Cuando en diciembre del año 2005 escribí sobre los Arretrancos de oficina nunca pensé que se llegaría a convertir en una serie de más de treinta anotaciones repitiéndome una y otra vez y guardando en este pequeño rinconcito palabras que no quiero olvidar. Todas están en el Hembrario, esa pieza de más que dudosa calidad que me ha granjeado tantos enemigos y que a lo largo de los años ha contribuido enormemente a engrosar la lista de los más de doce mil comentarios que han sido eliminados. Hace ya un montón de meses que no me acercaba a este repositorio de palabras para dejar alguna y eso que tengo unas pocas anotadas en un cuadernillo. Para la palabra de hoy hay que entrar en una máquina del tiempo y viajar muy atrás hasta llegar a mi infancia, a los años en los que subía por la calle Rosiana cargando una maleta pesadísima llena de libros y libretas para ir a clase en el Colegio Público Galicia. Allí, entre aquellas paredes fue cuando escuché por primera vez referirse a una chica como una piba.
Las pibas eran las chicas del colegio, las de la calle, las que conocíamos y las que aún no nos habían presentado. Nosotros nunca hablábamos de chicas, de niñas o de chavalas. Hablábamos de pibas. La palabra carecía de masculino en la Isleta y no fue hasta mucho más tarde cuando me enteré que en Argentina, Bolivia y Uruguay un pibe era un chico. Yo siempre pensé que era parte del argot de la Isleta, de ese micro-idioma que se hablaba por allí. ?ramos chavales inocentes, llenos de malicia pero no malos que mirábamos a los elementos del sexo contrario con cierto miedo y nos defendíamos tras la palabra piba, la cual connotaba la exclusión de nuestro grupo y la pertenencia al sexo contrario. Las pibas lo eran todo, hablábamos de ellas, para bien o para mal, las mirábamos, las estudiábamos y siempre nos picaba el cuello cuando alguna desviaba la vista hacia nosotros y pensábamos que en realidad te estaba mirando a ti y solo a ti. No habían pibas en tu familia, eran mujeres de fuera, las hermanas de tus amigos, las vecinas o las compañeras de clase. Parecía existir una fina línea que protegía a nuestras hermanas y jamás nos referíamos a ellas como pibas aunque ni yo ni ninguno de mis colegas tenía el menor problema en tratar de piba a las hermanas de los ausentes.
En la Isleta había un montón de pibas, de todo tipo, color y condición social. Nosotros éramos pipiolos imberbes que estaban por descubrir el mundo y todas las retorcidas trampas que hay en el mismo y aunque en casa o en nuestra calle escuchábamos algunas de las otras palabras con las que se catalogaba a las mujeres, para nosotros las chicas eran un grupo homogéneo en el que todas eran pibas.
Con la adolescencia y las grandes revelaciones murió nuestra inocencia y dejamos de usar la palabra o quizás adquirimos otro tipo de vocabulario, más específico y adecuado para cada ocasión y para cada tipo de mujer.
Hecho de menos aquellos tiempos tan sencillos en los que todas eran pibas, sin ninguna carga negativa o vejatoria. Solo eso. Pibas. Espero que algún día la palabra vuelva a recuperar el lustro que tuvo.
Puedes leer más anotaciones relacionadas con esta en el Hembrario
Technorati Tags: desvaríos, Hembrario