Turismo por Phnom Penh


El relato de este viaje comenzó en El comienzo de otro gran viaje

La noche anterior apalabré en la recepción un tuk-tuk para que me llevara por la ciudad durante el día y como quería comenzar pronto para evitar la caló, estaba desayunando en la terraza al lado de la piscina a las siete y media de la mañana y a las ocho menos cuarto ya íbamos camino de Toul Sleng, el museo del genocidio. Este edificio era inicialmente el instituto Toul Svay per entre 1975 y 1979 fue una prisión de los Jemeres Rojos conocida como S-21. Por aquí pasaron entre trece mil y 20 mil personas en el nefasto periodo de Pol Pot y fueron torturadas y enviadas a matar a los Campos de la muerte (The Killing Fields). La gente que pasaba por este lugar eran profesores, médicos, personal militar y gente con educación. A todos los mataban. En el interior de los cuatro edificios se pueden ver las celdas minúsculas en las que los retenían así como los instrumentos de tortura. Los Jemeres Rojos lo documentaban todo y a todos les hacían fotos. Hay una exposición fotográfica en la que se ven algunas de estas fotos que pone los pelos de punta, con las caras aterradas de la gente que traían. El sitio es deprimente y nos recuerda que los regímenes comunistas son miserables, asquerosos y más propensos a matar a sus propios ciudadanos que otro tipo de regímenes. Estos hijos de puta comunistas de mierda mataron en cuatro años a entre dos y tres millones de personas, asolaron su país y lo devolvieron a la Edad Media.

Según salimos de allí salimos hacia Choeung Ek, el campo de The Killing Fields y el lugar al que se mandaba a la gente desde este campo de interrogación para que los mataran. La carretera para llegar es dantesca. Hubo momentos en que pensé que no lo contaba. Aquí no se respeta ninguna regla de conducción y el tipo que llevaba el tuk-tuk iba con la misma alegría por el carril adecuado que en dirección contraria pitando y con los coches que venían de frente apartándose. En un punto determinado hay un cruce que aún no sé como lo pasamos pero os garantizo que los güevos se me pusieron a la altura de las amígdalas.

Por la carretera pasamos por sitios en los que hay un hedor insoportable y se ve miseria pero como nunca antes había visto. Finalmente llegamos a Choeung Ek y compré mi entrada. El campo es un sitio idílico, precioso, lleno de verde, con árboles y muy agradable. En el centro hay una estupa que contiene los restos de 8985 cuerpos exhumados en 1980 y se cree que hay más de 17000 más enterrados en fosas que aún no se han abierto. En el interior de este memorial están las pilas de cráneos, huesos y ropas, organizadas por edad y sexo. Dan ganas de llorar en aquel sitio. A su alrededor hay carteles que explican los edificios que tenían en aquel lugar y datos que asustan. Hay un árbol que era en el que mataban a los niños y a las mujeres, otro en el que colgaban altavoces para que la gente no supiera lo que pasaba allí y las fosas abiertas tienen carteles señalando el número de cuerpos que se encontraron en las mismas. Hay una cerrada que por culpa de las temporadas de lluvia tiene los huesos aflorando a la superficie. Lo dicho, todo por obra y gracia de un régimen comunista.

Dejé el lugar al borde de las lágrimas pero me tuve que recuperar pronto porque la carretera de vuelta pasaba por el mismo cruce y de nuevo fue una experiencia terrorífica. Después saltándonos semáforos y violando todas y cada una de las normas del código de circulación llegamos hasta el Museo Nacional, un edificio rojo precioso en el que tienen una gran colección de esculturas, reliquias y artefactos que cubren casi toda la historia de Camboya. La visita es muy agradable y supuso un cambio radical de temática después de las dos primeras paradas de ese día. Al terminar fuimos a Wat Phnom en el noreste de la ciudad, una especie de colina pequeña convertida en mega-rotonda de tráfico que le da nombre a la ciudad. La colina tiene 27 metros de altura y en la parte superior hay un templo budista. En este lugar aconsejaban en la guía que al quitarte los zapatos para entrar al templo te los llevaras para evitar que te los afanen y de hecho había un colega en la puerta que yo creo que estaba mirando hasta si mi talla era la correcta y se llevó un disgusto de cojones cuando me vio sacar dos bolsas de supermercado, meter los zapatos dentro y ponerlos en mi mega mochila fotográfica.

Al bajar pasé junto a Sam Bo, un elefante de cuarenta y pico años que lleva allí desde siempre y al que la gente le da de comer y que por 5 dólares te da un paseo alrededor de la colina.

Después volvimos al hotel y me pasé la tarde en la piscina igualando mi color de piel por ambos lados. A la hora de cenar fui hasta la avenida que está junto al río pero no me gustó nada y busqué un restaurante en el que la Chinita me había dicho que se come muy bien pero estaba cerrado así que opté por volver al hotel y comer de nuevo allí ya que no tenía mi guía y no quería arriesgar.

Así acabó mi segundo y último día en Phnom Penh.

El relato continúa en Tránsito de Phnom Penh a Kampot


4 respuestas a “Turismo por Phnom Penh”

  1. Si fue terrible, vi una excelente pelicula que en estos momentos no recuerdo el titulo, sobre el tema, y estabas con los pelos de punta de principio a fin.
    Tengo que averiguar cual es el promedio de vida de un elefante asiatico…
    jajaja Me encanto que metieras los zapatos en la mochila imaginando la cara de gilipollas del tipo…jajaja
    No se puede negar que fuiste prudente con la comida, pero con el tuk,tuk suicida, yo no monto de vuelta, al no ser que no tuviera otra opción como supongo que fue tu caso…
    Me ha encantado este relato, gracias.
    Salud

  2. Totalmente de acuerdo con Genín, yo tampoco me hubiese subido de vuelta, al menos, hasta pasar el cruce de la muerte. Y si lo hago, en algo que tenga más carrocería, al menos….

  3. Todo el mundo conduce como suicidas en Camboya. Ya verás cuando lleguemos a los episodios de guaguas para ir al sur del país y volver del mismo.

  4. Pues alguna vez he pensado en la posibilidad de dejar el calzado y a la salida que no estuviera, aunque en realidad a nadie se lo he oido contar.