Un problemilla lo tiene cualquiera


Hoy teníamos planeado una sesión de piscina en Woerden pero al final no pudo ser. Mi amigo el Rubio no consiguió salir a tiempo del trabajo y no había manera de llegar a la piscina a la hora prevista. Vamos a la sesión de madres con hijos que es donde están las chochas más espectaculares, que lo del Aerobic acuático es como muy de viejas y clase baja como dice mi colega y nosotros no nos mezclamos con la plebe. Con el cambio de planes intentó convencerme para ir a su casa a beber y cenar y por culpa de la discusión telefónica tuve que salir a toda leche para la estación mientras llovía. Llego justo a tiempo de ver las luces rojas de la parte trasera del tren perderse en dirección hacia Utrecht y yo estoy totalmente mojado por culpa de la lluvia.

Me esperan diecinueve minutos hasta el siguiente tren así que aparco la Macarena y me pongo a navegar por Internet con el teléfono. Yo estoy casi al final de la estación, solo y veo que se acerca hacia mi un holandés. Es del tipo Yogurt del país, de esos con los que mis amigas españolas sueñan todos los días mientras se introducen objetos variados para comprobar su capacidad volumétrica. El hombre aparenta metro ochenta y cinco, rubio guapísimo, lleva un traje desgarbadamente y su pelo desordenado le da cierto encanto. Casi seguro que es empleado de una tienda de ropa porque siempre los eligen cortados con el mismo patrón. Me basta un solo vistazo para saber cual es su problema porque yo ya lo he vivido. Parece una peonza moviéndose continuamente, dando vueltas a mi alrededor y noto que perlas de sudor salpican su rostro. El chaval me mira con ojitos de cerdo degollado y me sonríe mientras sigue girando a mi alrededor. Yo sé lo que hay y pongo mi mejor cara de comprensión y apoyo emocional. Si se me acerca y me habla se convertirá inmediatamente en amigo y lo adoptaré de por vida, el pobre tiene pinta de buena persona sufriendo un problema muy grande. Pasan los minutos y cuando debería llegar nuestro tren anuncian cinco minutos de retraso. Lo veo que está a punto de llorar mientras incrementa la velocidad.

Llega el tren y busco la entrada para bicicletas. Apalanco a la Macarena y me siento junto a ella. Veo entrar al desconocido que mira con ojos desorbitados a su alrededor. Las perlas de sudor se han convertido en ríos que corren por su cara hacia la camisa. Me ve y me reconoce. Sonríe y sale disparado hacia la puerta del baño. Lo sabía. se estaba cagando. El tío se pasó más de veinte minutos esperando para poder echar una buena jiñada en el tren, desesperado por el retraso, con esa sensación de no poder conseguirlo, de que se lo iba a hacer encima. Los baños del tren no están todo lo insonorizados que debieran y los dos o tres que estábamos allí nos gozamos los ruidos de sus tripas cuando sueltan la carga. En aquel cuarto tiene que estar sucediendo algo muy gordo porque los ruidos que nos llegan son terribles. Llegamos a la siguiente parada y la puerta sigue cerrada. Un par de minutos atrás cesaron los ruidos. Me pregunto si ha sobrevivido a la jiñada o si habrá muerto en el intento. Un rato después se abre la puerta. Todos estamos mirando hacia ella. De su interior nos llega una bocanada de aire corrupto, un fétido viento putrefacto. Para que después hablen de la belleza interior. A mí que no me cuenten milongas, en el interior solo hay mierda, mucha mierda.

Cuando sale está totalmente cubierto por sudor y hasta le ha cambiado el color de la piel pero al menos sonríe aliviado y tras cerrar la puerta del baño huye del lugar del crimen hacia la parte posterior del tren, donde la gente no conoce el delito que acaba de cometer. Lo que ninguno de nosotros le dijo y lo que motivó que fuéramos riendo hasta llegar a nuestro destino fue que llevaba colgando por detrás un pedazo de papel higiénico que lo delataría allí adonde fuera …..

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2 respuestas a “Un problemilla lo tiene cualquiera”

  1. Aún a pesar de estar relleno de mierda, al exterior ese lo invitaba yo a un café cuando quisiera. Y si no sabe hablar, mejor.

  2. Si es holandés auténtico hablará lo mínimo y terminará sacándote de tus casillas cuando se siente frente a ti sin decir nada durante horas, mirando la tele o leyendo un libro. Pero eso sí, cuando te agarres a su brazo y lo saques a la calle a pasear tus amigas y vecinas van a necesitar hielo para calmar el furor uterino.