Un largo domingo de verano


Un largo y soleado domingo de verano decidí pasar las horas tirado en la playa, escuchando algún libro interesante mientras la forma más pura de la expresión del poder divino me bañaba con sus rayos y me daba la energía que necesito para no caer en la palidez más absoluta, palidez que en esta tierra va asociada con depresiones y múltiples enfermedades.

Un largo y hermoso domingo de verano llegué a la playa siguiendo esos caminos tan retorcidos que marca el Señor. Como no me apetecía andar mucho me ubiqué cerca de la estación de tren, entre dos de esas monstruosas terrazas de verano que aquí dejan caer sobre las amarillas arenas nórdicas y que no retirarán hasta bien entrado octubre. Son lugares en los que los turistas alemanes y los holandeses que se deciden a pasar un día junto al mar tienen la oportunidad de beber como cosacos y comer productos de una más que ínfima calidad.

Un largo y caluroso domingo de verano coloqué mi toalla de forma que el sol resbalara por la superficie expuesta longitudinalmente, mientras el resto de la playa seguía el clásico algoritmo chimpún de ubicación con los pies mirando al mar, algoritmo que ya ha sido en millones de ocasiones declarado obsoleto y no apto para el disfrute de la energía solar en su debida plenitud. Tras colocar la toalla, un hermoso ejemplar que resplandece y engrandece mi minúscula presencia, me puse sobre ella para rendir mi tributo a nuestro Dios y meditar de una forma placentera.

Un largo y apático domingo de verano estaba yo escuchando mi audiolibro, teniendo que volver a oír ciertas partes tras caer repetidamente amodorrado y perder el hilo de la narración. El silencio en el que te envuelven los auriculares es tan grande que llegas a creerte solo en el universo, último remanente de una raza agotada en su propia ira. Alzas tus plegarias hacia el Altísimo y sabes que le llegan directamente, sin intermediarios, sin pérdidas de información por culpa de los nodos que tratan de replicar y retransmitir tus súplicas.

Un largo y soporífero domingo de verano, en uno de esos momentos en los que desperté de ese viaje a otros mundos bajo la bendición solar descubrí que una pareja se había colocado cerca de mí, no lo suficientemente próximos como para interrumpir mi sagrado aislamiento, pero tampoco tan lejanos como para considerarlos fuera de mi galaxia. El dúo de intrusos se picoteaba al sol, repartiéndose besos a diestro y siniestro, cómplices de su amor. Aislé la perturbación que suponían y una vez eliminado el ruido, continué con mi apacible oración.

Un largo y sublime domingo de verano volví a despertar de mi letanía privada en brazos de Morfeo. Sobreponiéndose a la voz del narrador del libro que estaba escuchando, distorsionando el mensaje que fatuamente resbalaba sobre mis ondas cerebrales, se escuchaba algo que no era normal. Era un sonido repetitivo, metódico, de alta frecuencia y duración constante. Con desgana, casi sin pensarlo, me quité los auriculares para tratar de encontrar la génesis de dicha agresión auditiva. Ondas de luz y calor golpeaban mis brazos, mi estómago, mi pecho y me hacían cosquillas antes de desaparecer absorbidas por mi cuerpo, que las contrarestaba produciendo melanina que corría a ocupar su posición y aportar el tono moreno tan deseado.

Un largo y atemperado domingo de verano traté de sublimar los sonidos que me llegaban y condensarlos en pensamientos coherentes y racionales. La lógica me dictaba con letra clara lo que aquellos sonidos implicaban y la ética se negaba a reconocer lo evidente. Bajo aquel sol, en aquella playa, en aquel preciso lugar y justo en ese momento, la pareja que tan cerca de mi se había ubicado estaba follando a ojos vistas. Las pulsaciones sonoras no eran más que los gemidos de la hembra, sometida su vagina a golpes rítmicos por el miembro de su hombre. Aunque no se habían quitado totalmente los bañadores, estaba claro lo que hacían. Los movimientos los delataban, los sonidos gritaban su crimen al cielo. En aquella soledad, acompañados únicamente por un indiscreto testigo, consumaban su acto de amor sin importarles mi presencia.

Un largo y lujurioso domingo de verano
una niña corría por la arena, inocente ángel que jugaba a perseguir sombras, palomas y gaviotas, queribín indiferente y que no sospechaba maldad ninguna en el mundo. Esa niña, rubia y preciosa, trataba de atrapar los pensamientos que se le escapaban y en sus carreras llegó cerca de nosotros. La pequeña se detuvo al escuchar un quejido, un lamento, un llanto corto y de respiración profunda que parecía venir de algún lugar cercano. La chiquilla, tras mirar en derredor localizó la fuente del ruido.

Un largo y tórrido domingo de verano la niña se acercó sigilosamente a unos desconocidos, con una mirada culpable al saber que rompía todas las reglas que su madre le repetía una y otra vez. Llegó junto a los extraños y los miró. Parecían estar pegados, unidos en algún tipo de juego que generaba olas en sus cuerpos y que debían ser la causa de la infelicidad de la mujer, de sus llantos. La niña los observaba fascinada. Nunca antes había visto algo parecido. Tras un tiempo de aprendizaje decidió preguntarle a la señora el por qué de su tristeza.

Un largo y apasionado domingo de verano una pareja hacía el amor en una playa. Su coito fue interrumpido bruscamente por una chiquilla asustada que creía que le pasaba algo a la mujer. Un tono rojo los cubrió completamente. La vergüenza de saberse cogidos les impidió reaccionar con dignidad. Se separaron con cuidado y trataron de aparentar que nada sucedía. El hombre se cubrió con una toalla pese al calor que hacía. Hablaron con la niña y le explicaron que no pasaba nada malo, que únicamente estaban jugando a un juego que sólo conocían ellos dos.

Un largo y descuidado domingo de verano un servidor tomaba el sol en la playa y sin comerlo ni beberlo se vio envuelto en un episodio bizarro y más propio de una novela erótica. La tecnología, esa fiel compañera que siempre nos acompaña y pocas veces nos es útil sirvió para que con la cámara de mi teléfono esta historia tuviera una prueba fotográfica.

Un largo domingo de verano hice esta foto….
Pareja haciendo guarrerías serxuales

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5 respuestas a “Un largo domingo de verano”

  1. Pues yo no veo una mierda, con perdon, alla a lo lejos sombrillas o hamacas y el mar. A la izquierda un bulto, una mochila?? Y en todo el medio… que es la cabeza y que los pies??

  2. La cámara del móvil no da para más. Sus 1.3 millones de pixels parece que no trabajan en simultáneo. El bulto de la izquierda es la mochila y el cangrejo central está compuesto por las patas abiertas de la hembra, que estaba en posición decúbito despatarrada y el macho sobre ella con los pies juntos en posición decúbito telavoyaclavartoda. Lo blanco y rojo es la camisa del elemento masculino.

  3. Yo prefiero el término oportunista. Yo estaba en la playa tomando el sol y la pareja se plantó a mi lado sin yo buscarlo. Si hubieran andado un par de kilómetros habrían estado en una zona desértica y podrían haber hecho todo tipo de guarrerías sin que nadie les mirara.