Distorsiones

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  • Hipopótamo

    28 de diciembre de 2005
    Hipopótamo

    Hipopótamo, originally uploaded by sulaco_rm.

    Parecen enormes vacas y son los animales más peligrosos del país y los que mayor número de muertes provocan. Los hipopótamos te hipnotizan con su extraña belleza. El de la foto estaba en el agua y sin previo aviso saltó fuera de ella por unos instantes y después volvió a la misma. A estos animales les gusta estar en manada matando el calor del día en el agua y durante la noche salen para pastar la hierba.

    Si quieres ver otras fotos del viaje a Sudáfrica las puedes encontrar en el álbum de fotos de Sudáfrica y si quieres leer el relato de dicho viaje, tienes su índice en Memorias de Sudáfrica

  • Cagarás Mierda

    27 de diciembre de 2005

    En los libros secretos se cuenta que el buen Dios tras crear el universo universal la pifió con los hombres y después de triunfar con la fabricación de su primera puta, sucia y rastrera los tuvo que expulsar del paraíso. Entre los castigos que les impuso estaba el jiñar, ya que en el paraíso no se caga, se suda Chafardel te la jinco. Aquellos que siguen esas mierdas de sectas cristianas que no creen en la evolución lo saben muy bien y se abochornan cada vez que cagan. Para los demás, para los que venimos del mono Perico nunca ha sido un problema. También se cuenta que el único mandamiento no escrito que respetamos religiosamente es el undécimo, aquel que dice Cagarás mierda.

    Esta estúpida introducción nos da pie a una historia auténtica como la vida misma. Me sucedió la semana pasada y para aquellos cortos de miras recordar que esta bitácora se llama distorsiones y que la Real Academia Española les facilita gratuitamente una definición clara sobre el significado de dicha palabra.

    Sucedió el martes. El lunes ya había tenido la primera de las celebraciones prenavideñas. Al levantarme me senté en el trono y eché una buena cagada, una de esas que te dejan con una sonrisa tonta en la boca mientras en tus oídos suenan aplausos virtuales del público que te premia por semejante triunfo. Después de la ducha y el frugal desayuno de los campeones me disponía a abandonar mi reino cuando me vino uno de esos peíllos tontos y al ir a desplazar el volumen de aire hacia el exterior noté que llegaba con metralla. Corro escaleras arriba, me siento en el trono y tremenda diarrea. Ya visto el panorama me espero diez minutos más y obro por tercera vez. Eché la cena del día anterior completa y algo más. Marché para el trabajo y pasé el día sin más problemas. A las cinco teníamos el brindis navideño y allí estaba yo privando cerveza de gratis y comiendo biterbollen a destajo. Es muy sacrificada la vida del empleado más popular, todo el mundo quiere hablar conmigo y yo venga a hacer vacíos. Si quieren salir en la foto, que paguen. Mi reciente viaje a Sudáfrica ha expandido hasta niveles dantescos la aureola de santidad que me rodea.

    Tras dicho acto social nos íbamos de cena unos cuantos colegas del trabajo, los elegidos. Fui a buscar la caja que me regaló la empresa y recoger mis cosas y en ese momento decidí que por motivos de seguridad, mejor me metía en el baño en el trabajo. Hasta ese día, con años de vida laboral a mis espaldas, yo jamás había sido un cagón de oficina. Entré en el club a lo grande. Me encerré en el excusado, sujeté las paredes y lancé una tremenda carga químico-bacteriológica. Fue una de esas jiñadas del tipo sopladera en la que el aire se mezcla con la substancia y se asegura que no quede lugar en el retrete sin cagar. Aquello no había forma de arreglarlo. Dejé el baño inservible. Imagino la cara de la limpiadora al día siguiente.

