Volviendo a casa


Dar un salto de tres mil kilómetros no es fácil. Si además se te ocurre hacerlo por la noche, es aún más complicado, aunque por otra parte, tiene sus ventajas. El domingo volvía a los Países Bajos por la noche y eso me permitía aprovechar el día casi al completo en Gran Canaria. Me lo pasé tirado en la playa apurando al máximo los últimos rayos de sol, cambiando la posición cada media hora cual girasol al que no se le escapa ni uno. Por la tarde, metí los kilos de productos de cochino que me traía a Holanda en la maleta, un trolley que para cualquier terrorista musulmán serían múltiples pecados mortales por su contenido en alcohol, jamón serrano y fuet, me duché y mi padre me dejó en el punto de partida de mi aventura dos horas y media antes de volar. Facturé de los primeros y la amable y entregada señorita que estaba trabajando ese día allí me otorgó el asiento 1F, el mismo en el que viajé en el trayecto de ida. Al mirar mi trajeta de embarque tuve un momento de mal rollo. El número de vuelo era el 666 y el código de control de mi tarjeta de embarque el número 13. Toda una combinación que animaba a salir por patas y no arriesgarme.

Me resigné y para matar algo de tiempo decidí pasarme por la farmacia del aeropuerto a preguntar por los Earplanes para niños, algo que le había prometido a mi hermana. Mientras hacía cola a mi lado veo un julay que parece agitanao, de pelo rubio y con unas patillas de lo más. El tío me mira y nos reconocemos. Un antiguo amigo del instituto al que no veía hacía dos años. Eso sí que es casualidad. Nos pasamos las dos horas siguientes hablando y poniéndonos al día y por poco me despisto y pierdo el vuelo. Intenté cruzar el control de seguridad por el lado de la terminal que es para vuelos regionales pero no coló. Los tercos empleados me negaron el paso, pese a que esa puerta da a la misma terminal que la otra y no hay ningún tipo de barrera que separe la zona regional de la de vuelos comunitarios. En fin, para trabajar en esos empleos no se suele buscar la inteligencia y definitivamente uno no puede sacar de donde no hay. Caminé hasta la entrada adecuada y después de despojarme de todo y quedarme con poco más que mi micro-tanga, entré en el lado SEGURO, ese al que la gente pasa tijeras y todo tipo de cosas que supuestamente detectan.

El avión de Transavia volvía a casa en hora y entré y ocupé mi lugar sin más esperas. En seguida me di cuenta que era el mismo avión con el que había venido y como he dicho, me sentaba en el mismo sitio. Algo extraño que contribuó a engordar las malas vibraciones. Gracias a mi simpleza, igual que me chocó el detalle, desapareció de mi cabeza y me centré en mirar a los pasajeros que entraban para averiguar quienes eran los que se sentarían a mi lado y serían ignorados durante cuatro horas. Como siempre, el iBook y el iPod mini para acompañarme durante el vuelo, junto con mi almohada inflable para el cuello. Por culpa de esos vientos tan extraños que estamos teniendo por la vieja Europa en estos últimos tiempos, nuestro vuelo se extendió media hora más allá de lo previsto. Además de dos episodios de la segunda temporada de Torchwood me eché un sueñecillo y pasé toda la maniobra de aproximación fascinado porque Holanda estaba cubierta de unas nubes tan bajas que reflejaban la luz de las ciudades y uno podía recomponer el mapa del país en base a manchas luminosas. Parecían montones de algodón con un foco situado en el otro lado y una vez cruzamos hacia esa parte, si mirabas hacia las nubes también se podía ver la luz reflejándose en ellas.

Después de tomar tierra salí de los primeros y llegué a la zona de recogida de equipaje con tiempo para comprar mi billete de tren y aún tenía alguna esperanza de ir a casa en el que sale a las dos. Mi gozo se trocó en drama cuando en los paneles vi que el equipaje no comenzaría a salir por la cinta hasta las dos y diez. La gente se vuelve loca cuando aquello se mueve y siempre se desesperan y se apelotonan como si les fueran a robar sus maletas. Yo mientras tanto me ponía al día leyendo mi correo electrónico y de cuando en cuando le echaba un ojo a la cinta. Mi maleta apareció la penúltima y para entonces ya empezaba a perder la fe.

