En la Bahía de Ha-Long, el concepto de crucero es un pelín distinto a ese al que estamos acostumbrados en Europa o los Estados Unidos. No se trata de una construcción megalómana con miles de personas enlatadas en la misma y un capitán italiano que la hunde a propósito por mojar. Son pequeños yates, con capacidad para cincuenta pasajeros o muchos menos y los distintos cruceros son experiencias más o menos agradables, todas similares en recorrido y diferentes en la calidad de lo que contratas. Si eres mochilero del gremio del céntimo, es más que probable que elijas uno en el que duermes en una sala compartida con quince mochileros más, harás un montón de amigos, algún enemigo y como el alcohol de garrafón es más que seguro que estaba incluido en el precio, te cogerás una moña épica y disfrutarás de una resaca legendaria. Todo este rollo para comentar que el barco que aparece escondido entre los islotes kársticos era uno de esos cruceros. Para que quede constancia, yo elegí uno en el que pagué cincuenta leuros más y tenía mi propio camarote con baño privado, con balcón y en total éramos diez pasajeros y aquello era más bien como ir en familia. El barco tenía muchísima más capacidad pero estábamos en temporada baja.
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Buscando un método efectivo para cribar
Esta debe ser la milésima ocasión en la que repito el mensaje pero como ninguno de los dioses que se promocionan en la era en la que nos ha tocado vivir existen, tendré que seguir haciéndolo hasta el fin de los tiempos. Estamos muy pero que muy necesitados de una criba profunda y radical en el ADN de la especie. En el pasado teníamos enfermedades y depredadores suficientes para erradicar los sujetos fallidos pero desde el fin de la Segunda Guerra Mundial entramos en un periodo de gracia y así vamos, con una cantidad ingente de material genético defectuoso.
Ayer cuando fui a trabajar, por razones que escapan a mi escaso entendimiento, el tren que habitualmente tomo no salió. Estaba en la estación, todos estábamos dentro pero en ningún momento arrancó y quince minutos más tarde todos los pasajeros y otros muchos acabamos dentro del siguiente tren, que fue el que nos llevó a Hilversum. En el tren lo de siempre, todo el mundo mirando a sus pantallas. Yo creo que ya se pueden diseñar aviones y trenes sin ventanas, de puro metal y con un puerto USB para que puedan recargar sus dispositivos ni mágicos ni maravillosos y seguramente, solo se quejarían dos o tres. Los dispositivos portátiles han sido lo peor que ha sucedido a la humanidad de lejos.
Prácticamente las dos terceras partes del tren se bajan conmigo en Hilversum Sportpark, estación al sur de la ciudad y cerca de un enorme campus industrial en el que trabajamos casi todos, aparte del mayor centro educativo de Holanda para las profesiones audiovisuales, esas relacionadas con el famoseo, la tele y demás. Al llegar el tren, salimos tantos que se forma una cola en las dos máquinas que hay para registrar la salida del tren. El sistema holandés funciona de tal manera que antes de subir al tren pasas tu tarjeta de transporte por una máquina, al salir en la estación la pasas por otra idéntica y ellos calculan el coste basándose en tu abono, la tarifa y demás. Las máquinas son las mismas que puedes ver en muchos autobuses por todo el mundo y aquí, al ser una estación pequeña, cuando somos una legión la cola es de vértigo. Yo fui de los primeros y fui al aparcamiento de bicicletas para buscar La Zarrapastrosa, algo que siempre me toma un rato porque mi memoria olvida inmediatamente el lugar en el que la aparqué y por eso, siempre la dejo en la misma zona para minimizar la búsqueda en un aparcamiento con cientos de bicis. Di con ella, liberé la cadena y me aproximé a la calle. El lugar en el que termina el andén está junto a un paso a nivel en una calle con montón de tráfico. Al acercarte desde el tren, primero está la acera para los peatones, después hay un carril bici separado de la carretera por el que pasan ciclistas continuamente y finalmente está la carretera. El parque industrial y las escuelas están del otro lado así que hay que cruzar. Una chama, material genético corrupto y que el Rey León ya habría devorado en tiempos pasados y mejores, iba con la vista fija en su pantalla mientras caminaba, totalmente desinteresada de lo que no estuviera en la pantalla, pulsando me gusta en todo lo que recibía como si su vida fuera en ello. Salió del andén, cruzó perpendicularmente la acera y sin mirar, se puso en el carril bici por el que venían dos bicicletas a gran velocidad. Al escuchar el grito de los ciclistas, en lugar de dar un salto hacia atrás, su estupidez infinita la llevó a saltar hacia adelante, directamente a la carretera y en ese instante pasaba un coche. El golpe reventó el parachoques del vehículo y el ruido fue brutal. Todo el mundo se quedó quieto y los tres o cuatro más cercanos corrieron hacia la pava tirada en el suelo como en posición fetal y con la mano que parecía querer agarrar el teléfono que estaba medio metro más adelante para poder pulsar me gusta unas cuantas veces más. No hubo suerte y sobrevivió así que dentro de unas semanas la veremos con muletas en el tren y me pregunto como hará para sujetar el teléfono con las dos manos y caminar con las muletas a la vez.
