Un paseo nocturno por mi ciudad


Ayer por la noche recorría la ciudad de Utrecht en bici para ir al cine. Eran pasadas las nueve de la noche y las calles estaban desiertas. La temperatura rondaba los siete grados y mi bicicleta era lo único que producía algo de ruido. Mientras cruzaba ese camino que llevo grabado a fuego y que puedo hacer hasta dormido me acompañaba una luna enorme que aparecía y desaparecía entre nubes.

Alteré mi ruta para ir por el Oudegracht y al pasar junto a La casa que se quería escapar me golpeó con fuerza esa sensación de estar rodeado por algo tan hermoso que te pone al borde de las lágrimas. Yo iba con una bicicleta junto a un canal que ha visto como el lugar ha ido cambiando a lo largo de más de mil años y por el que circula el agua del río Rin a su paso por los Países Bajos. Al frente e iluminado de una forma fantástica el Domtoren, ese campanario con ciento doce metros de altura, separado de la catedral por una tormenta en el año 1674 y que pertenecía a la única catedral que existía en los Países Bajos en la Edad Media y el único edificio que fue construido directamente como catedral hasta que en el año 1898 se construyó la de Haarlem. Al Domtoren se le consiente todo y por eso es la torre de iglesia más alta de los Países Bajos y el edificio más alto de la ciudad de Utrecht, lugar en donde no se permiten construcciones que lo puedan eclipsar.

Pedaleando por el Oudegracht, de noche, con casas que tienen varios siglos y con una torre de campanario enorme al frente, parece que viajas hacia atrás en el tiempo y vuelas a otra época. El aire frío me mantenía atento y en mis oídos alguien leía un libro solamente para mi, contándome una historia sobre semidioses griegos. Pasé junto al viejo edificio del ayuntamiento y esa coqueta plaza que hay sobre el Oudegracht, un lugar coqueto y en donde los sábados puedes comprar flores y pasear junto a una multitud y así, casi sin querer, llegué al cine, a la vera del Oudegracht, con el agua que comienza a fluir en los alpes suizos y que en las puertas de este cine está a unos pocos kilómetros de llegar al mar y fundirse con el mar del Norte. El nombre de este río, el Rin, significa fluir y en holandés es el Rijn (pronunciado rain).

En la puerta del cine aparqué mi bicicleta junto a un centenar de hermanas y conocidas, trastos viejos, nuevos, discretos, que cantan y a algunas que quedaron abandonadas allí. Después de ver la película hice el trayecto de vuelta, a cuatro grados de temperatura, con el aire oliendo a lluvia, ese aroma tan especial que hay que aprender a apreciar. Volví a tener al frente el Domtoren solo que esta vez llegaba desde la dirección opuesta y cuando lo dejé atrás crucé la ciudad cortándola de norte a sur, corriendo por carriles bici y la zona en la que acaban de comenzar los trabajos para una nueva estación de tren. A mi alrededor, la ciudad está cambiando, poco a poco, con un plan que la volverá más humana y que no estará completo hasta el año 2030, un plan aprobado en referéndum por todos los ciudadanos y que añadirá cien mil habitantes a una ciudad que ahora mismo tiene unos trescientos mil y que no quiere perder su encanto.

Al llegar a casa me di cuenta que disfruté más con el paseo nocturno, callejeando por un lugar milenario y en el que la historia te rodea, que con la película que fui a ver.