    Me reuní con los colegas, fuimos al centro y matamos la tarde-noche bebiendo y comiendo en el Cartouche, un lugar del que ya he hablado en esta bitácora y en donde se pueden degustar las costillas picantes más ricas de este y otros planetas vecinos. Me abrigué bastante y de esa forma no tuve que mear. Lo sudé todo. Algunos me preguntaban pero yo me salía por peteneras y les decía que estoy algo constipado y que no quiero caer enfermo. Así pasamos la velada. Alrededor de las diez se desperdigó la comunidad de la cerveza. Yo llevaba encima unas ocho cervezas dobles y un costillar y medio de cerdo. Cogí el tren y ahí lo noté. Algo sucedía en mi interior, una marea se alzaba desde las entrañas y amenazaba con desatar el armagedón. Mi barriga transmitía código morse en rachas cada vez más aceleradas. Sujetaba la caja del regalo de Navidad y la aplastaba contra el estómago. Comencé a sudar. Llegué a la estación de Utrecht y salí andando despacito. Parecía cualquier dama de la canción española en su paseíllo triunfal al acabar esos mohosos homenajes que les hacen por la tele. Me faltaba levantar la mano y saludar pero por suerte o por desgracia yo no tengo sangre mongólica de los Borbones, así que soy incapaz de ese gestillo tan característico.

    Llegué a la guagua, me subí, me senté con la caja del regalo de Navidad encima y cerré los ojos para concentrarme con un buen mantra. Mi barriga estaba ya como una lavadora a punto de centrifugar. Arrancamos y calculo que en nueve minutos estoy cagando. Miro el reloj y rezo. Después de dejar la estación las guaguas vamos por una carretera que circula paralela a las vías del tren y por la que el tráfico de otros vehículos está prohibido. Sin aviso previo aparecen cuatro coches de policías con luces y banda sonora a todo meter y bloquean nuestro vehículo. Aquello parecía Corrupción en Jinamar. Todo el mundo alterado, el chófer que pierde los papeles y nosotros buscando a los marroquíes de la guagua porque seguro que iban a por ellos. Uno se levantó voluntariamente y se fue hacia la entrada con una capa de miradas reprobatorias sobre él. Se abrieron las puertas y entraron seis polis. Apartaron de un manotazo al moro y van hacia el final del vehículo en donde se encontraban dos chavales rubios. Eso sí que fue la bomba. Comenzaron a interrogarlos y pedir papeles con todo el mundo mirando. Sólo se les oía a ellos y a mis tripas que estaban en pleno centrifugado. Se me movía la barriga sola. Hasta el aliento me olía a mierda. Yo me veía como Sigourney Weaver pariendo un alien al comienzo de la película Aliens. Aquello tenía vida propia. Clavé las uñas en la caja pero ni así. La mujer que iba sentada al lado mío me miraba aterrorizada porque la explosión era inminente. La mierda pedía salir a cualquier precio.

    Por unos instantes sopesé la posibilidad de gritar que yo era el terrorista. Así por lo menos me llevarían a comisaría y podría jiñar. Aquello parecía la historia interminable. Entraban y salían polis, miraban los pasaportes de los colegas, llamaban por teléfono a la central y mientras tanto nosotros en la guagua sin poder salir. El mayor peligro que hubo en aquel vehículo de transporte público esa noche fue la explosión caqueril de la que finalmente nos libramos y cuyo epicentro era yo mismo. Tras más de veinte minutos se aburrieron y se marcharon dejando a los delincuentes con nosotros. El chófer retomó el camino y yo incrementé la presión de la caja sobre la barriga para que sujetara aquel festival popero.

    Me bajé de la guagua y fui dando saltitos hasta mi casa. Entré, lo tiré todo, me lancé de cabeza al baño y rematé la faena. Todas las costillas, toda la cerveza, todo el sudor acumulado durante esas horas salió al mismo tiempo. A pesar de que fuera la temperatura era de uno o dos grados abrí la ventana para que sacara el hedor a mierda que se pegaba a todas partes. Superé con creces las cagadas de la mañana, la mierda en la oficina y establecí un nuevo récord.

    Me acordé del buen Dios que nos impuso ese tremendo undécimo mandamiento: Cagarás mierda. Espero que esté satisfecho con mi cumplimiento del mismo.

  • Árbol

    27 de diciembre de 2005
    Árbol

    Árbol, originally uploaded by sulaco_rm.

    Íbamos en el jeep cuando lo vi venir y tuve que hacer la foto sin tiempo a detener el vehículo. Seguro que soy la única persona que le ve el encanto pero esto para mí es África, vida y muerte conviviendo juntas y bajo un cielo azul.

