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  • Cañón roto

    29 de septiembre de 2005
    Cañón roto

    Cañón roto, originally uploaded by sulaco_rm.

    La mayor potencia del mundo crea una serie de fortificaciones a finales del siglo XIX para defenderse de agresiones externas, pone en ellas unos cañones espectaculares y estos no duran ni cien años.

    El cañón de la foto jamás fue usado. Se descompuso sin haber pegado un pepinazo. Digo yo que los cañones con cientos de años que hay repartidos por toda Europa y que aún siguen de una pieza son un claro ejemplo de que a veces la tecnología nos permite fabricar cosas más vistosas pero menos duraderas.

  • Temporada de caza: Garota de Ipanema

    28 de septiembre de 2005

    Uno tiene una tendencia horrorosa a estirar las historias como el chicle y por desgracia no puedo hacer nada para remediarlo ya que está en mi naturaleza. Es una pena que no logre enlazarlas todas y sacar un libro de todo esto, aunque imagino que forma parte de mis limitaciones y carencias. Aquellos que pasan por aquí de manera recurrente sabrán que lo que vas a leer a continuación es la continuación de un relato que comenzó en Temporada de caza y que después de un silencio de años pude continuar en el elegido. Si aún no las has leído no te voy a adelantar nada pero si te aviso que no entenderás el asunto sin haber explorado esas historias previamente.

    Dicen los que saben que los cerdos van al matadero con gran alegría, felices porque los sacan de paseo. Lo mismo se puede decir del turco. Sabedor de la semana que le esperaba, era todo felicidad y buen rollito. Para todos tenía una sonrisa, un guiño de ojos, una mano con la que ayudar. Yo no puedo hablar por el resto, pero en mi caso aproveché para que me pagara un par de cenitas y se dejara unos euros en unas cañas, que el mamón siempre consigue que yo sea el que acoquine con la cuenta. Pasó unos días de un empalagoso subido, tanto que me hacía recordar aquellos dibujos de tarta de fresa que veía cuando era un pipiolo. Aquella serie conseguía que vomitara los sesos día sí y día también. La jodida niña vestida de rosa con su voz de gallina clueca me enervaba hasta el máximo más absoluto, pero no conseguía desengancharme y fueron muchas las mañanas en las que me despertaba agarrotado con la imagen de ese dibujo animado aún fresca en mi memoria. En los días que pasaron hasta el lunes se convirtió en una sombra horrorosa del machote que solía ser. Ese fin de semana lo tuve que acompañar de compras, a renovar su ajuar y aportarle algo de estilo fresco y desenfadado. No creo que lo consiguiéramos ya que su mal gusto es de leyenda pero al menos lo intentamos.

    El lunes el hombre se levantó a las seis de la mañana y se sentó frente a su ordenador a esperar el correo con las instrucciones. Era el primer día de su nueva vida, su renacimiento como producto de consumo de masas. Después de un par de horas de mirar la pantalla, se cansó y se tuvo que marchar al trabajo. Algunos tienen la ventaja de vivir frente a la empresa de la que reciben las copiosas transferencias a fin de mes y él es uno de esos afortunados. ?nicamente tiene que cruzar un puente sobre el canal Amstel y ya está en la oficina. Miraba fijamente su teléfono móvil y lo mismo sucedía con el programa para recibir el correo. Finalmente apareció el mensaje deseado. El programa FO-YA-MÁS le mandaba su primera cita. El asunto no podía ser más claro: FO-YA-MÁS día uno.

    Miró a su alrededor para comprobar que nadie lo estaba observando y se lanzó a la lectura del mensaje:

    La primera cita será esta noche con Renata DoSeso-Faccile, una joven soltera que vive en Ámsterdam y que trabaja como dependienta en una de las infinitas tiendas de productos para turistas e incautos. Renata busca a su príncipe azul y espera encontrarlo en ti. Le gustan los hombres románticos y es muy melosa y cariñosa. Acudirás a su encuentro llevando en la mano un clavel para que ella pueda reconocerte. Sabrás quien es porque estará leyendo el libro El profesor de piano de Elfriede Jelinek.

