Temporada de caza: Garota de Ipanema


Uno tiene una tendencia horrorosa a estirar las historias como el chicle y por desgracia no puedo hacer nada para remediarlo ya que está en mi naturaleza. Es una pena que no logre enlazarlas todas y sacar un libro de todo esto, aunque imagino que forma parte de mis limitaciones y carencias. Aquellos que pasan por aquí de manera recurrente sabrán que lo que vas a leer a continuación es la continuación de un relato que comenzó en Temporada de caza y que después de un silencio de años pude continuar en el elegido. Si aún no las has leído no te voy a adelantar nada pero si te aviso que no entenderás el asunto sin haber explorado esas historias previamente.

Dicen los que saben que los cerdos van al matadero con gran alegría, felices porque los sacan de paseo. Lo mismo se puede decir del turco. Sabedor de la semana que le esperaba, era todo felicidad y buen rollito. Para todos tenía una sonrisa, un guiño de ojos, una mano con la que ayudar. Yo no puedo hablar por el resto, pero en mi caso aproveché para que me pagara un par de cenitas y se dejara unos euros en unas cañas, que el mamón siempre consigue que yo sea el que acoquine con la cuenta. Pasó unos días de un empalagoso subido, tanto que me hacía recordar aquellos dibujos de tarta de fresa que veía cuando era un pipiolo. Aquella serie conseguía que vomitara los sesos día sí y día también. La jodida niña vestida de rosa con su voz de gallina clueca me enervaba hasta el máximo más absoluto, pero no conseguía desengancharme y fueron muchas las mañanas en las que me despertaba agarrotado con la imagen de ese dibujo animado aún fresca en mi memoria. En los días que pasaron hasta el lunes se convirtió en una sombra horrorosa del machote que solía ser. Ese fin de semana lo tuve que acompañar de compras, a renovar su ajuar y aportarle algo de estilo fresco y desenfadado. No creo que lo consiguiéramos ya que su mal gusto es de leyenda pero al menos lo intentamos.

El lunes el hombre se levantó a las seis de la mañana y se sentó frente a su ordenador a esperar el correo con las instrucciones. Era el primer día de su nueva vida, su renacimiento como producto de consumo de masas. Después de un par de horas de mirar la pantalla, se cansó y se tuvo que marchar al trabajo. Algunos tienen la ventaja de vivir frente a la empresa de la que reciben las copiosas transferencias a fin de mes y él es uno de esos afortunados. ?nicamente tiene que cruzar un puente sobre el canal Amstel y ya está en la oficina. Miraba fijamente su teléfono móvil y lo mismo sucedía con el programa para recibir el correo. Finalmente apareció el mensaje deseado. El programa FO-YA-MÁS le mandaba su primera cita. El asunto no podía ser más claro: FO-YA-MÁS día uno.

Miró a su alrededor para comprobar que nadie lo estaba observando y se lanzó a la lectura del mensaje:

La primera cita será esta noche con Renata DoSeso-Faccile, una joven soltera que vive en Ámsterdam y que trabaja como dependienta en una de las infinitas tiendas de productos para turistas e incautos. Renata busca a su príncipe azul y espera encontrarlo en ti. Le gustan los hombres románticos y es muy melosa y cariñosa. Acudirás a su encuentro llevando en la mano un clavel para que ella pueda reconocerte. Sabrás quien es porque estará leyendo el libro El profesor de piano de Elfriede Jelinek.

El colega me llamó inmediatamente para leerme el texto. Sonaba genial y más teniendo en cuenta el nombre de la colega, Renata DoSeso-Faccile. Como no todo el mundo nació hablando la única lengua verdadera, le expliqué que en el idioma que hablamos todos nosotros y los ángeles del cielo mismamente, aquello sonaba a que esa noche mojaba más que un temporal del mar del norte. La línea se quedó en silencio durante un rato y tuve que despertarlo de su sueño erótico y devolverlo al mundo real.

