Distorsiones

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  • Avistamientos invernales

    10 de marzo de 2005

    El turco y yo siempre estamos preparados para lo imprevisible y no dejamos pasar las oportunidades cuando se presentan. Este fin de semana pasado, cuando nos encontramos, aprovechamos para realizar varias actividades. Esta vez el chino no se unió a nosotros porque parece ser que tenía compromisos asiáticos. O dicho de otra forma, se juntaba con otros de su país a despellejar a las guarrillas chinas que viven en Holanda, que yo no entiendo lo que dicen, pero por los gritos que pegan, por las risas y por las caras está claro que no hablan de las laceraciones de Santa Teresa de Jesús. Más bien están tratando sobre las domingas de alguna de las amarillas o sus capacidades amatorias. Todo esto siempre tomando té chino y comiendo de esa forma tan peculiar que ya he explicado en múltiples ocasiones. Así que como el colega nos había dado el fin de semana para asuntos propios, nos fuimos de cacería. Primero me pasé la tarde haciendo fotos por Ámsterdam y después, cuando nos encontramos, nos vimos una película y nos fuimos de bares. Como siempre vamos a los mismos y ya tenemos el material super catado, decidimos darle una oportunidad al viento y dejar que nos llevase a sitios nuevos, descubrir universos inexplorados, sorprendernos ante lo desconocido y tal y tal y tal.

    Al final acabamos en un antro en el que la señora de la limpieza no pasaba desde antes de la primera guerra mundial. Aquello hacía tiempo que había dejado de ser suciedad y se había incorporado al mobiliario y a la pintura de las paredes. El tono marrón impresionaba. Lo que nos atrajo del local fue que estaba lleno de tías y el que hubiera una bandera con el arco iris en la puerta no nos detuvo. Total, es de todos bien sabido que curar una bollera abre las puertas del cielo de par en par y uno debe intentarlo al menos una vez cada dos años. Así que no nos dejamos intimidar por el silencio que nos acogió al cruzar la puerta. Todas nos miraron y creo intuir que no era amor ni aprecio lo que se veía en sus caras. Tampoco es que nos importara demasiado. El turco se ve a si mismo como a un ser superior y yo estoy autoconvencido de mi intelectualidad (aunque sea de cloaca, pero intelectual al fin y al cabo). Así que ni siquiera sentí como resbalaban por mi camiseta de marca blanca sus puñaladas visuales y todo lo más, me arremangué los gallumbos de Marvin Glein para que se pudieran ver por encima del cinturón. Esto fue lo más duro, porque al tirar de ellos me trillé un huevo y por orgullo y por mantener el tipo me tuve que tragar el dolor, esa punzada seca y cortante que partiendo de salvas partes comenzó a extenderse como un virus hacia el resto de mi serrano cuerpo. Yo ni caso, amplié mi sonrisa, para permitirles a todas apreciar mi perfecta dentadura y seguí el paso del otomano.

    Cuando llegamos a la barra, la tía que estaba detrás me impresionó. Obviamente a ella le iba lo de hacer de macho. O eso, o era un tío de verdad, porque nosotros parecíamos dos mariconas al lado de aquel engendro. Salvo por el pelo en el pecho que no poseía, tenía unos brazos como columnas dóricas y unos tatuajes que impresionaban hasta al Cristo que llevo colgado al cuello. Nos trató a la patada, pero nosotros como si nada. Pedimos nuestras cervesitas y aquí paz y en el cielo hostias. La tía se puso a afilar un cuchillo, pero si era algún tipo de directa, no la captamos. A nosotros nos tenía fascinados la fauna del local. Eran todo tías. Desde aquí os digo que hay que ir más a menudo a los bares de lesbianas, que por lo que parece, solo entran tías. Son un poco ariscas, pero nada que no se arregle con un poco de vaselina.

    Las tías se podían separar en dos grupos. Las super-machorras, como la camarera y las adorables ninfas que pueblan nuestros sueños y a las que todos queremos hacerles unas cuantas guarrerías sexuales y por favor, no me refiero a fisting ni cosas de estas, sino a un simple mete-saca, unos faciales, un poquito de sexo anal y esos pequeños placeres de la vida. Inmediatamente activamos los filtros y pasamos a despreciar a las que se creen iguales nuestros y nos centramos en las otras. Esos dulces angelitos que esperaban que un gran hombre las rescatara.

