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  • Los últimos quinientos metros

    24 de marzo de 2017

    Desde que comencé a correr de manera regular, hace casi un año, nunca tuve problemas con la actividad en sí misma. Salgo de mi casa y me pongo a correr sin más problemas. Prefiero las tardes inmediatamente después de regresar a casa porque así llego después de diez minutos en bici y ya tengo el calentamiento hecho, me cambio y voy directamente a correr. Aprendí a respirar para no tener dolor en el pecho y lo más complicado fue encontrar una distancia que me guste y un circuito que la cumpla, algo que este invierno he fijado en seis kilómetros, siempre por la misma ruta con lo que se exactamente en qué punto estoy, cuantos he hecho y cuantos me faltan por hacer y en mis auriculares una extraña voz me susurra cada kilómetro el tiempo que tardé en hacerlo para tener una idea de la velocidad. Mi ruta es mayormente por una zona preciosa, alrededor de una laguna, junto a uno de los fuertes que servían para defender la ciudad de Utrecht en el pasado y salvo por unos cuatrocientos metros, casi siempre en zona para bicicletas y extremadamente limitado tráfico de coches. Con frío, con frío extremo o con calor o bochorno salgo a la calle, llego al punto de inicio y me pongo en marcha y cedo el control absoluto a la parte subconsciente del cerebro. Yo escucho un audiolibro y alguna rutina cerebral se encarga del camino y del ritmo. Normalmente el primer kilómetro es el más lento, en el segundo pillo ya el ritmo, el tercero es similar al previo, el cuarto suele ser el más rápido y aún no se la razón, el quinto como que flaqueo un poco y vuelvo al ritmo del segundo y tercero y cuando cruzo el umbral del quinto comienzan los problemas. En ese momento estoy en un lugar muy específico, visualmente se cuanto me queda por correr ya que es alrededor de una laguna y en el punto de la salida, cruzaré un puente y llegaré a los seis kilómetros sobre el puente. El puto Borg hizo una escala con el esfuerzo percibido. En mi caso, yo hago los cinco primeros kilómetros en el nivel cuatro, más o menos algo duro pero normal y en el último kilómetro subo a nueve y en los quinientos metros finales al diez, muy, muy, muy duro. No tengo un dolor presente, no estoy asfixiado, no hay nada que indique que debería parar de correr y la única información es la confirmación visual del final de la actividad, las señales del subconsciente de mi cerebro son de parar, parar, parar y esos quinientos metros finales se convierten en un suplicio psicológico y yo diría que hasta parapsicológico, ya que tiene que haber un espíritu, un fantasma o un ser de otro universo que me putea y me manda el mensaje para que me pare, señal que lucho durante los dos minutos que dura y sigo corriendo para cubrir la cuota auto-asignada.

    Antes de fijar la ruta y la distancia nunca jamás tenía este problema porque unos días eran siete kilómetros, otros diez, otros seis y el subconsciente no sabía de antemano la que se le venía encima. Al parecer, ahora tengo que entrenarlo para que no me joda esos ciento veinte segundos finales. La risa fue cuando mirando métodos para solucionar el problema me topo con el de confundir al subconsciente con rutas diversas, opción que ya se que funciona pero que quiero evitar, al menos hasta que decida incrementar la distancia. Al parecer tendré que pensar en otras cosas, en algo positivo que haré inmediatamente después de correr, como el papeo y centrarme en imaginar el encochinamiento tan grande que me voy a dar y el consiguiente jiñote, ese momento en el que devolvemos a la naturaleza en base a lo que nos ha dado. En las próximas carreras probaré este método. Si falla, el siguiente es el de las palabras mágicas, repetir como un mantra una frase que te da fuerza. Solo hay una frase posible para eso, truscoluña no es nación, algo fácil de recordar y una verdad como la vida misma. Si este segundo método falla (y recordemos que al mismo tiempo que corro estoy teóricamente escuchando a una persona que me lee un libro), el tercero es imaginar cosas, pero como coño voy a imaginar mientras escucho un libro y me muevo, eso no funcionará jamás. El cuarto método es el que uso en la actualidad, joderse y seguir, apechugo y recorro esos quinientos metros con todas las neuronas cantándome la canción del déjalo, déjalo, déjalo. Ni me molesto en responderles pero que sepan que mi respuesta es no me da la gana. Si le gano la partida a mi propio subconsciente, básicamente seré un super-hiper-mega-héroe, pero sin lycra ni capa amariconada.

