Escondida entre las fotos nocturnas que elegí para la serie sobre Saigón me he tropezado con otra imagen del Mercado Ben Thanh, en este caso vemos uno de los pasillos más turísticos, con los puestos petados de objetos casi hasta el techo y la gente noveleriando, regateando y comprando. El último día compré todos los recuerdos que me traje allí, en un par de puestos. Como yo no regateo, básicamente fui preguntando uno a uno hasta que alguien me daba un precio aceptable. Siempre les explicaba que yo no regateo y que un mal precio supone una descalificación inmediata y aún así, de cada diez vendedores, nueve me daban un precio por las nubes y hasta se ofendían cuando los miraba con tristeza y seguía mi camino, inmediatamente cortando los precios a la mitad o más. La peor de estas experiencias de acoso e intento de estafa que he tenido fue en Birmania, en el lago Inle, cuando una chama me pidió ocho dólares por algo que no valía eso y me siguió durante una hora por todo el poblacho rebajando la cantidad y diciéndome que mataría a su familia de hambre y miseria. Al final compré el recuerdo en la tienda del aeropuerto de Yangón cuando me marchaba del país y pagué medio leuro.
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Bicicleta tuneada como punto de venta callejero
No digo que esta sea la primera vez en la serie de bicicletas en la que no aparece una bicicleta pero sí que es la primera vez que tenemos una bicicleta de la que solo se puede ver un pelín de la rueda delantera y el palo ese que parece estar usándose como burra para que la bici aguante todo el peso de los avalorios que vendía la chama vietnamita que está en cuclillas a la derecha y que se cruzó en mi camino cuando visité Saigón. Parece que tenía un surtido bastante completo de bolsos, cestas, bandejas y supongo que de cantimploras hechas con calabazas secas. O la mujer vive cerca del mercado y regresa a casa empujando la bici o tiene que ser un auténtico espectáculo el verla pedaleando con toda esa carga sobre la bici.
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Una calle sin mucho tráfico en Saigón
Hoy no tenemos un lugar específico en Saigón sino una de esas imágenes que valen más que dos o tres palabras. Aunque cueste creerlo, por aquí crucé la calle, sin semáforo y sin que me atropellaran. Es un acto de fe en uno mismo y en el prójimo, suerte, cojones, alegría y cosa buena. Éramos un pequeño grupo, unas seis personas y así generamos un bulto del tamaño suficiente para que las motos, los tuk-tuks y los coches que puedan venir nos esquiven. Escenas como esta las hay en un montón de lugares de Saigón o Hanoi, un tráfico endemoniado, unos niveles de polución alegres como los de Mandril y un nivel de ruido infernal. Al menos en el 2012, que fue cuando yo pasé por allí, en este país las casas de alquiler de coches en las grandes ciudades solo lo hacen si además alquilas el conductor, asumen que por mucho que pasases un examen de teórico y de práctico, no tienes la experiencia suficiente para sobrevivir sin múltiples accidentes en esta jungla de asfalto.
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800 días de constancia
Parece que fue antes de ayer cuando anunciaba mis 700 días de constancia pero va a ser que no, fue a mediados de octubre y el tiempo pasa que pasa y casi que ni me enteré que ya superé los OCHOCIENTOS días de ejercicios en el Duolingo, entretenido manteniendo al cien mil por cien mil mi curso de italiano para españoles, lo mismo con el curso de inglés para italianos y tratando de hacer el trío y poner en naranja el de italiano para ingleses que ya hice en el pasado. ¿Qué tienen en común todos ellos? El italiano, lengua que a un servidor le parece fabulosa. El bajón en el ritmo que se observa el fin de semana se debió a mi paso por Málaga, ya que estando liado allí no me quedaba tiempo para los ejercicios y aprovechaba el jiñote o cualquier otro momento solitario para hacer el mínimo de tres ejercicios que me dan los treinta puntos que necesito.
Ya no queda nada para conmemorar los 900 …