¿God? ¿Dios? ¿dónde estás? ¿Qué haces? ¿Qué quieres?
Oh my god! el alcoholismo no sé si será una enfermedad pero te hace ver las cosas de otra manera. Estoy borracho. Veo doble o triple o cuadruple o yo qué sé y apenas puedo escribir. En las últimas seis horas he estado bebiendo sin parar con los colegas sudafricanos, los mismos con los que trabajé en Noviembre/Diciembre pasado. Vuelvo a Sudáfrica o eso parece. Tenemos un nuevo proyecto en el mismo cliente y esta gente me quiere a mí o a mí. No hay segundos candidatos. Han venido a Holanda a negociar y de paso hemos quedado para cenar y hablar un rato. Me llevé a uno de nuestros desarrolladores, el friki que está casado con una rusa que compró por catálogo para que me puedan comparar con él y ver que soy casi normal. Los previos a la cena estuvieron muy bien en un pub irlandés. Bebimos pintas de cerveza de esta irlandesa, tan espesa y sabrosa y después fuimos a cenar. El restaurante lo elegí yo y cuando llegamos la chica nos dijo que estaba lleno. Le puse mi mirada más patética, esa que reservo para los grandes momentos, la de drama total. Se marchó sin decir nada y un minuto más tarde volvió diciéndonos que teníamos una mesa. Estas cosas siempre me suceden a mí. Los otros ya hablaban de otros restaurantes pero yo me negaba. Dios está conmigo. Cenamos y la comida fue excelente. También bebimos un montón de cerveza. Los sudafricanos son como esponjas. Absorben todo el alcohol del universo y es difícil seguirles. El friki hablaba y hablaba sin parar y todos alucinábamos. Yo no soy normal pero al lado de los desarrolladores de mi empresa al menos lo aparento. Y mi encanto personal es capaz de allanar cualquier reticencia. Soy un ángel divino y lo sé. Caído, pero ángel.
Tras la cena seguimos bebiendo por un tiempo en el restaurante hasta que pedimos la cuenta. En principio invitaba yo pero los sudafricanos no me permitieron pagar. Dios los bendiga. Salimos del local y nos despedimos del desarrollador que resplandecía de felicidad. El hombre hablará de esa noche hasta el fin de los días. Lo dejamos volver a casa con su esposa rusa comprada por catálogo. Ninguno le dijo nada pero tenía un pelo de por lo menos tres centímetros que le salía de la nariz como si fuera una antena. Aquello daba mal rollo pero se lo perdonamos por ser un desarrollador de software. Son todos iguales, gente de otro universo.
Invité a los sudafricanos a una última ronda de cervezas pero solo si yo pagaba. Volvimos al pub irlandés en donde el arrentranco de la barra nos reconoció por la propina anterior y nos trató como clientes V.I.P. Seguimos hablando y riéndonos. La última ronda se convirtió en dos y luego en tres y más tarde en cuatro. Ya no me asombra mi don de gentes. A estas alturas está decidido que sea yo quien vaya a Sudáfrica a instalar el producto. Puede que haya otros más preparados pero me prefieren a mí y punto. Salgo de aquel sitio borracho. Han sido muchas cervezas. La Macarena me espera amarrada a una valla. Me reprocha mi estado pero no dice nada. Me despido de los amigos de allá abajo. Vuelo a lomos de la Macarena hasta la estación y llego un par de segundos antes que el tren. En el tren flipo en mi propio universo, ajeno a lo que sucede en este valle de lágrimas.
Al llegar a Utrecht corremos por las calles buscando mi casa. La Macarena conoce el camino. Volamos a velocidades increíbles mientras mi cerebro trata de identificar lugares conocidos. A la bicicleta no le preocupa esto. Sabe como volver a casa. Miro hacia el cielo, suelto las manos del volante y llamo a Dios. ?l me responde. Le pregunto por qué me ha tocado vivir esta vida y me responde que alguien tenía que contar cosas insubstanciales, que ya hay demasiado pollardón contando cosas serias y también hemos de entretener a la plebe. Mis manos abrazan el cielo y mi bicicleta misteriosamente sigue su camino sin guía en la rueda delantera. Cruzo por caminos vacíos a esta hora tan tardía. Paso junto a una familia de patos que duerme escondiendo la cabeza bajo las alas.
Tras una eternidad que no duró más de quince minutos llego a casa. Sigo borracho, eufórico. Vuelvo a Sudáfrica. Dios me quiere. El mundo puede ser mío si así lo deseo. Sigo pisando fuerte.
Busco el teclado y escribo algo, lo que sea para que la página no quede vacía. Mañana será otro día y mi cerebro está comenzando a apagarse ….