Hablando con una vecina descubrí que yo soy un bicho aún más raro de lo que pensaba ya que mis preferencias abarcan tanto lo frío como lo caliente. La mujer me estaba diciendo que ella considera que una sopa por definición ha de ser caliente y yo con un litro de gazpacho blanco en la nevera y controlando los tomates en todos los supermercados y tiendas que visito para hacer uno de esos, aparte de las cremas con melón que me hago. Cuando ya le conté que desde hace cosa de un mes solo tomo café frío, que lo macero en la nevera durante un día y después lo filtro para quitar el café y está del copón, la mujer alucinaba. Para mi lo de las temperaturas de la comida o lo que se puede o no comer no está escrito en hormigón, es algo flexible. Tanto en verano como en invierno no le hago ascos a un gazpacho y con el café, me estoy planteando seriamente el seguir tomándolo frío hasta el fin de los días ya que está igual de rico o más que el caliente y es prácticamente como un refresco. Mis cafés con leche claritos son algo que solo se puede describir con romances.
Hay platos que cocino y dejo para el día siguiente a propósito, como el pesto o la tortilla de papas. Me podrán contar lo que quieran pero estas cosas recién preparadas no saben igual. En lo relativo a la calefacción y la temperatura de la casa, yo soy del equipo del frío. Para mí, el frío se combate fácilmente, te abrigas y punto y muy pocas cosas molan más que dormir con tu edredón completamente cubierto y la cabeza debajo de la almohada. Cuando hace calor, lo único que puedes hacer es sufrir y esperar a que el cuerpo se rinda y se desactive porque no hay manera de combatirlo.
En fin, reflexiones veraniegas para no calentarme la cabeza tratando de comprender por qué a estas horas no hay una lluvia de misiles sobre las cuatro principales ciudades en las que se esconden ciertas ratas despreciables y las borramos del mapa.