    El colega me llamó inmediatamente para leerme el texto. Sonaba genial y más teniendo en cuenta el nombre de la colega, Renata DoSeso-Faccile. Como no todo el mundo nació hablando la única lengua verdadera, le expliqué que en el idioma que hablamos todos nosotros y los ángeles del cielo mismamente, aquello sonaba a que esa noche mojaba más que un temporal del mar del norte. La línea se quedó en silencio durante un rato y tuve que despertarlo de su sueño erótico y devolverlo al mundo real.

    Por la tarde se encontró con ella en el lugar acordado. Llegó con su BMW, vestido de chulo-putas riguroso, con su clavel en la mano para ser reconocido. En la terraza en la que se debían conocer habían varias chicas solas, pero sólo una de ellas estaba leyendo un libro, o al menos haciendo que lo leía porque lo tenía del revés. No todo el mundo está preparado para leer un premio Nóbel de literatura. El turco pensó que estaba cruzando las puertas del cielo. Sub-intelectuales como el que esto escribe sólo aspiran a escribir un libro y plantar una palmera a lo largo de su vida. Otros, como el otomano, son más prosaicos y sólo quieren llegar al fin de sus días habiendo cumplido el sueño de curar a dos lesbianas a base de polvos y follarse una mujer de color. El primer deseo tiene unos enormes signos de interrogación, pero el segundo nunca lo tuvo tan cerca como en ese instante, ya que la tan mentada Renata DoSeso-Faccile era lo que hoy en día se denomina persona de color y lo que antes, cuando la hipocresía no campaba a sus anchas, solíamos llamar una negra.

    La chica encajaba en el grupo de mujeres de las que solemos decir que son monas, no pensando en la hembra del mono sino más bien en que era bonita, linda y aparentemente simpática. Su enorme sonrisa desplegaba unos piños como pantallas de cine, blancos como la nieve. Vestía como cualquier Jenny de centro comercial español, es decir, con menos ropa de la que debería. Se saludaron dándose los tres típicos besos neerlandeses y después de tomar un cafelito se pusieron en ruta. El turco había elegido un restaurante francés para impresionarla. Como las reservas en esos sitios se hacen con varios días y él no podía saber lo que le iba a tocar, se lo jugó todo a la carta romántica y parecía que le iba a salir bien. Llegaron a la puerta del restaurante y el turco hizo un alarde de poderío cuando le dio las llaves de su BeMeTa al aparcacoches y le dejó una propina de treinta y tres pesetas de las de antes o eso que conocemos ahora como veinte céntimos. Un propinazo que le hizo merecedor de una mirada de odio infinito por parte del turco que recogió las llaves. No hay nada mejor como la generosidad con tu propia raza para sentirse bien y este hombre lo sabe y si no que os explique por qué tenemos que bloquear como sea la entrada de su país en la Unión Europea si no queremos que sea el fin de Europa.

    Pasaron y el julandrón que siempre está en una tarima en la puerta de estos antros los recibió, cogió sus abrigos aprovechando para medir la capacidad de la taleguilla de mi amigo y los condujo a su mesa, en donde dos velas perlaban el espacio con su brillo y se veían acompañadas de una botella de champán del caro que descansaba en una champanera esperando que la abrieran. El rictus que mostraba Renata daba fe de lo impresionada que estaba. En aquel lugar, un pianista tocaba música en vivo, una melodía suave que invitaba a cruzar miradas con tu pareja y cuchichear al calor de los cirios. La gente hablaba en voz muy baja y todos buscaban la proximidad con sus compañeros. Se acercó el maitre para ofrecerles la carta y lamerles un poco el culo, que para eso le pagan. La chica a estas alturas ya no tenía capacidad para la sorpresa. Cogió el menú y cuando posó sus bellos ojos en el mismo, se llevó un disgusto. Aquello estaba en francés, idioma del que no tenía ni puta idea. Como no lo quería reconocer, torció un pelín la cabeza, haciendo como que meditaba y después de un rato, cerró la carta. El turco, acostumbrado a este tipo de restaurantes, tenía también muy claro lo que quería. Su conversación transcurría apaciblemente. Pidieron la comida, momento en el que quedó patente el poco dominio de la lengua gabacha de la chica. El maitre lo intentó cuanto pudo pero no consiguió averiguar lo que quería y al final terminaron con el menú abierto y ella señalando el plato.

