Desde la Acrópolis hay una bonita vista de lo que queda del Templo de Zeus Olímpico el cual debía ser fabuloso. Si os fijáis en el verde a la izquierda del templo se puede ver un poquito, poquito de las gradas del estadio Olímpico, que está encajado entre las colinas. Creo que más adelante veremos imágenes en las que aparecerá el punto en el que estoy ahora visto desde el templo, el estadio. En la imagen y si seguís la calle que sale de la parte inferior hacia el templo veréis el Arco de Adriano.
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Desde Santa Fe a la ciudad de Cebu
El relato comenzó en El salto a Dubai que comienza las vacaciones
Mi jornada de transición comenzó bien pronto, bajando a desayunar a la hora a la que abrieron el restaurante del hotel a las siete de la mañana. Después me duché, terminé de preparar La Bolsa y a las ocho me alcanzaron a la estación del ferry. Allí compré mi billete y vi que había una guagua que al parecer hace la línea Bantayan (proper) y Cebu y compré mi billete y entré. Que rico que es estar esperando en un aparato con aire acondicionado. Nos movieron cien metros acercándonos al barco y nos teníamos que bajar antes de que el vehículo subiera al mismo, aunque primero comprobaron que todos teníamos billete para el barco. Deberíamos haber salido a las ocho y media pero como que les entró el modo de pachorra filipino y vinimos saliendo a las nueve. También deberíamos haber llegado a las nueve y media pero al final fue a las diez y cuarto. La guagua estaba llena y lo que yo no sabía es que por el camino no paraba a recoger pasajeros con lo que una vez en ruta recuperamos parte del retraso. El tío que estaba sentado a mi lado vomitó hasta el alma y eso que la guagua va despacito porque aquí no hay manera de coger velocidad en las carreteras.
Sobre las doce y media estábamos en los arrabales de Cebu pero ahí nos pilla el horrendo tráfico de la ciudad y tardamos una hora para hacer unos cinco kilómetros. En un punto determinado y mirando el programa Grab, vi que por allí se podían pillar coches privados o taxis fácilmente así que me bajé y pedí uno que llegó al minuto. Me dejó en la puerta del hotel a dos minutos para las dos de la tarde. Lo primero que hice una vez dejé la bolsa en la habitación fue ir al centro comercial a comprar un candado porque perdí la llave del que traje. Después busqué una tienda de teléfonos porque no sé como me las apañé pero reenté el protector de la pantalla del teléfono, en algún lugar le di un golpe que lo rajó y eso que supuestamente hasta aguanta una broca de taladro. Me lo instalaron ellos mismos y desde allí, en el mismo hiper-mega-centro comercial, fui al cine que hay en el mismo y compré mi entrada. El cine tiene la extraña distribución que parece típica en las Filipinas (en base a los dos cines en los que he estado). En lugar de una entrada para todas las salas, las susodichas están repartidas por el centro comercial y hay que buscarlas. El cine era enorme. La película me gustó bastante y es probable que pronto aparezca por aquí.
Después del cine, cené y me piré al hotel.
El relato continúa en Mi primera vez en el aeropuerto del Nido
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Templo de Atenea Niké
El Templo de Atenea Niké es uno pequeñito y muy cuco que se puede ver cuando estás subiendo a la entrada de los Propileos de la Acrópolis. Nos tenemos que conformar con fotos desde afuera ya que no se puede visitar. Al parecer lo han restaurado al completo. La sala interior es de cuatro por cuatro lo que os debería dar una idea del minúsculo tamaño, conozco bostas que no entran ahí a menos que se pongan las lycras compresoras. Pese a su tamaño, da una sensación de elegancia. El templo se hizo para celebrar una victoria de los griegos con los Persas, o eso que ahora llamamos moro-mieldas por aquello de la corrección política.
