Distorsiones

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  • En otro mundo

    23 de agosto de 2004

    En otro mundo
    Los primeros canarios que llegaron a Luisiana en 1777 se encontraron en otro mundo. Al bajar de los barcos, esos setecientos hombres y mujeres canarias abrieron sus bocas con asombro. Ellos habían dejado atrás una tierra árida, yerma, en donde se luchaba por sacar algo que comer de la tierra. Lo que se encontraron fue como un sueño inalcanzable, un lugar en el que parecía no haber distancia entre sus sueños más salvajes y la realidad.

    El verde era el color predominante. Había verde por doquier. La vegetación crecía en todos lados. Y si no había verde, entonces era agua. Solamente mirando al mar habían visto tanta agua anteriormente. Pero esa era agua salada que no podían usar. Aquí era agua dulce. Miraban y miraban tratando de ver si despertaban del sueño que estaban viviendo. No podía ser real, debían estar en la profundidad de lo insondable, en los reinos oníricos.

    Cuando pasaron los primeros días en esta tierra vieron que su vida sería muy dura. Había agua y había vegetación, pero también habían miles de animales que nunca creyeron que pudieran existir. Las serpientes y los caimanes los aterrorizaron, al igual que las enormes arañas, los murciélagos, las nutrias y el resto de seres que los miraban desde la espesura. Pronto comprobaron que cuando plantaban, todas esas bestias se esmeraban en robarles los frutos.

    El agua, esa bendición, pronto demostró ser un poco caprichosa, cambiando de nivel bruscamente. Tras perder sus primeras casas con las crecidas del Misisipi aprendieron a construir en lugares más altos.

    Los barcos se marcharon y los dejaron solos, rodeados de esa selva. Aprendieron muchas cosas de los indios, que aunque al principio los aceptaron a regañadientes, después descubrieron que estas gentes sencillas solo querían vivir su sueño en el nuevo mundo.

    Para los curas fue distinto. Veían a los nativos como causas perdidas y motivo de perdición para los suyos. Los arengaban para que acabaran con ellos en el nombre del Señor, objetando que su mera existencia lastimaba sus pobres corazones y podía anular sus voluntades. La audacia y la crueldad de estos supuestos servidores del Señor no tuvo límites. Buscaban el oro de estas pobres gentes y después los mataban. La mezcla de soldadesca y clero creaba un monstruo imposible de detener. Allí por donde pasaban desaparecía la vida inteligente.

    Los canarios mientras tanto continuaron con sus sencillas vidas. Aprendieron a reponerse a todas las catástrofes naturales, a los caprichos del misisipi, a las inclemencias del clima, a los animales venenosos, al nepotismo de sus gobernantes. Una vez se asentaron en esas tierras las vieron como suyas. Pero no perdieron sus raíces. Mantuvieron su idioma y sus costumbres. Se convirtieron en una anomalía en medio de un país tan grande como los Estados Unidos. Fueron de los últimos en abandonar su idioma, bien entrado el siglo veinte. Los americanos abusaron de su inocencia y bondad. Les dieron las peores tierras, les anegaron sus terrenos con la excusa de salvar Nueva Orleans de las inundaciones, sin compensarlos de ninguna manera. Estas pobres gentes, orgullosos descendientes de canarios se repusieron siempre, levantándose del suelo una y otra vez.

    Aún hoy día, en el condado de San Bernardo, al suroeste de Nueva Orleans, se mantiene el núcleo original, con sus nombres y apellidos españoles, con sus costumbres canarias, y aunque dejaron sus islas más de doscientos años atrás, todos los siguen llamando ?los Isleños??.

    Sirva este pequeño recordatorio para honrarlos y para dar a conocer su historia.

    … sabes que yo estoy en otro mundo
    con un sueño eterno inalcanzable
    piensas que es posible conquistarme …

  • Hoy aquí, mañana vete

    22 de agosto de 2004

    Hoy aquí, mañana vete
    El día comenzó como cualquier otro día. Tras el susto producido por el despertador se quedó mirando el techo un par de minutos, confiando en que sea un sueño dentro de otro y poder seguir durmiendo un rato más. Nunca es así.
    Tras levantarse, ducha, desayuno frugal y coger la bicicleta para ir al trabajo. Diez minutos de paseo (o tortura según la temperatura y la estación del año) y llegó a su empresa. Un edificio amplio y vetusto que parece tener nostalgia de los años pasados, un lugar fuera de tono en esta ciudad tan futurista.

    Como siempre el aparcamiento de las bicicletas está lleno. Nunca deja de sorprenderle la cantidad de gente que aún teniendo coche prefiere venir a trabajar en bici. Encuentra un hueco moviendo unas cuantas y empotra la suya entre ellas. Sabe que a sus dueños no les gustará lo que ha hecho y sólo espera que no sean de los que se desquitan desinflando las ruedas o aflojando los frenos.

    Entra en la oficina en donde todo el mundo parece muy ocupado. La secretaria, que lo ve llegar, le da las buenas tardes, con su deje cínico, restregándole en la cara que venga a trabajar tan tarde. Le corresponde piropeándola, llamándola vieja de una forma sutil, aunque sabe que ella es incapaz de detectar su desprecio.