    Mi amigo se pegaba más que un condón a un cipote y la chica no le hacía ascos. Le susurraba tonterías al oído y ella se reía y se tapaba los dientes con la mano. A veces cogía el vaso de champán y mantenía bien tenso el dedo meñique como cualquier dama de alta cuna. Ella lo quería saber todo de la vida de este hombre que se podía permitir estos lujos asiáticos y él solo buscaba la forma de endiñársela allí mismo. Tras la frugal ensalada que comieron de entrante llegó la carnaza, el plato principal. En el caso de mi amigo era un pato a las finas hierbas con una presentación soberbia. El cocinero había dado el do de pecho al hacer tremenda obra maestra. Para ella era un filete con habichuelas recubierto de una salsa que despedía un tufo horroroso. La pobre había pedido una mierda intragable, pero por no reconocer su ignorancia hizo de tripas corazón y sonrió aún más si cabe. Comenzaron a comer en silencio, aunque el turco rompía aquel vacío con oportunos comentarios con los que lucirse. Tras engullir unos cuantos bocados, la chica de Ipanema estaba en serios problemas. No es que la comida fuera mala, es que era asquerosa. Se echó un trozo bien grande al gaznate para tratar de bajar aquello lo antes posible y cuando intentaba tragarlo se le atascó en el esófago. Comenzó a dar arcadas y a ponerse roja. Sus pujidos alertaron al colega, que después de depositar su servilleta sobre la mesa se levantó para ver si podía hacer algo. La chica sufría unos tremendos espasmos y la tuvo que agarrar por detrás y hacer ese gesto que hemos visto decenas de veces en el cine. El pedazo de carne salió efectivamente volando y vino a caer en la mesa que estaba a su lado, en la que una pareja ya entrada en años miraba con estupor aquel trozo de animal muerto y medio masticado que les había tocado. El maitre llegó corriendo y agitando los brazos como un molino de viento, mientras lanzaba mil y una excusas en francés para la pareja que sufrió los daños colaterales.

    Renata mientras tanto trataba de recuperar la respiración y se fue al baño a refrescarse y muy posiblemente a vomitar aquella mierda. De esta forma tan tonta se jodió la noche. Tras aquella debacle no hubo forma de rectificar la cosa. La chica se recubrió de una coraza protectora y lo dejó todo fuera. Ya no tenía sentido continuar con aquello. Estaba claro que esa noche no iba a suceder nada más. Después de pagar, esperaron el coche en la entrada y el hombre la dejó en la puerta de su casa, en donde se despidieron con un frío apretón de manos. Toda la alegría de la mañana se había esfumado. No hay palabras para describir lo que sentía. Con ésta estaba claro que no tenía ninguna oportunidad. El sueño de la chica de Ipanema se había esfumado tan rápido como había llegado.

    Así acaba la primera cita. Esto continuará aunque no os puedo dar una fecha concreta. Puede ser mañana o el día después de mañana, por lo que tendréis que permanecer alerta.

  • Fort Massachusetts

    28 de septiembre de 2005
    Fort Massachusetts

    Fort Massachusetts, originally uploaded by sulaco_rm.

    Hasta ahora he escrito sobre el fuerte Massachussets pero no había puesto ninguna foto en la que se vea al completo. La foto de hoy es de la entrada al fuerte y la hice utilizando la función de panorama de la cámara, mi vieja Canon Powershot G2.

  • Temporada de caza: El elegido

    27 de septiembre de 2005

    No se puede comprender esta historia sin haber pasado previamente por ese proceso de aprendizaje que es la lectura de Temporada de caza, la cual es el primer episodio de esta opereta. Ya sé que son muchas palabras sin sentido y que la pereza y la televisión os han convertido en minusválidos intelectuales incapaces de leer, pero quizás deberíais agotar vuestro crédito de palabras para el día de hoy y leeros ambas historias.