    Una de ellas, adorablemente modosita, nos miraba con curiosidad, lo cual despertó la ira de la supongo que le restregaba la pipa del coño habitualmente. Pese a la ira de su amiguita machorra, ella siguió mirándonos y sonriéndonos. El turco es muy simple y en seguida se crece, así que se fue al baño a aliviarse. Por motivos desconocidos no tenían baño de hombres, pero eso no lo detuvo. Se metió en el baño único de mujeres y aprovechó para mear sin levantar la tapa, procurando salpicar lo más posible. Ya se sabe que hay que demostrar la hombría en circunstancias extremas y en eso mi amigo es insuperable. Seguimos bebiendo y flirteando con la chica. Las otras también nos controlaban, aunque después de un rato pasamos a ser parte del mobiliario y ya perdieron unpoco de interés.

    Cuando nadie parecía darse cuenta, la chica a la que mirábamos fijamente nos guiñó un ojo y descruzó las piernas. No fue un gesto casual ni normal. Después de que acabó su guiño empezó a mover lentamente los apéndices inferiores para separarlos. Por culpa de los focos, o gracias a ellos y porque nosotros estábamos sentados en unos taburetes un poco altos, de repente fuimos testigos de un avistamiento. Un coño afeitado nos sonrió y nos mandó saludos. Ni os cuento la calidad de la visión. Lo vimos todo. Ha sido de las que marcan época. Nos quedamos los dos quietos, sin saber que hacer. La chica, cuando volvió a juntar las rodillas para cerrar la almeja nos volvió a picar el ojo y nos sonrió. Yo me quedé temblando y el turco estaba peor que yo. Después de mirarnos el uno al otro durante muchísimos segundos, salimos corriendo dándonos codazos para ganar la carrera y ser el primero en llegar al baño, que la necesidad apretaba. Nunca olvidaré ese chocho, aunque la cara de la chica ya es historia.

    Nos quedamos en el local hasta que se fue, aunque no volvió a repetir la jugada. Cuando salimos, juramos sobre las páginas amarillas de KPN que a partir de ahora, nosotros apoyaremos el lesbianismo y frecuentaremos sus bares, que uno nunca sabe lo que se puede encontrar en esos sitios y en la iglesia siempre dicen que dentro de cada uno de nosotros hay un misionero, así que lo pienso dejar salir a menudo.

  • Setas en el bosque

    9 de marzo de 2005

    Setas en el bosque
    Y ya que Til las nombró, aprovecho para poner una de las fotos que hice el pasado otoño. Esta fue tomada en Gooilust, una pequeña reserva natural situada al oeste de Hilversum. Como curiosidad sobre ese sitio, decir que pertenece a una ONG holandesa que se dedica a mantener y crear nuevas reservas naturales. La gente paga una suscripción al año y con el dinero que consiguen mantienen todos estos parques con senderos para que se pueda caminar. Lo más alucinante es que prácticamente todos los holandeses están subscritos a alguna de estas organizaciones y aflojan sus quince o veinte euros al año para poder disfrutar de esas zonas de recreo. En principio los que no pertenecen a la ONG no están autorizados a visitar esos parques ?privados?? pero no hay ningún control y en la práctica, españoles malas personas como yo lo hacemos. Algún día creo que me apuntaré a una, más que nada para que sigan manteniendo esos sitios tan hermosos. Y decir que alrededor de Hilversum hay una concentración de parques naturales, lo que vulgarmente se conoce como ?t Gooi.

  • Arroyo de la miel

    9 de marzo de 2005

    Me bajo a España. Desde hoy hasta el domingo estaré por Málaga (o para ser más precisos en Benalmádena Costa y Arroyo de la miel) tratando de encontrar a mi musa, que esta bitácora anda muy de capa caída últimamente. A la vuelta, pilas recargadas y un nuevo barrigón que volver a perder, lo que se está convirtiendo en un hábito. Llevo desde navidades ganando y perdiendo embarazos. Me sale un tripón de la hostia y después a base de sacrificio, hambre y miseria lo pierdo. Hoy sin ir más lejos me han invitado a tarta de frutas del bosque en la oficina y con lágrimas en los ojos y un hilo de babilla colgándome del labio he tenido que decir que no.