Por la tarde se encontró con ella en el lugar acordado. Llegó con su BMW, vestido de chulo-putas riguroso, con su clavel en la mano para ser reconocido. En la terraza en la que se debían conocer habían varias chicas solas, pero sólo una de ellas estaba leyendo un libro, o al menos haciendo que lo leía porque lo tenía del revés. No todo el mundo está preparado para leer un premio Nóbel de literatura. El turco pensó que estaba cruzando las puertas del cielo. Sub-intelectuales como el que esto escribe sólo aspiran a escribir un libro y plantar una palmera a lo largo de su vida. Otros, como el otomano, son más prosaicos y sólo quieren llegar al fin de sus días habiendo cumplido el sueño de curar a dos lesbianas a base de polvos y follarse una mujer de color. El primer deseo tiene unos enormes signos de interrogación, pero el segundo nunca lo tuvo tan cerca como en ese instante, ya que la tan mentada Renata DoSeso-Faccile era lo que hoy en día se denomina persona de color y lo que antes, cuando la hipocresía no campaba a sus anchas, solíamos llamar una negra.

La chica encajaba en el grupo de mujeres de las que solemos decir que son monas, no pensando en la hembra del mono sino más bien en que era bonita, linda y aparentemente simpática. Su enorme sonrisa desplegaba unos piños como pantallas de cine, blancos como la nieve. Vestía como cualquier Jenny de centro comercial español, es decir, con menos ropa de la que debería. Se saludaron dándose los tres típicos besos neerlandeses y después de tomar un cafelito se pusieron en ruta. El turco había elegido un restaurante francés para impresionarla. Como las reservas en esos sitios se hacen con varios días y él no podía saber lo que le iba a tocar, se lo jugó todo a la carta romántica y parecía que le iba a salir bien. Llegaron a la puerta del restaurante y el turco hizo un alarde de poderío cuando le dio las llaves de su BeMeTa al aparcacoches y le dejó una propina de treinta y tres pesetas de las de antes o eso que conocemos ahora como veinte céntimos. Un propinazo que le hizo merecedor de una mirada de odio infinito por parte del turco que recogió las llaves. No hay nada mejor como la generosidad con tu propia raza para sentirse bien y este hombre lo sabe y si no que os explique por qué tenemos que bloquear como sea la entrada de su país en la Unión Europea si no queremos que sea el fin de Europa.

Pasaron y el julandrón que siempre está en una tarima en la puerta de estos antros los recibió, cogió sus abrigos aprovechando para medir la capacidad de la taleguilla de mi amigo y los condujo a su mesa, en donde dos velas perlaban el espacio con su brillo y se veían acompañadas de una botella de champán del caro que descansaba en una champanera esperando que la abrieran. El rictus que mostraba Renata daba fe de lo impresionada que estaba. En aquel lugar, un pianista tocaba música en vivo, una melodía suave que invitaba a cruzar miradas con tu pareja y cuchichear al calor de los cirios. La gente hablaba en voz muy baja y todos buscaban la proximidad con sus compañeros. Se acercó el maitre para ofrecerles la carta y lamerles un poco el culo, que para eso le pagan. La chica a estas alturas ya no tenía capacidad para la sorpresa. Cogió el menú y cuando posó sus bellos ojos en el mismo, se llevó un disgusto. Aquello estaba en francés, idioma del que no tenía ni puta idea. Como no lo quería reconocer, torció un pelín la cabeza, haciendo como que meditaba y después de un rato, cerró la carta. El turco, acostumbrado a este tipo de restaurantes, tenía también muy claro lo que quería. Su conversación transcurría apaciblemente. Pidieron la comida, momento en el que quedó patente el poco dominio de la lengua gabacha de la chica. El maitre lo intentó cuanto pudo pero no consiguió averiguar lo que quería y al final terminaron con el menú abierto y ella señalando el plato.