    En su sempiterna búsqueda del coño fácil el turco no se detiene ante nada. Escala cotas estratosféricas o desciende a simas abisales incansable en su tarea de conseguir una nueva novia, una hembra que le de sentido a su vida y algo de uso a sus condones. Ya hemos sido testigos de esos primeros pasos en el difícil arte del ligoteo barato y ahora marcharemos junto a él en esta nueva etapa de su aprendizaje.

    Tras observar su incapacidad para triunfar donde otros dan el paseillo, el turco decidió tomar medidas drásticas. Acudió a la Internet, esa fuerza imparable que todo lo contamina y buscando buscando encontró un servicio de citas a ciegas. Por la módica cantidad de veinticinco euros te garantizan cuatro citas con cuatro almas solitarias y el hombre se lo jugó todo a esta carta, convencido de sus grandes posibilidades una vez la hembra está en su corral. Entre las condiciones del servicio aparecía que son ellos los que eligen las parejas y aunque en el momento de la inscripción te enseñan unas fotos de unas chochas de la muerte, nunca se sabe lo que te puede tocar, algo que para Forrest Gump era un aliciente pero para el normal de los mortales es una preocupación.

    Una vez acabó su perfil le comenzaron a llover correos de un sistema que parecía muy ocupado apañando su vida. Mi amigo se frotaba las manos y se pavoneaba jactándose de lo pronto que dejaría de estar soltero y pasaría a formar parte del club de los puretas muertos y acabados. Su salario, su formación, su currículum, su coche, su apartamento de lujo, todas estas cosas seguro que atraerían a las féminas que al contrario que el macho, que solo mira las tetas, miran más los accesorios de consumo. Leer lo que puso el hombre era dar un paseo por las marcas de moda más caras. No mentía completamente, porque yo puedo dar fe que el colega está podrido en dinero, que tiene un sueldo de agárrate a la pared para que no te caigas y también puedo confirmar que si el empleado de una tienda es lo suficientemente maricón, es capaz de endiñarle ropa de más de trescientos euros sin mucha dificultad, únicamente con la ayuda de la lisonja barata.

    Un día más tarde de su entrada en el universo de las citas cibernéticas organizadas con el programa FO-YA-MÁS, recibió una llamada en su móvil. Una chica de voz melosa comenzó a hablarle en holandés y soltarle un rollo enlatado. El otomano la placó en seco y la puso de nuevo en ruta, explicándole que pese a tener un diploma del gobierno certificando su perfecto dominio de esta lengua bárbara, prefería el uso del aséptico inglés internacional, ese que hablamos todos los ciudadanos del mundo salvo los ingleses y americanos. La joven conmutó sin más problemas y entonces pudo saber que había sido elegido para un proyecto especial del programa FO-YA-MÁS. Le dijo que era muy afortunado, que en una base de datos de miles de millones de individuos, él era el elegido, The chosen one como se dice en la lengua de los tejanos. Esta suerte tan grande le podía conducir a la fama y al estrellato mediático.

    La joven le dijo que no le podía contar nada más hasta que aceptara las condiciones, que hasta allí podía leer. Una vez aceptadas se enteraría de los detalles. Por descontado, no se puede echar atrás una vez dice que si y para evitar su escapada, estaban grabando la conversación y dicha cinta podría ser usada en su contra en cualquier tribunal de tres al cuarto con algún juez amargado por no tener casos de verdad. Le repitió esta información dos veces y le dijo que tendría que decir claramente YO ACEPTO LAS CONDICIONES antes de recibir la información secreta y confidencial que cambiaría su vida por siempre jamás. Mi amigo el turco, que estaba conduciendo su BMW al recibir la llamada, se tuvo que salir a la mediana en la autopista porque la emoción que le embargaba era tan grande que le impedia conducir y seguir la conversación. Temblaba convulsivamente de puro gusto ante la idea. La chica se quedó en silencio para que se lo pensara y ese silencio se pudo medir con unidades normalizadas. Fueron exactamente medio millón de microsegundos los que le tomó el formular el juramento: YO ACEPTO LAS CONDICIONES. Entiendo que a veces leen estas torcidas líneas personas que no prestaron atención en el colegio y que quizás no sepan que medio millón de microsegundos es lo que ellos llaman medio segundo, lo cual me sirve para recordaros que siempre hay una medida que hace parecer las cosas monstruosamente grandes o pequeñas y si no que se lo digan a todos mis amigos que se miden sus respectivos miembros en milímetros para embobar a las chochas, que quedan fascinadas por semejantes cantidades y desconocen aunque jamás lo reconocerán la unidad que están usando. Esas mismas chochas suelen salir muy decepcionadas de sus experiencias sexuales, ya que en su retorcida imaginación se veían empitonadas hasta el infinito y más allá y en la práctica no llegan a sentir más que un ligero cosquilleo vaginal.

