Fly Quality


Mi búsqueda del billete barato siempre me permite vivir nuevas experiencias. Esta última vez que visité el archipiélago, volé con unos llamados Fly Quality que en realidad eran Thomas Cook. No me voy a quejar del avión que era muy nuevo, ni del excelente servicio de catering, con una de las mejores comidas aéreas de mi corta pero intensa vida.
Lo que me sucedió fue bastante distinto. Delante de mí se sentaron tres chicas. Nada que objetar. Transcurrida una hora de vuelo, dos de ellas echaron sus asientos hacia atrás, hasta dejar las coronillas a la altura de mi barbilla y se comenzaron a dar el pico que era un lujo. Unos morreos del quince. La que se encontraba justo delante mía, de pelo negro, era la parte masculina de la ecuación. La otra, rubia guapísima era la femenina. Los picotazos eran con lengua, con saliva, con todo. De los buenos de verdad. Yo me acordé de mi amigo el turco, que tiene una cosa por las lesbianas y que de haber estado allí se habría vuelto loco. Me lo imaginé mirando a su lado y viendo que los dos ancianos que viajaban a mi lado estaban en coma post-comida, roncando felizmente y puesto que nadie lo podía ver, seguro que se habría bajado la bragueta, sacado el maromo turco y se habría puesto a cascársela allí mismo, mirando el show de las tortilleras. ?stas últimas, concentradas como estaban en darse el lote, no notarían nada y no habrían percibido siquiera el cambio en la respiración de mi amigo, la agitación creciente de su asiento, la proximidad del falo a sus caras. Unicamente habrían sentido la espesa corrida sobre sus caras, el lento fluir de una sustancia grasa en sus mejillas y al mirar hacia atrás habrían visto la cara de felicidad suprema de un chico rubio que para completar el mejor día de su vida solo necesitaba fumarse un pitillo. La imagen en mi cerebro fue tan vívida que rompí a reir, desperté a los abuelos y ofendí a las lesbos, que enderezaron sus asientos molestas por creer que me reía de ellas.