Con todo el apego que le tengo yo a de Machtige o la Poderosa para los españoles, comprenderéis que la mañana que me la encontré con la rueda trasera desinflada, me llevara un disgusto. La había dejado en casa porque tenía que ir a Utrecht a primera hora y aún no había llegado a nuestra pequeña familia la Macarena. Cuando volví a buscarla para ir al trabajo, me la encontré de esa guisa. La rueda trasera totalmente desinflada.
Inmediatamente pensé que era su venganza por haberla dejado en casa. Ella creyó que la había despreciado y para mostrar su enojo, o quizás de la rabia que acumuló, tenía una rueda sin aire. Un sudor frío perló mi frente. Yo, que espero con ansia que llegue la primavera para cabalgar con ella por las praderas holandesas, para irnos juntos a cruzar canales, atravesar bosques, saltar baches, esquivar tráfico y hacer todas las perrerías que el buen tiempo nos permite, yo no quería creer que esto le había pasado a ella. El día anterior, cuando volvimos del trabajo, no noté nada extraño. No hubo ningún indicio, nada que me hiciera esperar esta rabieta.
Le puse aire y pareció responder bien. Nos fuimos juntos a la oficina. Más tarde, después de comer, fui a visitarla y me la encontré de nuevo pocha, con la rueda sin aire. Oficialmente estaba picada, tenía un pinchazo. Una hembra como la Poderosa no merece semejante insulto. Volví a mi despacho y se lo comenté a uno de mis compañeros. Le dije que me iría pronto para llevarla a la tienda de reparación de bicicletas. Que la ingresen en la UVI de dicha tienda y la reparen lo antes posible, la curen y me la entreguen sana y feliz.
El hombre me miró espantado. Me preguntó que por qué no arreglaba el pinchazo yo mismo, que es algo que se hace en diez minutos. Le confesé que no tenía ni pajolera idea de como se hace y que no estaba dispuesto a hacer sufrir a mi bicicleta. Mi amigo el Chino, intelectual donde los haya, tuvo una serie de cinco pinchazos sucesivos hasta que se tragó su orgullo y fue a la tienda a que le repararan la rueda. Yo no estoy dispuesto a pasar por esto. Prefiero la humillación pública desde el primer instante y que curen a mi niña.
Dio la casualidad que este hombre ha pedido algún milagrillo que le he concedido, así que se sentía moralmente obligado a ayudarme. Sacó de su mochila el kit de reparación de pinchazos, que parece ser equipamiento estándar de cualquier holandés que se precie, se puso el abrigo y nos fuimos al aparcamiento de bicis. Me dio un curso acelerado y completo de reparación de pinchazos. Tardó exactamente diez minutos en repararla. La Poderosa estaba un poco abochornada al ver que la habían puesto boca arriba y que le estábamos mirando sus interioridades, pero también era consciente de la gravedad de la situación y de que le esperaban dos kilómetros a paso de procesión funeraria en caso de que la tuviera que llevar a la estación. Finalmente no hizo falta. Tras diez minutos estaba como nueva, esbelta, coqueta y elegante, aparcada en el centro de dicho lugar para que todos la puedan ver y admirar, que la niña me ha salido muy poco modosita.
Como agradecimiento al holandés que solucionó nuestro problema y me hizo ahorrar entre cinco y trece euros, dependiendo de si sólo reparaba el pinchazo o cambiaba la cámara al completo, le regalé al día siguiente seis magdalenas del carajo y el hombre me ha dicho que a partir de ahora es mi reparador oficial de pinchazos y que la próxima vez que suceda, que le avise.
Yo cruzo los dedos y prefiero pensar que esto fue un episodio puntual y que no volverá a producirse.