Hace poco leía un artículo económico muy interesante sobre el estancamiento y el fracaso de las empresas japonesas por culpa de su cultura putrefacta y obsoleta. Es una pena que no lo estrellara para guardarlo en mi lector de contenido sindicado porque ahora no consigo encontrarlo y me hubiera gustado enseñárselo a mi jefe y compañeros en el trabajo. Salvo Nintendo, que como explicaban en este artículo tiene una cultura empresarial distinta, las grandes empresas japonesas son como dinosaurios que no han sabido evolucionar y agonizan dando bandazos y sin saber muy bien como reaccionar. En su mercado son los amos porque lo tienen cautivo, resulta muy difícil a los que llegan de fuera entrar y abrirse paso pero en el exterior son ellos los que han sucumbido y han resultado incapaces de adaptarse. El peor momento en la historia de mi empresa posiblemente fue el día que nos vendieron a los japoneses. Ahí comenzó nuestro declive. Llegaron y destruyeron aquello que funcionaba con decisiones estúpidas y una falta de visión que ralla en el insulto y trataron de imponer sus arcaicos productos en un mercado extremadamente competitivo. Fracasaron. Cualquiera que tenga que lidiar con japoneses en reuniones de trabajo sabe a lo que me refiero.
Esta semana tuvimos una de esas sesiones de ocho horas para diseñar un plan de actuación. En la mesa, unos pocos europeos, de dos divisiones distintas de nuestra multinacional y varios japoneses que no hablaban. Nadie los conoce y se pasan las reuniones tecleando. Una de las teorías favoritas es que son espías, que están allí para transmitir en tiempo real lo que está sucediendo a los amarillos del otro lado. Nadie sabe muy bien para qué sirven y definitivamente no tienen el suficiente dominio del inglés para articular frases que podamos entender. Otro de los japoneses era de los nuestros, de los que nos cayeron junto con el cheque recibido al comprarnos. Ese parlotea pero dudo que ni el mismo sepa lo que dice. A veces te encuentras con veinte de esos japoneses en una reunión, todos esperando que el jefe les dirija la palabra porque su única misión es responder a cualquier pregunta que se le haga a su jefe y que este no pueda responder. Mantienen unas estructuras jerárquicas muy rígidas y son incapaces de responder a una pregunta directa con una respuesta directa. Da igual que les pidamos algo sencillo o un imposible, la respuesta siempre será Lo estudiaremos y si los continúas acorralando, entonces además de estudiarlo añadirán si usted insiste. Su incapacidad para tomar decisiones es legendaria. Se pasan el marrón de uno a otro durante meses hasta que las condiciones que se daban en el mercado han cambiado y aquello que queríamos ya no sirve. Entonces solicitamos algo nuevo y comienzan de nuevo a marear la perdiz. Pase lo que pase jamás dirán que no y cuando ya no les queden excusas se dedicarán a ignorarte.
Otra de las cosas que más me asombra de esa gente es el mito de la productividad. Nosotros tenemos allí miles de programadores y la calidad de lo que producen es pésima. Los retrasos están a la orden del día, las cosas que prometen terminan por caerse y aún así no se les cae la cara de vergüenza. Uno de nuestros profesores dio un curso no hace mucho por allí y en la clase tenía a un jefe y todos sus empleados, todos sentados de forma que a mayor nivel en la jerarquía, más atrás estabas y podías ver a los otros. Nadie hacía preguntas y todos parecían comprender el tema a la perfección. En un momento dado, el hombre se mosquea y decide pedirles que respondan en un papel una serie de preguntas. Todo el mundo se pone a escribir frenéticamente durante diez minutos cuando las respuestas se podían concretar en cinco frases de una línea cada una. Se decide a pasear por la clase y va mirando y todos hacían como que estaban escribiendo pero los papeles seguían en blanco. Allí no se enteraba nadie del tema pero el terror a quedar en evidencia delante del jefe los obligaba a actuar de esta forma. El curso fue una perdida de tiempo.
Para la semana que viene tenemos otra sesión amarilla, otras ocho horas con otro equipo que viene para planificar con nosotros un montón de cosas que sabemos que no sucederán. Espero que cuando entre en el mercado y empiece a buscar un nuevo trabajo alguien se acuerde de recordarme que las empresas japonesas están totalmente vetadas.