son de sonrojarse pero si decides que hay que apagar prácticamente el cerebro al completo y dejarte llevar por esa ola de estupidez, tiene sus momentos divertidos y la banda sonora es épica y legendaria, sobre todo porque John Williams se autoplagió y metió una variante de la Guarra de las Falacias en la misma. En fin, que aunque todo es cutre y chirríe, te ríes un rato con este cine viejuno.

Yo no le diría a un miembro del Clan de los Orcos de ir al cine a verla pero si ya está borracho, igual sí que la aguanta por la tele. No es el tipo de producto que atrae a los paladares exquisitos de los sub-intelectuales con GafaPasta.


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