    Volviendo a nuestra historia, una vez juró y prometió aceptar las condiciones, se procedió a la explicación. El programa FO-YA-MÁS, el cual ha sido codificado en colaboración con la Universidad del Chimpún Nórdico, tras intensas búsquedas en su base de datos había extraído cuatro nombres de santos varones. Tras cambiar las cintas de cassette y poner las de las chicas, el programa había vuelto a echar humo hasta conseguir otros cuatro nombres de hembras. Ahora que los ocho estaban seleccionados, se organizarían cuatro citas de cada bestia de sexo masculino con los correspondientes animales del sexo femenino. Las citas tendrían lugar a una por día, comenzando en lunes y terminando en jueves. Una vez concluido cada uno de estos eventos, las jóvenes y solamente las jóvenes tendrían que llenar un extenso formulario en el que darían cuenta de las horas pasadas junto al candidato. Terminadas las cuatro citas, el programa FO-YA-MÁS procesaría los resultados y elegiría a uno de los machos, el cual acudiría el viernes a un programa en la televisión y se enfrentaría a las cuatro chicas. Allí, ese ganador potencial, terminaría eligiendo a una de ellas y podría continuar profundizando en la relación o al menos intentando mojar más y mejor.

    Era como música para los oídos de nuestro príncipe rubio y turco. Se veía coronado entre el sexo femenino, con todo un estadio de tías calientes como burras en celo rebuznando su nombre mientras le tiraban al escenario bragas, sujetadores, condones y similares. Toda su vida se había preparado para esto y sabía que no podía fallar porque él era el elegido. La ronda de citas comenzaría la semana siguiente el lunes. Recibiría la información sobre el lugar y la hora del encuentro por la mañana de cada día. ?l decidía a donde llevaba a la joven para impresionarla y era él quien estaba al mando de la aventura. La ruleta de las citas a ciega se pondría a girar y el azar le llevaría de la mano hacia el éxito y la culminación de sus aspiraciones sexuales.

    Cuando acabó la conversación telefónica nuestro amigo estaba en estado de éxtasis absoluto. Resulta difícil describir como se sentía, pero estoy convencido que muchas santas y beatas que supuestamente han tenido experiencias divinas no han gozado ni la mitad de lo que pasó mi amigo. Lo primero que hizo fue llamar para contarme la buena nueva. Yo tuve que representar el papel que su adormecida conciencia no había sido capaz de representar y le pregunté sobre lo que pasaría cuando en su empresa lo vieran por la tele rodeado de Jennys de clase baja explicando las guarrerías sexuales que quizás llegaría a cometer. ?l no había pensado en esa pequeña mancha de su plan maestro y decidió no tenerla en cuenta.

    Ahora que su vida parecía estar en las vías del tranvía del amor, encarrilada hacia un futuro de pasión verdadera, todo le parecía hermoso y cualquier tontería lo hacía feliz. Pasó los días restantes de la semana planificando sus citas y reservando restaurantes.

    En los próximos episodios veremos como le va con las chicas. Ya sé que me odiáis por partir las historias pero quiero recordaros que yo soy el que se tiene que sentar a exprimir su escasa masa cerebral para modificar un suceso real y adornarlo de manera que al menos una sola persona tenga las agallas de decirme que le ha gustado. Como sé que sois impacientes, os diré que la idea es repartir las citas con las chicas entre uno o dos episodios más. En el peor de los casos serán cuatro historias, a una por chica.

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