    Si quieres ver otras fotos del viaje a Sudáfrica las puedes encontrar en el álbum de fotos de Sudáfrica y si quieres leer el relato de dicho viaje, tienes su índice en Memorias de Sudáfrica

  • La Gran Cagada

    26 de diciembre de 2005

    Atención: espíritus sencillos, mentes dispersas y almas propensas al asco manteneros alejadas de estas líneas y seguid vuestro camino en pos de la luz. Queda dicho.

    Este relato se basa en hechos reales. Me lo ha contado un amigo y me ha permitido su publicación tras distorsionarlo en alguna medida. Sucedió este año. No quiero especulaciones, así que confirmo que no se trata de un sucedido mío, ni del turco o el chino.

    Todo comenzó en un camping, uno de esos lugares en los que los pobres nos hospedamos cuando vamos de vacaciones y los hoteles son demasiado caros para nosotros a pesar de que lo intentamos camuflar con aquello de que es mejor estar en contacto con la naturaleza y demás blá blá blá. Mi amigo estaba allí con su familia. Algo grande de los campings es que los baños siempre están en el quinto coño y unas cuantas veces al día te haces el paseíllo por esas calles abarrotadas en las que todo el mundo se empeña en saludarte aunque no te conozcan. Mi experiencia en esos lugares es basta. Durante diez años mis padres me llevaron a pasar los fines de semana al camping de Tauro así que sé de que se habla. En Guantánamo II los retretes estaban en la parte de arriba de la edificación, con vistas a las montañas. En Guantánamo I eran más miserables y compartían sala con las duchas.

    Volviendo a la historia, estamos en un camping y a mi amigo (al que a partir de este momento llamaré el señor equis) le entra un apretón. Esto sucede hasta en las mejores familias u ¿os creéis que las infantas no plantan el culo en un retrete para jiñar? El colega cogió su rollo de papel higiénico y echó a andar hacia las instalaciones sanitarias, situadas a unos doscientos metros de donde se encontraban. Es el paseillo de la humillación. Yo solía llevar el papel doblado y cortado para evitar los chascarrillos de los que te ven avanzar en silencio, cabizbajo hacia tu destino final. El señor equis no tenía nada que ocultar y seguía resuelto hacia su objetivo. Al llegar eligió el más limpio de los retretes, algo que cualquiera con medio dedo de frente haría porque a veces los hay que dan pena. Se metió en el recinto, echó el fechillo y comenzó a colocar el papel alrededor del asiento. Esta es la forma más habitual para defecar en retretes públicos. Existen al menos dos alternativas que se sepan: el vuelo del águila y el salto de la rana. En el vuelo del águila, el susodicho mantiene la inclinación mediante el control de sus músculos y no llega a tocar la silla. Este esfuerzo gimnástico es el preferido por algunas mujeres al mear. Para tareas más complejas resulta demasiado esforzado. El otro estilo, el salto de la rana, implica subirse a la silla y acuclillarse como si fuéramos una rana dispuesta a saltar al monte. Este estilo es más cómodo y sólo tiene el inconveniente de que al aumentar la distancia de caída, se incrementa de manera alarmante el riesgo por salpicadura. Yo siempre he sido fans del salto de la rana.

    Como ya he dicho el señor equis eligió el método tradicional y forró de papel el retrete. Se sentó (no sin antes bajarse pantalones y gallumbos), respiró hondo y se puso a obrar, eso que los eruditos definen como cagar y que aquí siempre mentamos usando el término jiñar. Todos sabemos como se hace y todos lo practicamos con mayor o menor asiduidad. Cualquier jiñada que se precie consta de pujos y alegrías. Los pujos son los esfuerzos que hacemos con músculos que de otra manera no se usan para expeler las substancias de desecho de nuestro interior y devolverles la libertad que perdieron al entrar por el hocico. Las alegrías son esos pequeños gestos de felicidad que se nos ponen en la cara cada vez que un pujo llega a buen término. En este caso nada fue bien. Se torció el sistema. Mi amigo comenzó a pujar: uuuuuuuhhhhhh, uuuuuuhhhhhh, uuuuuuhhhh, pero no salía la substancia. No hay nada más frustrante que esto. Unas gotas de sudor frío perlaron su frente. Llegamos a la segunda ronda. Agitó la barriguilla brevemente para aflojar la carga y ayudarla a bajar, algo que todos hemos hecho en alguna ocasión. Volvió a concentrarse, cerró los ojos y pujó con más fuerza. Tras veinte segundos se dió por vencido. Nada. Aquello no quería salir. Se quedó agotado del esfuerzo y tuvo que dejar pasar unos minutos para recuperarse. Lo más importante es controlar la respiración, recuperar la calma del espíritu para que nuestras chacras vuelvan a responder. Tras una nueva pausa, se agarró a las paredes del retrete, cargó los pulmones con una ingente cantidad de aire y empujó como nunca antes lo había hecho. El sudor corría por su cara libremente, sus ojos se achinaron con la fuerza, sus uñas se clavaban en los azulejos blancos y un sonido gutural salía de su boca. Mantuvo la presión tanto como pudo y algo comenzó a moverse en el interior.