Tras el accidente, una parte considerable de la gente se quedó allí, mirando en silencio. Parece que los que lamentamos que sobreviviera y los que creemos que se lo tenía más que merecido no somos muchos y nuestro desinterés por esa rama podrida de la especie nos llevó a marcharnos del lugar sin más. Ayer, un día más tarde, todos salían del tren mirando a sus pantallas y solo porque tienen una suerte que no veas no disfrutamos de al menos un accidente diario en ese sitio. En los últimos doce meses he estado en el lugar de tres accidentes de este tipo, siempre con gente mirando el teléfono mientras caminan o van en bicicleta. Los quince años anteriores creo que vi dos o tres accidentes así que la proporción en esta nueva era de Internet parece mucho mayor. Esos engendros humanos despreciables que padecen los accidentes tienen mucha suerte que yo no trabaje programando los nuevos vehículos de conducción automática porque añadiría un bellísimo huevo de Pascua para ellos con el código para hacer que el coche, una vez ha detectado que golpeó a alguien, frene y recule para rematarlo, en caso de que sobreviva y que le siga pasando por encima hasta que el objeto humano se deje de mover.
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Islote con construcción en la cima
Encontrar el nombre a veces es poco menos que una misión imposible. Creo que este era el islote de Titop solo que visto desde el lado menos popular, pero igual me equivoco. Ese era uno de los lugares en los que paraban algunos de los cruceros y la gente subía a la cima para hacer fotos del lugar, algo que me faltó por hacer y que dejo para mi segunda visita a ese paraíso, ya que tengo claro que quiero volver y pasar por allí varios días para ver los rincones menos turísticos. Como sucede en todos lados, algún pedazo de animal decidió que el lugar perfecto para las antenas de telefonía móvil era en la parte superior del islote y no se cortaron un pelo a la hora de montar el chiringuito.
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Cuatro piernas y dos pedales
Vietnam está petado de bicicletas y cuando estuve allí, eran motivo frecuente de mi interés fotográfico. Por todo el país vi diferentes usos y aluciné con situaciones como la que tenemos hoy, que aunque recuerdo de notarla en diferentes lugares, siempre me era imposible hacerles foto y al final los pillé desde una furgoneta cuando iba a la bahía de Ha-Long. En Europa, cuando llevas a alguien de paquete, se te encula en la parte de atrás de la bicicleta y tú tienes que hacer el esfuerzo sobrehumano para mover no solo tus chichas, sino las del prójimo. En Holanda, según tenga tiburón o almejillón, se sientan de diferente forma en la bici y la única concesión que hacen al conductor es que en los semáforos se bajan y saltan a la bicicleta cuando la tienes en marcha para que ya tengas algo de inercia. En Vietnam el sistema es distinto. Hay que mirar con atención las piernas de la gente en la bicicleta más al frente. Colocan los pies en los pedales de tal forma que tanto el conductor como el pasajero están pedaleando, era una cosa flipante. Aunque no lo podemos ver, en la bicicleta que está al lado también lo hacían y una que se ve más adelante era otro ejemplo. Lo de hacer que el pasajero colabore en el esfuerzo es algo que igual deberíamos copiar por aquí. En mis pocas experiencias llevando un pasajero, rikitiki, uno que comentaba en la prehistoria, se me cayó de la bicicleta y se dio un culazo del copón. Yo creo que saltó pero él no lo reconoció y me acusó a mi, que pedaleaba con alegría. También mi madre, llevándola de paquete en Hoge Veluwe, se tiró de la bicicleta porque le daba miedo. En el resto de ocasiones, es mucho el sufrimiento pero se lleva sin dignidad. En mi caso, aquellos más curiosos seguro que encuentran el relato en el que mi amigo el Rubio me llevó encaramado al volante de su bicicleta con ambos borrachos y yo hasta hice fotos de ambos con mi antigua Canon Powershot G2 y me di incluso el lujo de desmayarme. En otras ocasiones el Moreno me ha llevado de paquete en su bicicleta en Hilversum pero chico, cuando vas sentado detrás, los hierros te destrozan el trasero.
Mencionar también los detallitos del gorro verde y el rosado. Ni en carnavales me pondría yo una cosa así.