Uno de los lugares de la ciudad de Washington que siempre me ha gustado visitar es el cementerio de Arlington. Es un lugar muy agradable para pasear y una de las cosas que te encuentras allí es la tumba del soldado desconocido, la cual está siempre guardada por soldados y despendiendo de la época del año, hay uno o dos cambios de guardia por hora en una ceremonia muy espectacular. La foto de hoy está a punto de celebrar su primera década ya que la hice en mayo del 2004, el año que fui a Nueva Orleans con una parada en el regreso en Washington D.C. La vimos en la bitácora en septiembre del año 2007 en la anotación Tumba del Soldado Desconocido y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
-
La colina de Wat Phnom
El lugar que se considera el punto central de la ciudad de Nom Pen es una pequeña colina sobre la que hay un templo, el Wat Phnom y que se puede traducir como la Pagoda de la Montaña, la cual veremos mañana. Esta montañita tiene veintisiete metros de alto y está totalmente rodeada por una carretera, con lo que la convierte en una rotonda por la que pasa todo quisqui al circular por la ciudad. Llegar al lugar tiene su cosa porque el tuk-tuk se lanza cruzando carriles y después se para allí para que te bajes. La colina es un parque precioso y muy concurrido ya que el templo que hay en lo alto es el más popular de la capital de Camboya y muchos vienen a rezar, realizar ofrendas y pedir las cosas que no se les otorgarán. También está lleno de mendigos y pedigüeños y hasta había un elefante que es una celebridad local y que podéis ver en la parte izquierda de la foto. Por quince dólares te podías subir al elefante Sambo para dar un paseo por la rotonda y hacerte fotos. Este elefante trabajó allí desde los años setenta y sobrevivió a los jemeres rojos. Después de mi visita, en el 2012, retiraron al elefante, con lo que ni sueñes con hacer esta foto.
Si no eres camboyano hay que pagar un dólar por visitar la rotonda y la entrada se compra en un pequeño puesto que tienes que buscar por tu cuenta. Con ese dinero además de mejorar el parque se pagan los salarios de los veinticuatro limpiadores y de los treinta securatas que procuran que no te pase nada mientras estás allí.
-
La llegada de la luz
Recuerdo cuando hasta hace un par de años me gustaba ir a trabajar tarde y llegar a la oficina sobre las nueve y media de la mañana. Mi viaje transcurría en el momento en el que las madres acompañan a los niños al colegio en bicicleta y también cuando las hembras ya talluditas y descartadas por viejas por la secta de los presuntos tocadores de niños iban hacia los institutos en los que probablemente les enseñan algo que les pueda valer en sus años futuros.
Con la llegada de los teléfonos androitotorotas comencé a ir a trabajar temprano, sobre todo porque esas mismas hembras están enganchadas como perras en celo a sus dispositivos de comunicación para pobres y en lugar de prestar atención a la carretera van mirando sus pantallas hasta que se estampan contigo o las atropella un coche. Me cansé de tener que ir con una atención extrema para evitar que uno de esos errores genéticos acabara con mi vida y opté por salir de mi casa a las siete y llegar a la oficina antes de que ellas dejen sus casas.
Gracias a la empresa de los cabezudos-koreanos-de-mierda, esa que copia los teléfonos de las otras y en donde la palabra originalidad brilla por su ausencia los tiempos están volviendo a cambiar y han convencido a las hembras que igual que con las pollas, cuanto más grande es el teléfono más mejor y por eso los hacen del tamaño de iPad mini y ellas los usan para telefonear y como no los pueden agarrar con una mano, ya no pueden mandar mensajes y comprobar el estado de sus doscientas más-mejores-amigas (y de los quince machos que controlan para ver si tienen la oportunidad de ser empaladas) en el CaraCuloLibro. Gracias a esos trastos gigantescos, ahora o ya no van en bicicleta y prefieren la guagua o cuando se ven condenadas a pedalear, se limitan a escuchar música, asumiendo que tengan unos auriculares con un cable lo suficientemente largo para cubrir la distancia desde el bolso en el que guardan el zapatófono hasta sus orejas.
Hasta ayer por la mañana, salía de mi casa en la más absoluta obscuridad y llegaba al trabajo de noche. Así ha sido desde algún momento de octubre y la cosa cambió esta mañana.
Por primera vez, el día amaneció poco nuboso y cuando el tren se detuvo en Hilversum alrededor de las ocho menos cuarto, no tuve que usar las luces en la bicicleta, un momento muy especial y entrañable porque supone el primer aviso de que incluso el falso invierno acabará en unas semanas y regresará el calorcito, las terrazas, las chochas en microfalda sin bragas para que les podamos ver el potorro y todas esas cosas que se agrupan bajo un paraguas denominado primavera. Ya estamos ganando dos minutos de luz cada mañana y otros dos minutos de luz cada tarde, lo cual supone una hora adicional de luz cada quince días o dos horas al mes. En menos que nada regresan los días eternos en los que nunca es de noche y los vampiros clásicos estarán bien jodidos. Hoy, once de febrero, hemos tenido el primer aviso, la primavera ya está llegando y con suerte se lleva el otoño monzónico que nos ha castigado durante los últimos seis meses.
-
Albóndigas con pasta en el club de las 500
La foto de hoy es de uno de esos platos que molan cuando tienes visita ya que las cantidades producidas son para cuatro personas. Ya hace un tiempo que no lo preparo, así que aprovecharé este recordatorio para ponerlo en mi lista de cosas a cocinar en las próximas semanas, si es que tengo algo de tiempo, que parece que últimamente me falta bastante. Esta imagen la vimos por primera vez en enero del año 2010 en la anotación Albóndigas con pasta y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.