Tercer día. No hubo mucha suerte


El relato comenzó en Los preparativos y el comienzo del viaje a Polonia

Nuestro tercer día en Stepnica comenzó cuando me desperté y cerré la ventana porque el frío que entraba de afuera era brutal. Por suerte soy de sueño fácil y al instante volvía a mi sueño y no salí del mismo hasta un minuto antes de la hora a la que tenía que sonar la alarma de mi teléfono. Miré por la ventana pero el cielo estaba cerradísimo, lleno de unas nubes que no presagiaban nada bueno.

Durante el desayuno se podía palpar en el ambiente nuestra desazón. No parecía que fuese a ser un gran día. Avisamos a los pescadores que llegaríamos una hora más tarde para ver si se desencapotaba y matamos ese tiempo ajustando los equipos y charlando. Cuando íbamos hacia el puerto aún no se veía el cielo despejado pero al menos ya no parecía que fuese a llover. Uno de los que iban en los otros barcos y que no había conseguido hacer ninguna foto estaba dándole guerra al organizador. Se quejaba de que era culpa nuestra el haber ido el primer día en la dirección en la que estaban las águilas, también era culpa nuestra que el segundo día ellas dieran con nosotros, acusaba al pescador que llevaba su barco de no ser bueno y no saber encontrarlas y alguna gilipollez más por el estilo. Pollabobas los hay en todo el mundo y ese es de los que nacen y se hacen, trabajando duro año tras año para destacar en su estupidez. Ese tipo fue el mismo que el primer día puso su cámara con una apertura de f/22 y no se dio cuenta hasta el final de la jornada. Para aquellos que no lo sepáis, la apertura del objetivo se rige por un místico sistema que se traduce a nuestro entendimiento al revés. A mayor apertura del objetivo en realidad este está más cerrado, entra menos luz en su interior y de esta forma se consigue que muchas más cosas estén enfocadas, incrementando la profundidad de campo. El precio a pagar es el tiempo de disparo, el cual es demasiado largo y requiere normalmente el uso de un trípode, sobre todo si tu apertura es f/22. Si estás haciendo fotos de águilas y disparas ráfagas, en la segunda foto te tienes que dar cuenta de que hay algo que estás haciendo mal. El hecho de que no se enterara hasta horas más tarde dice muy poco en su favor. El que se queje y acuse a otros de sus desgracias es otra buena muestra de su estupidez. Al regresar a los Países Bajos le hice un google y encontré el lugar en el que pone sus fotos y os diré que son mediocres.

Cuando la llorona se cansó nos subimos cada uno a nuestro barco y salimos. Nosotros fuimos hacia la izquierda de nuevo, otros hacia la derecha y el tercer grupo enfiló directamente hacia la isla. Hacía frío y el cielo estaba tan oscuro que tuvimos que incrementar el ISO hasta los 800 para conseguir que la velocidad de disparo fuese medianamente digna. Después de media hora y un café de mi termo estaba claro que aquel día no iba a ser como los otros. Las águilas brillaban por su ausencia. Seguimos buscándolas y para cuando vimos algunas, se quedaban en el cielo dando vueltas y no bajaban. Básicamente eso fue lo que sucedió durante las tres horas que estuvimos dando vueltas.

Regresamos un poco desmoralizados y pensando que los demás grupos habrían tenido más suerte pero después nos enteramos que ninguno consiguió la ansiada foto de las águilas capturando el pescado. Esa tarde teníamos libertad para hacer lo que quisiésemos y el Moreno, la jiñeira y un servidor elegimos irnos caminando al bosque que habíamos visitado el día anterior y perdernos en el mismo. Salimos andando e hicimos un par de fotos alrededor del puerto. Ir de marcha en el bosque con el equipo es cansado, muy cansado. Yo llevaba la cámara con el objetivo de 400mm por si veíamos águilas en los árboles, el 24-85mm para lo que pueda estar cerca, el ojo de pez para esas imágenes más impactantes y el 95 mm por si nos topábamos con setas. A todo eso añadid la linterna, las bolsas de basura y mil chorradas más y te ves con una pasada de kilos sobre tus hombros. El camino que queríamos seguir estaba inundado y no nos habíamos traído las botas así que tuvimos que coger otra ruta, una que tenía la pinta de haber sido creada por los ciervos. Al principio no vimos nada pero más tarde nos topamos con un grupo de aves y las estuvimos fotografiando. Después un ciervo se quedó quieto mirándome antes de salir corriendo pero no nos dio tiempo a hacerle fotos. Lo seguimos durante un rato por ver si encontrábamos un grupo más amplio pero no hubo suerte, o quizás sí porque vimos el nido de otro castor, una estructura dos veces más grande que la que habíamos visto un par de días antes. Era espectacular.