Mi amigo se pegaba más que un condón a un cipote y la chica no le hacía ascos. Le susurraba tonterías al oído y ella se reía y se tapaba los dientes con la mano. A veces cogía el vaso de champán y mantenía bien tenso el dedo meñique como cualquier dama de alta cuna. Ella lo quería saber todo de la vida de este hombre que se podía permitir estos lujos asiáticos y él solo buscaba la forma de endiñársela allí mismo. Tras la frugal ensalada que comieron de entrante llegó la carnaza, el plato principal. En el caso de mi amigo era un pato a las finas hierbas con una presentación soberbia. El cocinero había dado el do de pecho al hacer tremenda obra maestra. Para ella era un filete con habichuelas recubierto de una salsa que despedía un tufo horroroso. La pobre había pedido una mierda intragable, pero por no reconocer su ignorancia hizo de tripas corazón y sonrió aún más si cabe. Comenzaron a comer en silencio, aunque el turco rompía aquel vacío con oportunos comentarios con los que lucirse. Tras engullir unos cuantos bocados, la chica de Ipanema estaba en serios problemas. No es que la comida fuera mala, es que era asquerosa. Se echó un trozo bien grande al gaznate para tratar de bajar aquello lo antes posible y cuando intentaba tragarlo se le atascó en el esófago. Comenzó a dar arcadas y a ponerse roja. Sus pujidos alertaron al colega, que después de depositar su servilleta sobre la mesa se levantó para ver si podía hacer algo. La chica sufría unos tremendos espasmos y la tuvo que agarrar por detrás y hacer ese gesto que hemos visto decenas de veces en el cine. El pedazo de carne salió efectivamente volando y vino a caer en la mesa que estaba a su lado, en la que una pareja ya entrada en años miraba con estupor aquel trozo de animal muerto y medio masticado que les había tocado. El maitre llegó corriendo y agitando los brazos como un molino de viento, mientras lanzaba mil y una excusas en francés para la pareja que sufrió los daños colaterales.

Renata mientras tanto trataba de recuperar la respiración y se fue al baño a refrescarse y muy posiblemente a vomitar aquella mierda. De esta forma tan tonta se jodió la noche. Tras aquella debacle no hubo forma de rectificar la cosa. La chica se recubrió de una coraza protectora y lo dejó todo fuera. Ya no tenía sentido continuar con aquello. Estaba claro que esa noche no iba a suceder nada más. Después de pagar, esperaron el coche en la entrada y el hombre la dejó en la puerta de su casa, en donde se despidieron con un frío apretón de manos. Toda la alegría de la mañana se había esfumado. No hay palabras para describir lo que sentía. Con ésta estaba claro que no tenía ninguna oportunidad. El sueño de la chica de Ipanema se había esfumado tan rápido como había llegado.

Así acaba la primera cita. Esto continuará aunque no os puedo dar una fecha concreta. Puede ser mañana o el día después de mañana, por lo que tendréis que permanecer alerta.

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6 respuestas a “Temporada de caza: Garota de Ipanema”

  1. Eso, tú dejanos en ascuas, deseosos de que llegue el próximo, suplicándolo….

    … Al final me da hasta pena el pobre turco, hehehe

  2. Hace varios dias que leo tu blog y tengo que reconocer que me ha impresionado; historias como ésta, como la de er dani o como la del gay frances de la terraza aquella me parecen tan divertidas que a veces me cuesta creer que sean ciertas… enhorabuena y sigue escribiendo.

  3. Painter, bienvenido. La realidad depende de como la mires y mis facultades visuales están muy «distorsionadas». No todo es cierto pero siempre hay una base real, con los adecuados retoques. Si la gente que me tiene prohibido hablar me permitiera contar las cosas que hemos vivido juntos y que sé, entonces esto sería la bomba. Por desgracia, los vínculos de amistad pueden mucho.
    Bishop, hoy es día de compras y las tiendas abren hasta tarde (el único día de la semana que están abiertas después de las 6). Por eso no creo que me embarque en el siguiente episodio. El de ayer me costó hora y media y dudo que vuelva a mi casa antes de las nueve, así que hoy procuraré escribir algo más casual.

  4. Por desgracia antepongo la amistad y ellos/as lo saben. Pero si pudiera hablar, arde España entera, que de cuernos, embarazos, puterío, chaperismo y demás tengo lleno ese 90% del cerebro que no usamos normalmente. A más de una se le caen los pelos del coño de la impresión si lo leen. En fin, que seguiremos con una bitácora mediocre.

  5. A mi precisamente pena no es lo que me da, que la descripción resulta de lo más atractiva…

    Y usted, por favor, siéntese y escriba YA!