Tierra prometida – Promised Land


En una de mis recientes visitas a la filmoteca en Amsterdam me monté un programa doble con dos dramas y uno de ellos tenía como protagonista a Matt Damon, lo cual me tenía un poco mosqueado ya que todos sabemos que es un cacho de carne con ojos y la carencia de músculos en la cara lo convierten en poco más que un cromo que camina por la pantalla. Como me he vuelto un pajarraco madrugador y que prefiere las sesiones matinales en los cines, al llegar me sorprendió que la sala estuviese bastante llena y de nuevo pensé que cometía un gran error. Aún así, no me dejé intimidar y fui a ver Promised Land, película que se estrena en España la próxima semana con el título de Tierra prometida.

Un julay trolero busca la manera de metérsela doblada a un montón de mauros y al mismo tiempo endiñársela hasta los cataplines a una chama que conoce en el poblacho

Un chamo trabaja como comercial de una empresa de extracción de gas que emplea una tecnología conocida como fractura hidráulica (fracking) y que compra los derechos a extraer el gas a los campesinos pero no les cuenta toda la historia ni les explica perfectamente los peligros. Cuando comienzan su trabajo comercial en un nuevo poblacho de Estados Unidos se enfrentan a un fundamentalista ecológico que parece tratar de abrir los ojos a la gente. Lo que ellos no saben es que allí nada es lo que parece y todo el mundo esconde motivos para actuar como lo hacen. En este juego de medias verdades y fragantes mentiras, el protagonista se encoña de una chama local y le sale competencia con el ecologista, que parece que también le quiere desempolvar las cañerías a la hembra, la cual no se puede creer su suerte con dos maromos buscando inseminarla.

Asombrosamente, la historia está bien contada y ni siquiera la falta de musculatura facial de Matt Damon la estropea. Eso sí, hay un par de planos con los que flipé porque tiene un cuello más ancho que la cabeza, es como un desagüe. Hay muchos momentos en los que más que una película parece un documental por la forma en la que narran el relato. El director es Gus Van Sant, un hombre que da unos bandazos increíbles y a veces nos sale con un peliculón y en otras con un tostón infumable. En esta ocasión parece que estamos del lado bueno de la balanza. La película alterna momentos divertidos con otros más dramáticos y de fondo, la manera en la que las corporaciones nos toman el pelo y hacen que siempre seamos los pobres desgraciados los que salimos perdiendo. Una de las cosas que consiguen con esta historia es que salgamos del cine pensando, algo que no gusta ni a las autoridades ni a las multinacionales, que prefieren los lerdos y los borregos que siguen las órdenes sin pensar.

Otro de los puntos que me gustaron mucho fue la forma en la que se muestran las relaciones en la comunidad, en un pequeño pueblo en el que todo el mundo se conoce y sabe de qué pie cojean los otros. Resulta muy interesante ver las dinámicas entre la gente y la forma en la que el dinero lo puede corromper todo.

En definitiva, una película muy interesante, totalmente descartada para los miembros del Clan de los Orcos pero definitivamente que hay que tener en cuenta para los GafaPasta y aquellos que son capaces de pensar.