Cruzamos un vado y seguimos sin sendero alguno por el bosque. No habían muchas setas y cuando esa noche le preguntamos a la dueña de la pensión nos dijo que la gente las busca y las recoge para comérselas y venderlas y que por eso no es fácil encontrarlas. Al mirar la hora vimos que se nos estaba haciendo tarde y que teníamos más o menos el tiempo justo para deshacer nuestros pasos y volver al pueblo antes de que oscureciera. Escuchamos a alguien que caminaba por el bosque pero no dimos con la gente. Suponíamos que quizás había un camino más directo desde allí pero como no lo encontramos tuvimos que volver dando el mismo rodeo que nos llevó hasta el lugar. Para cuando salimos del bosque el sol estaba rozando el horizonte. Descansamos un poco junto a un riachuelo y después regresamos a la pensión. Los otros habían ido por el pueblo y sus alrededores.

A la hora de cenar tuvimos además de la consabida sopa un goulash de carne y las dos tartas de rigor. Después llegó el momento de la sesión para ver las mejores fotos de cada uno pero ese día la verdad es que nadie tenía nada bueno y acabamos bien pronto. Después unos cuantos nos quedamos de tertulia bebiendo junto a la chimenea y cuando la señora trató de echar más leña al fuego se lo impedimos y le explicamos que queríamos dormir sin asarnos. Hubo un momento tenso cuando el organizador de la semana intentó que nosotros cambiáramos a otro barco o que nos dividiésemos para que otros se aprovecharan de nuestro pescador. El Moreno le dijo que ni de coña y le explicó que ese día nosotros no habíamos conseguido nada, así que no podía ser cosa del hombre que llevaba el barco, fue la providencia la que nos dirigió por el camino correcto los dos primeros días.

Cerca de la medianoche nos fuimos a acostar y en eso descubrimos que no hay papel higiénico en el baño. El fotógrafo estaba caliente después de las movidas con el pollaboba mediocre y del cabreo que tenía fue a la parte de la pensión en la que dormía la dueña, la despertó y le dijo que allí no se podía cagar a menos que ella nos pusiera papel. La pobre salió corriendo a buscar un par de rollos.

Así, con la mierda o más bien con la imposibilidad de limpiarte el culo si era necesario, acabó nuestro tercer día.

El relato continúa en Cuarto día. Arriba, en el cielo


5 respuestas a “Tercer día. No hubo mucha suerte”

  1. Un día feo, desde el tiempo, hasta los malos rollos. Excepto los del papel higiénico, claro, que de esos no había. ¿Con las mochilas que llevabais, y no podíais tener un paquetito de kleenex? La pobre señora de la pensión esmerándose en haceros goulash y vosotros la levantais de la cama para que os de papel para el retrete, que desconsideración, jajajaja. Mejor que este tipo de días pasen rápido y esperar levantarte al siguiente con mejor pie.

  2. Pobre mujer, que te despierten de ese modo, a mí me duraría la caraja varios días. Estoy deseando ver las fotos de esos pajarracos.

    Saludos

  3. A ver si la próxima vez que vayas a Polonia te pones a hacer fotos a ciervas en vez de a águilas, que las polacas están para comérselas, ñam ñam.

  4. Las del pueblo en el que estuvimos habían trabajado de extras en la película el señor de los Anillos, del bando de los orcos.