    Cuando terminó esta nueva fase notaba que ya estaba más cerca del éxito en su empresa. Algo enorme pugnaba por salir. Algo macerado durante las últimas veinticuatro horas y compuesto de los residuos de toda la comida que había sido consumida. Aún no estaba fuera pero íbamos por buen camino. Las manos del señor equis temblaban por el esfuerzo realizado. Recuperó la calma y volvió al trabajo. Posición de batalla, brazos en cruz, aire en los pulmones y a empujar. Esta vez hubo un corrimiento de carga y tras unos instantes que parecieron siglos algo comenzó a ver la luz, el final del tunel y la proximidad del agua. Tras acabar esta nueva intentonael señor equis se dio cuenta del problema. Sucede muy de cuando en cuando a algunas personas que se les forma un tapón de mierda en el culo. Este tapón adquiere proporciones dantescas y es de muy difícil evacuación, requiriendo en ocasiones de asistencia médica. El señor equis no podía verse su propio ojete, pero sabía que tenía uno de esos tapones. Se sentía frustrado y amargado. Continuó con la lucha en contra del tapón durante cerca de dos horas. Había momentos en los que creía que triunfaría y momentos en los que se tragaba las lágrimas por la rabia. Pasado este tiempo decidió tirar la toalla, volver a su caseta, buscar algo con lo que hacer palanca y sacar el engendro infernal que llevaba dentro.

    El problema es que una parte del mismo estaba fuera y los músculos de esa zona no eran capaces de cortar aquello. Se tuvo que arremangar los pantalones y salir doblado del baño, tratando de minimizar el contacto de lo uno con lo otro. De esta guisa comenzó a volver hacia su caseta. Daba pasos cortos, doblado hacia adelante. Cada paso le acercaba un poquito más hacia el objetivo. La gente trataba de saludarlo pero él no respondía. Todos lo seguían con curiosidad, preguntándose la razón de sus problemas. Un hombre entero había cruzado el terreno camino de los aseos y un hombre acabado volvía de los mismos. Cuando ya estaba cerca de su objetivo notó algo extraño. Por culpa del movimiento se había desplazado la carga y la evacuación parecía inminente. Tuvo que dar media vuelta, aligerar el corto paso y tratar de llegar a los baños antes de que terminara de cagarse encima. Comenzó a sudar de nuevo. Se inclinó aún más y rezaba todo lo que sabía mientras caminaba ciego. Toda la gente salió de sus casetas y caravanas y se pusieron en los lados del camino. Ninguno decía nada pero todos miraban con el morbo y la satisfacción que da el saber que son problemas ajenos.

    Cada paso lo llevaba más cerca, cada uno de ellos era una batalla ganada. Por momentos creyó que no lo lograría y que terminaría cagándose allí mismo. A veces se paraba una fracción de segundo para tomar aire pero seguía moviéndose rápidamente porque cada pausa provocaba el desplazamiento de la substancia. Tras una o varias eternidades llegó al baño, cerró la puerta, plantó el culo sobre el asiento sin preocuparse lo más mínimo por el papel y tras cerrar los ojos y soltar músculos largó la Gran Cagada. Fue una de esas que se recuerdan toda la vida. Cuando terminó se quedó vacío y a gusto, tan a gustito que de haber sido fumador se habría encendido un pitillo. Se fue a las duchas para limpiarse. Lo necesitaba.

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