Salí como siempre sonriendo a los policías de aduanas, que parecen preferir a los holandeses y siempre me dejan pasar y me quedaban veinte minutos para el siguiente tren, ya que entre la una y las cinco de la mañana solo hay uno por hora, el legendario tren-nocturno.

En el aeropuerto de Schiphol hemos pasado de no existir ningún Starbucks a tener tres en un par de meses. Lo peor no es que se venda esa basura de café, lo malo es que existan totorotas que se sientan allí pagando un precio astronómico por tomar un brebaje en un vaso de papel, en una mesa llena de mierda de clientes anteriores y pretendan simular que están teniendo una experiencia mística. Cerca de este antro para metrosexuales y gilipollas hay un montón de bares abiertos toda la noche en el aeropuerto y allí me tomé algo junto con los otros pasajeros del tren. Bajamos al andén con cinco minutos y nuestro tren llegó a la hora prevista. El nocturno no va directo a Utrecht. Pasa primero por Amsterdam Centraal en donde se detiene un rato así que los treinta minutos que se tarda habitualmente se convierten en cincuenta. Cuando llegué fui a la parada de taxis de la estación y estaba totalmente vacía. Da un mal yu-yu cuando no hay ni un solo coche en el lugar y supuse que esto formaba parte de mi combinación de números gafados. Me conecté a las páginas amarillas para mirar el número de alguna empresa de taxis, algo que las otras personas que hacían cola también estaban haciendo. Mientras estábamos en ello se escuchaba a lo lejo pitidos cortos, de unas décimas de segundo pero continuos. A uno se le ocurrió mirar hacia la calle, ya que la parada de taxis está en la parte superior de la estación y descubrimos que los taxis estaban abajo, esperándonos. A continuación vino una de esas carreras en las que no hay dignidad ninguna y en la que gané arrastrando como pude la mochila y el trolley por las escaleras mientras procuraba empujar y bloquear a los otros. Diez minutos más tarde estaba en casa. Eran las cuatro y diez y me desvelé. Dormí menos de tres horas y a la mañana siguiente estaba como un campeón en la oficina para dormir en mi despacho.

Grandes Noticias: Parece que los dioses han escuchado las plegarias de los grancanarios y por fin hay vuelos de la mejor de las aerolíneas españolas. Tanto Madrid como Sevilla son ya ciudades vueling a las que se puede saltar por un módico precio y con una calidad soberbia usando esta compañía desde mi tierra. Y como hay al menos uno que seguro que me acusa de parcial y malvado, comentar que Clickair, la compañía esa con la que yo nunca he volado por culpa de mis prejuicios a uno de sus accionistas, también vuela desde Gran Canaria a Sevilla y a Barcelona. Quizás algún día una de las dos conectará Amsterdam directamente con mi isla y yo seré su cliente número uno.

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4 respuestas a “Volviendo a casa”

  1. Sulaco,

    Has puesto de moda las lámparas de colores. Eso es lo que has visto desde el aire, te estaban dando la bienvenida.

    Magnífica la descripción del café en vaso de cartón, me parto.

    Y aprovecho pa’saludar y pedir un vuelo directo a Asturias o León. Quién sabe, quizás Big brother is watching you.

  2. He leído por ahí que los de Starsucks tienen serios problemas económicos. Por lo visto acaban de caer en la cuenta de que en Europa no nos mola nada que nos soplen 4?? por un café que no debería costar ni 1??. Así que, ¡oh! ¡milagro! Se están planteando abaratar los precios y dar mejores servicios.

    Igual con el tiempo hasta puede que valga la pena ir a esos cafés.

  3. Por mi, mientras queden cafés en los que te puedas sentar a disfrutar con la conversación, te pongan lo que pides en platos y vasos de verdad y no de papel y encima la gente no esté allí sentada para dejarse ver, ya pueden mejorar todo lo que quieran que no los pisaré, de la misma forma que no voy a MasDonals o cualquiera de las otras cadenas.

  4. Yo he ido a un par de ellos y lo que más me rilla es el rollito yanqui de preguntarte el nombre y llamarte por él setenta veces antes de darte el brebaje, como si fueses un cliente de toda la vida en Cheers. Eso y el look friends-casero de los sofás. Cuando empezaron a abrir en España pensé que jamás cuajaría un producto tan malo de calidad a esos precios, pero claro, también lo pensé del Mardonar en Francia y mira. En Londres hay tantos que se hace la coña de que en los pasillos de los baños de starbucks hay más starbucks para tomar «café» mietras haces cola.