La vista desde la pagoda Chua Hang es impresionante, con los enormes campos de arroz que bordean el delta del río Mekong y allá a los lejos (o al lado, ya que la frontera está ahí mismo), Camboya, país que es muchísimo más pobre y corrupto que Vietnam y el cambio se nota instantáneamente. Las carreteras se degradan y se convierten en caminos de cabra según cruzas la frontera. Salvo por la que une el aeropuerto de Angkor Wat con el poblacho, que parece de ciencia ficción porque no hay quien se crea que es real, sobre todo cuando estás en el lejano oeste del poblacho de Angkor Wat en donde no había asfalto alguno, el resto del país tiene unos caminos místicos con puentes que se caen o dejan de funcionar, vacas esqueléticas que se paran en medio de la carretera y provocan accidentes con las guaguas que mueven a la gente y en las que siempre hay una televisión con karaoke camboyano que repite el mismo programa una y otra vez. En Camboya, la distancia que puedes recorrer en una hora es mínima y por eso, pese a que la capital de Camboya está a unos ciento quince kilómetros desde el poblacho en el que hice la foto, se tarda al menos cinco horas en guagua o barco, con lo que podéis hacer las matemáticas de las velocidades astronómicas de las que estoy hablando.
-
Chulanga
Una de las constantes en mi vida es la duración de las gafas de sol. Desde hace eones, a mi me duran dos años o al menos ese es el tiempo que tardo en romperlas o que se rayen los cristales. Todavía recuerdo el tremendo disgusto que me llevé con mis Raivan modelo chuloputa, las mismitas que usaban en la película Top Gun y que pasado el plazo, se quedaron con unos cristales inservibles. Aquellas me costaron una pasta gansa, eran de las auténticas, no imitaciones. Después de mi segunda experiencia traumática, opté por emigrar a marcas y modelos más baratos y pasar del nombre. Cuando comencé a ir a Asia, en esa época me hacía con las gafas en el dekatlon, la tienda esa que vende de todo de su propia marca a buen precio. Creo que pagué veinticinco leuros por unas gafas del quince que además tenían cristales polarizados, que es la magia esa que te permite desarrollar rayos equis, y-griega y hasta de los zeta. Cuando las gafas ya tenían auténticas calles en los cristales y había zonas de visión en las que veía como con borrones, las tiré y decidí hacer un estipendio considerable y comprarme unas en China, fastuosas del copón. Al llegarme, flipé con su funda de puro lujo Merilléin, la tarjeta para comprobar que los cristales tienen polarización y la calidad del producto. Esas gafas han estado conmigo en barcas, carros, carretas, guaguas, aviones y en todo tipo de lugares cutres y lo han aguantado todo sin quejarse. Por desgracia, golpes ajenos a mi voluntad, caídas y demás dejaron su marca en los cristales y llegó la hora de cambiar. Volví a ese lugar mágico llamado Ali-esprés y mirando en las más populares vi unas de chulanga que no veas que me molaron. Por Asia siempre he visto a gente con los cristales esos azules del copón que llaman un montón la atención y no quería ser menos que ellos. De nuevo, por diez dólares incluyendo gastos de envío me pedí las gafas y cuando llegaron, la altísima calidad de las anteriores quedó en entredicho. Estas se ven aún mejores, la caja es aún más espectacular y el azul de los cristales es verdaderamente facineroso. Ahora puedo ir por cualquier calle holandesa y conseguir que todos y cada uno de los que se cruzan conmigo crean sin resquicio para duda alguno que soy un delincuente, una persona malvada o de perversa condición. Si estoy esperando el tren, todos guardan la distancia y me dejan entrar o salir el primero y ninguno osa acercarse más de la cuenta. No veo la hora de fardar en las Filipinas con la chiquillada y seguro que hasta veo otra gente con el mismo modelo de gafas. Y como doy por sentado que en dos años como máximo irán a la basura, si se caen, si se rayan o si reciben baldazos de agua salada, no acabaré traumatizado y hasta me las puedo poner, que en mi época de Rai-van había días en los que no llevaba las gafas por no tener donde ponerlas y terminé usándolas únicamente cuando iba en coche.
La foto anterior es también especial por otro motivo. Es una imagen tomada con la cámara frontal de mi nuevo teléfono y creo que está hecha en la primera hora de uso del mismo. Uno de estos días lo mencionaré por aquí, aunque se de una que va a empezar a darme la vara desde ya para que diga el modelo. Funciona con el androitotorota, no es del país de los kabezudos-correanos-de-mielda, es chino y creo que es una de las pocas marcas de ese país que se venden en Europa. El teléfono pesa cuarenta gramos menos que el anterior y todavía estoy aterrorizado pensando que se me caerá en cualquier momento por lo ligero que es.
-
Subiendo a la pagoda Hang
Como mi amiga la China me convención con malísimas artes para que me apuntara en el tour del delta del río Mekong de tres días y dos noches, en un cierto momento del segundo día todos mis compis se piraron regresando a Saigón y yo me fui con una pava en otro coche que tenía más gente río arriba, hacia la frontera entre Camboya y Vietnam. Salvo por mi, todos los demás seguían esa ruta para ir a Camboya y en la frontera creo que cambiaban de transporte. En Chau Doc, un poblacho que está literalmente pegado a la frontera visitamos la pagoda Hang o Chua Hang, la cual está en una montañita. Mientras subes flipas con las horteradas de Budas desplegados por alguna mente enfermiza. En otras fotos veremos las vistas desde allí y otras cosillas.
-
Tuk-tuk en el delta del Mekong
Yo particularmente no me canso de ver fotos de tuk-tuks y los que vi en Vietnam fueron lo más de lo más. La semana pasada veíamos a uno petado de gente y hoy tenemos otro vacío pero que lleva un conductor muy peculiar. Fijaros en los pedales. El chamo no lleva zapatos. Debe tener unos callos de un grosor como botas de alpinismo ya que con los treinta y pico o cuarenta grados de la barriada periférica en la que vive, cuando apoya el pie en el asfalto, que Dios mediante se calienta hasta temperaturas próximas a las de las estrellas apunto de supernovearse, se tiene que abrasar vivo. El chamo además iba todo conjuntado de azul hasta que la cagó con el gorrito violeta. Dicen que intentó una vez meter el vaquero en agua para lavarlo y se le escapó y casi no lo trinca de nuevo. Aunque no llevaba gente, da la impresión que estaba transportando algo en la cesta en la que normalmente van los pasajeros.