El sol se aleja lentamente en el horizonte mientras disfrutamos de una deliciosa tarde de primavera en el corazón de Holanda, rodeados de agua e infinitos campos de hierba que descansan en polders, en lugares que hace unos cientos de años estaban cubiertos por las aguas y ahora la persistencia y dedicación de los holandeses han producido el milagro y pese a encontrarnos a casi dos metros por debajo del nivel del mar, estampa en tierra y no en el agua
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Costa norte de Gran Canaria
Desde San Felipe, miramos hacia Guía y Gáldar y vemos un trocito de la costa norte de Gran Canaria, con esas entradas en el mar que se cortan súbitamente. Me recuerda a la zona comprendida entre Arguineguín y Tauro en la que si vas por la carretera antigua, pareces estar al borde de esos precipicios.
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El primer avistamiento
Una de las tradiciones de esta bitácora, tan dada a repetirse y repetirse hasta el infinito porque al final, aunque nos creamos muy sofisticados y especiales y tengamos gafas de pasta y seamos cejijuntos e incluso si vives en Mordor (hoy en día conocido como Vecindario), somos más simplones que una ameba, es la de definir la llegada de la primavera por un suceso muy específico. En el año 2006, la anotación que lo explicó fue El primer papayo maduro, en el año 2007 fue El Primer Avistamiento primaveral y el año pasado creo que se me pasó y si hay que señalar un culpable, seguro que fue por culpa del Marico Hechicero de Ginebra ya que en la época en la que debía estar tratando asuntos tan importantes me dediqué a ponerle los puntos sobre las íes a ese soplapollas.
Este año recupero la tradición y casi coincidimos con fechas con el 2007. Como en todas las ocasiones anteriores, no tenía una cámara a mano y sucedió en el lugar más inesperado. Fue ayer por la mañana, alrededor de las ocho y veinte, con once grados de temperatura. Yo estaba llegando a la estación de Utrecht Centraal cuando veo que se aproxima hacia mí una bicicleta. Sobre la misma, una chama de algo más de cuarenta años, altísima, de pelo oscuro, con un peinado a lo Sharon Stone en Instinto Clásico. Su cara reflejaba la parquedad en el maquillaje que parece ser la marca de la casa en Holanda. Las arrugas en este país parecen ser bellas y las mujeres no se esfuerzan en ocultarlas. Sus labios relucían más que un semáforo en rojo y sus ojos mostraban la concentración en la tarea de pedalear. Llevaba una camiseta ligera que el viento pegaba contra sus pezones, duros como granito, algo que puedo comprender si tenemos en cuenta que con once grados y una camiseta bien ligera lo más normal es que suceda semejante fenómeno fisiológico. Lo que realmente me llamó la atención y lo que cualificó este suceso como el primer avistamiento del año 2009 fue la mini-micro falda que portaba. Un minúsculo trocito de tela negro, al menos tres tallas más pequeño de lo que debería y que gracias a que yo llevaba el sol a mis espaldas y ella lo tenía de frente iluminaba perfectamente la cueva de su secreto. Los rayos descubrían ese lugar al que habitualmente no llega la luz del sol, ese rincón que para unos es papayo, para otros almeja y para los demás simplemente el chichi. La zona estaba tan bien iluminada que pude determinar por la longitud de los pendejos que debía hacer al menos un mes que se los había rasurado por última vez y despuntaban por todos los rincones.
Ella me vio descender la mirada y clavarla en aquel recóndito lugar y pese a que lo intentó, no pudo hacer nada por taparlo ya que los pedales le demandaban separar las piernas una y otra vez y la escasa tela no daba para más. Me echó una mirada de odio profundo a la que yo respondí con un hilo de baba que se llevó el viento y casi me estampo por su culpa pero mereció la pena.
Llegué a la estación con esa sonrisa boba que se te queda en la cara de cuando en cuando y respiré hondo porque ahora sí que ya es primavera. Seguro que a lo largo de los próximos meses vendrán muchos más, en Utrecht, en Hilversum, en Amsterdam, en Kamerik o donde se tercien.
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Mar y rocas
Una de las cosas que estuve probando el día que fui con Luis por la costa Norte de Gran Canaria eran efectos con el mar, cambiando tiempos de exposición para tratar de lograr algo pálidamente parecido a algunas fotos que he visto y que me gustan bastantes. Posiblemente nunca lo consiga pero de todas las imágenes de ese tipo que tomé me quedo con esta, a medio camino entre foto y algo más, tratada para eliminar el poco color que tenía y darle unos tonos más fríos. El tiempo de exposición fue de 1/8 de segundo y una apertura de f/8, más que suficiente para tenerlo casi todo enfocado.