Hay películas que surgen de la nada, nunca has oído hablar de ellas, no hay un zumbido de fondo anunciándolas y de repente, en un día cualquiera, ponen el trailer y algo te llama la atención. Un par de semanas más tarde la vez en cartelera y decides darle una oportunidad. Exactamente así fue como llegué a ver Taken, película de la que desconozco el título que le pondrán en español o incluso la fecha de estreno. Es una historia de violencia extrema de las que ya no se hacen, de esas en las que disfrutas viendo a los malos morir y caer como moscas sin que haya ninguna piedad con ellos.

A un julay rumbero y chiquilicuatrizado le raptan la hija y del empute que se agarra acaba con toda la chusma albana de París

Lo más sorprendente de todo es que al principio no da la impresión de ser una película con mucha acción. Comenzamos con un tipo divorciado y paranoico que intenta proteger a su hija de todos los penes que hay en el mundo olisqueando chichis. La niña, que ya se afeita el potorro desde hace un lustro consigue mediante chantaje emocional que le firme la autorización para ir con una amiga de vacaciones a París, supuestamente a ver museos pero en realidad van a refrescar las almejitas. Nada más llegar se juntan con un malaje que averigua donde viven y avisa a una banda de albanos especializado en trata de blancas que las raptan. A partir de ahí, el papuchi se entera, se coge una avión, se planta en París y empieza a matar albanos sin prisa y sin pausa. Es un festival de como hay que matar gente sin ensuciarse y sin hacer mucho ruido. El colega sabe que si no encuentra a la niña en un limitado cupo de horas, la habrá perdido para siempre y no veas lo efectivo que puede llegar a ser.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una película de acción llena de violencia gratuita. Es un festival visual en el que los malos solo tienen una opción y es la de morir, no cabe el perdón, la rendición o cualquier otra pollada de esas con las que los seres civilizados se han ablandado a lo largo de medio siglo de paz y felicidad. Este hombre es como Terminator pero muy centrado en la gentuza albana. Los va tumbando en sus nidos, en sus lugares de trabajo, en la calle y la policía francesa asiste acarajotada al espectáculo, en parte porque ellos reciben un buen dinerito del hampa para cerrar los ojos. Liam Neeson hace un trabajo genial como sufrido padre paranoico con un hobby de asesino y da gusto verlo paseando por la ciudad y liquidando chusma.

Para cuando llegamos a la traca final, toda la sala contiene la respiración y nuestro héroe está desarretado en pleno frenesí matador en el que una vez ha terminado con la gentuza albana, se ensaña con otros.

En definitiva, un peliculón, una de las mejores pelis de acción pura y dura que he visto en mucho tiempo y una que no hay que perderse y a la que hay que ir con el espíritu sádico y los amigotes más básicos.