    No me llevo el portátil pero he dejado escrito todo lo de la semana, para que no se diga. Ya os adelanto que habrá una anotación de esas que me colocan en el lado ordinario y vulgar de la balanza, pero que se le va a hacer, tiene que haber gente en ambas partes, digo yo. En caso de que en Málaga tenga acceso a la red y tenga ganas es posible que emita en directo, pero si no, tendréis que conformaros con el diferido. Como siempre, estaré con los ojos bien abiertos en los viajes, tanto de ida como de vuelta, que los aeropuertos y los aviones son fuente infinita de inspiración. En esta ocasión repito compañía y viajo con Transavia, que por cuatro duros y dos perras gordas se consigue billete al sur de España cuando ponen buenas ofertas.

    Esta semana ha resultado muy dura e intensa en el trabajo. En dos días y medio de trabajo me he hecho veinteseis horas de curro. Al menos el esfuerzo ha merecido la pena y estoy convencido de que se verá premiado.

    Bueno, corto aquí que siempre me enrollo como una persiana. A cuidarse mucho y no me seáis malos.

  • La culpa es de la perra de tu hija

    8 de marzo de 2005

    En este universo y en esta realidad han cambiado muchas cosas. Para empezar, el fin de semana se lo pasaron escondiéndose de mi. Antes de aventurarse a bajar las escaleras se paran tras su puerta, cuchicheando aterrorizadas. La rueda del destino ha girado y el momento de poder está de mi lado. Las chinas me tienen miedo. Nunca esperaron un mensaje tan claro y contundente. Se creían las dueñas del patio y ahora andan desconcertadas. Seguro que se lo están preguntando: ¿hasta donde llega su locura? La cuestión está ahí, flotando sobre su puerta, pero no se atreven a hacerla. Les da miedo averiguar la respuesta. Cuando me oyen subir o bajar las escucho echar el seguro y agruparse tras la puerta. Se les ha metido el miedo en el cuerpo. Si fuera un poquito más normal sentiría remordimientos, pero como nunca he sido como los demás, disfruto como un enano subiendo y bajando las escaleras a cualquier hora, parándome en su rellano a pensar mientras golpeo suavemente el suelo, con un ritmo monótono, recordándoles que estoy allí, que sigo siendo peligroso y que ellas no saben por donde les saldré. A veces me entrevén limpiándome la raña bajo las uñas con el cuchillo de cocina más grande que tengo. Otras veces, cuando se asoman, me encuentran cortándome las garras de lospies con el machete. Digo garras porque mis uñas inferiores han crecido hasta tomar el aspecto de zarpas de animal mitológico. Puedo escalar una pared sin tener que usar calzado especial. Miran hacia arriba y estoy allí, con la lijadora sacándole punta a mis uñas. Yo las miro y sonrío, con ese rictus torcido que reservo para este tipo de momentos. En seguida corren hacia la puerta y se vuelven a encerrar. Los próximos días las obsequiaré con nuevos detalles pensados para incrementar su pánico.

    La perra de su hija ya no trota por el edificio. La madre le debe haber explicado que es un deporte de alto riesgo y que todo es por su culpa. Esa niña, que cuando llegó a Holanda ya era regordeta y ahora es un pedazo de cochina que parece a punto de reventar, lista para la matanza de San Miguel, me ha cogido miedo. Esa niña, que como siga engordando terminará trabajando de lastre de petrolero, un peso muerto del que se prescinde cuando hay que ajustar el barco. Esa niña que insulta la secular tradición de mujeres asiáticas menudas y pequeñas con su monstruoso cuerpo deformado por las hamburguesas. Ese bicho que hasta ahora gritaba y reventaba puertas. Veremos si lo vuelve a hacer. Veremos si es capaz. Ha comenzado la revolución y no va a ser silenciosa ni pacífica. Bienvenidas a la zona tenebrosa.

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