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La visita a la isla Virgen
El relato comenzó en El salto a Dubai que comienza las vacaciones
Mi segunda mañana en Santa Fe comenzó on un desayuno a las siete de la mañana y el restaurante del hotel petado. A los filipinos les fascina irse tres o cuatro días de vacaciones pero como el dinero no abundan, a la hora de desayunar, por ejemplo, se piden algún plato de carne (adobo o similar) y un montón de arroz y después lo reparten entre los comensales. No tienen paciencia para esperar que los camareros vayan a sus mesas (o no están acostumbrados) así que se acercan a la zona de La Cocina y piden directamente allí. Si pueden, se llevan ellos mismos los cubiertos, platos y demás. Es un tipo de vacaciones «low cost». Otro flipe es como cada uno de ellos, repito, cada uno de ellos se hace básicamente unos cientos de fotos durante esos días de vacaciones, por ejemplo delante del cartel del hotel, mirando al horizonte con la cámara por detrás de ellos, sonriendo, junto a extranjeros (me he vuelto un galgo a la hora de escapar de esas sesiones que nunca se acaban y que atraen a quince más y cada uno quiere diez fotos distintas contigo en diferentes posturas) y en cualquier otra postura que se les ocurra. Unos les hacen las fotos a otros, después vienen las grupales, que se repiten varias veces para que todos los teléfonos las tengan y después vienen los vídeos. Todo eso gritando todo lo que pueden y más para que todo el mundo en un radio de doscientos metros sepan que están allí de vacaciones.
Volviendo al relato, mi día comenzó temprano desayunando y después me venían a buscar para ir a la isla Virgen, nombre que le dan por el turístico pero que no es el suyo. Me recogió un chamo que seguramente tiene veinticinco años o así y aparenta la edad de Genín con dos niños pequeños, que como están de vacaciones se los trajo. El trayecto hasta la isla tomó unos carenta minutos y al llegar ya había un montón de barquitos allí. En la orilla me esperaba el poli de la isla y otro para llevarme a La Oficina de inscripción y que pagara el impuesto de entrada. Para ser una isla «virgen», tenía varios edificios, baños, tiendas y caminos hechos de cementos, sombrillas fijas de madera, hamacas y un montón de plantas que no son del lugar. Se ve todo como muy de Disney pero para nada te hace recordar a una isla «virgen». La playa principal está dividida en dos. La parte más fea es el aparcamiento de los barcos y la otra tiene incluso una estructura de cemento con techo en el agua para que la gente se puede poner allí a gritar a los demás, hacerse fotos y realizarse como seres humanos o algo así.
Seguí un camino para nada «virgen» que me llevó al otro lado de la isla en donde se podía bucear con gafas y tubo. Resultó que crearon una mega-estructura de bambú para acceder al agua, anotaron la zona de buceo a unos cincuenta metros cuadrados y estaba prohibido salirse de esa zona. También pusieron un socorrista que yo creo que era el que realmente necesitaba de auxilio. Al menos el lugar estaba desierto y me quedé allí una hora más o menos. Después me volví a la playa principal, pillé una de las hamacas, que eran gratis, con sombrilla y que no se podían mover y pasé las siguientes tres horas tomando el sol y bañándome. Hoy debía ser el día con descuento para tullidos porque había varios «occidentales» tullidos o con algún tipo de minusvalía de esas visibles, visibles, que tenían su esposa filipina bonita, bonita y que se agarraba a su marido como si fuera Brad Pitt. Ni me molesto en preguntarme ¿por qué lo llaman amor cuando quieren decir matrimonio por interés? A ellas les da igual, lo que cuenta es el triunfo de tener marido extranjero, de vivir fuera del país y por lo tanto, nadar en el éxito. Como que se ponen tres tampones atados por el orto para caminar tiesas como palos y mirando hacia el cielo, orgullosas que no veas. Solo les faltan las gafas esas con cristales del tamaño de parabrisas de camiones de la Rocío Jurao y prometío.
Cuando me cansé me llevaron frente a la costa de la isla de Hilantagaan para bucear un rato más. Allí sí que había un fondo más lindo, con algunos corales y muchos peces, aunque nada como lo que se puede ver por el Nido, que será mi próximo destino. Sobre las tres de la tarde me dejaron en la playa frente al hotel y después me puse en las hamacas del hotel a tomar el sol hasta casi las cinco, momento en el que fui al centro a cenar y darme un garbeo. Y así acabó mi último día en esta isla.
El relato continúa en Desde Santa Fe a la ciudad de Cebu