    … más tarde

    Lo anterior lo escribí antes de salir a correr esta tarde. Como un pantallazo vale más que un parlamento truscolán, dejo dos, con los resultados según los dos programas que uso para medir el esfuerzo y que son el Runtastic y el Mi Fit. La razón para usar dos es que hasta ahora no he conseguido que el primero use el sensor de cardio de Xiaomi, así que pongo los dos casi en paralelo.

    Seis kilómetros según Runtastic

    Por misterios de la vida que resultan imposibles de entender, ambos miden diferentes tiempos cada minuto y el anterior suele avisar de los kilómetros siempre un poco después que el otro, que parece que quiere llegar antes. Por eso mismito, en el siguiente pantallazo hay como cien metros más hechos y que aparecen con el epígrafe <7.

    Seis kilómetros según el Mi Fit

    Y para cuando esto aparezca publicado, yo estaré posiblemente regresando a casa del cine que está a más de ocho kilómetros de mi keli y al que iré en bicicleta. Queda clarísimo que yo de mayor no quiero ser obeso como algunos/as comentaristas, que no vamos a mentar de nombre. Mi cenita, gazpacho blanco y flan de huevo con leche sin lactosa, del que hice para que el amigo alérgico pudiese por una vez en su vida tener un postre decente y no las cagadas que le prepara su mujer.

  • El mercado flotante de Cai Rang

    24 de marzo de 2017
    El mercado flotante de Cai Rang

    Una última foto del mercado flotante de Cai Rang, que más bien parece una imagen normal en algunos ríos en Asia pero no lo es. Vemos a dos vendedores con sus productos y los barcos de los compradores por los lados. El mercado es diario y siempre hay un montón de barcos compradores y vendedores. Los primeros, una vez han conseguido la mercancía, se van río arriba por el Mekong para ofrecer sus productos a lo largo de los poblachos y barriadas ultra-mega periféricas que hay junto al río, lugares en los que no siempre hay una carretera de acceso, lo cual hace más difícil llevar mercancías.

  • La barquilla del alcohol

    23 de marzo de 2017
    La barquilla del alcohol

    Creo que la chama de la foto de hoy fue la única vendedora que no ofrecía fruta y verdura. Esta mercadeaba con líquidos que contienen alguna proporción de alcohol. Al no tener competencia, la chama era muy demandada entre los barcos de los que compraban y no paraba de saltar de uno a otro. Como todas las chamas que hemos visto en el mercado flotante, su selección de colores y formas geométricas para la ropa es espectacular. Si os fijáis en el fondo hacia la derecha, hay tres chamos de pie y se ve desde el mismísimo espacio más exterior que son turistas.

  • Otro tuk-tuk en el delta del río Mekong

    22 de marzo de 2017

    Hace un par de semanas veíamos uno de los curiosos tuk-tuk que hay en los poblachos que están alrededor del río Mekong, bastante distintos de los que se usan en la capital de Vietnam y en sus grandes ciudades. Hoy tenemos otra foto con uno de estos en la que el remolque en el que van los pasajeros se puede ver mejor. De entrada, subirse a esa cosa requiere una cierta condición física, muchas de las viejillas que conozco ni de coña trepan ahí. Es casi como una plataforma y en una foto que veremos en el futuro hay uno de estos vehículos llevando al menos cuatro pasajeros. Estos vehículos también se usan para el transporte de mercancía y cuando alguien quiere mandar algo a otra persona, lo organiza y el chamo se va con el material, con lo que no era raro verlos por las calles como si fueran empleados de una empresa de transporte. Si hubiese prestado más atención en mis clases en la universidad, a lo mejor hasta podría explicar la razón por la que el chisme no hace el caballito cuando se montan dos bostas desbaratadas en la parte trasera, pero como soy más bien del árbol de los lerdos, presupongo que la razón es pura magia y que cuando uno se lo compra, lo primero que hace es visitar al chamán para que te le haga un exorcismo. El chamo que llevaba el tuk-tuk de la foto era también un maestro en lo de los eSeMeSes, ya que en el año 2012 todavía los telefoninos m´con pantallas enormes y preciosas como el mío no estaban aún tan extendidos.

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