    Entra en su despacho. Su jefe lo está esperando. No es buena señal. El jefe espanta a su compañero invitándolo a que se pierda unos minutos en los laboratorios. Otra mala señal. Sólo nos separan de la manada cuando hay malas noticias. El adopta un sufrido aire de indiferencia y se dedica a conectar su portátil en la base. Con la mejor de sus sonrisas, aprendida tras horas frente al espejo, mira a los ojos a su superior.

    El hombre le rehuye la mirada. Mala señal. Le dice que se siente. Un sutil cambio de color comienza a modificar la tonalidad de su piel. La sangre se refugia en el interior y un barniz pálido lo cubre completamente.

    – ?¿Recuerdas la reunión que tuviste la semana pasada con los Comerciales??? – le preguntó directamente.
    – ?Sí. Fue sobre el nuevo proyecto?? – se quedó en guardia.
    – ?Bien. No sé como pudiste hacerlo, no sé como dijiste aquello, pero tuviste que meter la pata??. El reproche fue crudo y sincero. No lo acompañó con frases vacías ni con gestos superfluos. ?nicamente la información relevante.
    – ?Pero …?? – comenzó a defenderse aunque su jefe lo paró en seco
    – ?No hay pero que valga. No quiero volverte a ver. Vete y no vuelvas más??

    La frase sonó tan fúnebre y definitiva que ni se molestó en plantarle cara y optar por defenderse. En su lugar se quedó quieto, mirándolo a los ojos. Era la única defensa posible. El otro le rehuyó la mirada por segunda vez.

    – ?Todo pudo haber sido perfecto. No sabes el daño que nos has hecho?? – las palabras del hombre sonaban a disculpa.

    Su cerebro trataba de centrarse en algo. Enfocó la vista en los lápices y trató de aclararse las ideas. No parecía funcionar. Un odio irracional lo embargaba. El color volvía a su rostro. Un exceso de color. Del pálido estaba pasando a un rojo airado. Un pequeño tic comenzó a levantarle el labio.

    – ?¿Me puedes dejar solo unos momentos??? – preguntó, aunque se temía la respuesta.
    – ?No. Me quedaré contigo y te acompañaré a la salida. Aquí tengo el formulario que hay que rellenar para los burócratas de Recursos Humanos. Si no te importa me gustaría ir verificando todos los puntos de la lista que me han dado??.

    Se sintió humillado. Ni siquiera le permitían el desahogarse a solas. Se tuvo que tragar las lágrimas porque no quería darle el gusto de verlo llorar. Sacó fuerzas de donde pudo y colaboró para acabar lo antes posible la vejación.

    Cuando salieron al pasillo había un corrillo en la máquina de café. Miraban descaradamente hacia ellos. Supo que lo sabían. Todos lo sabían. Les lanzó una mirada despreocupada acompañada de una sonrisa cínica. Eso pareció descolocarlos. Ellos se esperaban verlo acabado, hundido, perdido y en su lugar lo veían sonriendo y triunfante. El corro de buitres se enfrascó en murmullos para analizar la nueva información.

    Avanzaron hacia la salida. La secretaria le dijo Adiós. Ni se molestó en responderle. Su desprecio por ella salió a la superficie y la mujer se vio reflejada en él, vio lo que él pensaba de ella y de su forma parasitaria de vida, inmiscuyéndose en el trabajo de los demás y corriendo con los chismes a los jefes para medrar y mantener el puesto. Ese era su trabajo. Ese y el de poner folios en la fotocopiadora.

    En la puerta, entregó el pase de seguridad y se marchó. No miró atrás. Llegó al aparcamiento y de una patada tiró todas las bicicletas que estaban alrededor de la suya. Salió sin rumbo fijo, sin saber a donde iría.

    … y no sé como pudiste hacerlo
    no sé por qué dijiste aquello …
    pero lo nuestro ha terminado
    no quiero volverte a ver …

  • Doble rasero

    21 de agosto de 2004

    Nuestra iglesia, la Iglesia Católica Apostólica y Romana siempre ha sido un ente extraño capaz de tomar las decisiones más exóticas. En la misma semana y en dos frentes diferentes barren para el lado que les conviene.

    Por un lado, en España, están en campaña contra el matrimonio gay (Dios, la palabra gay existe en el diccionario RAE) y parece que no quieren dar hostias a quien vote por el SÍ, aunque lo lógico sería que quisieran propinar unas hostias a los que voten afirmativamente, pero cosas de la vida, la misma palabra se usa para definir la comida que da el cura en la misa y un bofetón bien dado.

    Leyendo el siguiente artículo en el periódico El Mundo, con el sugerente título de Los diputados que aprueben el matrimonio gay no podrán comulgar sin confesar tropezamos con perlas como la siguiente:

    Para monseñor Gea el voto favorable a dicha ley «es muy grave» y «lo que no se puede es pensar en un catolicismo a la carta» ya que «la moral de la Iglesia se acepta o se rechaza, pero en bloque»

    Saltamos mil y pico kilómetros al norte, a un país en donde el matrimonio y la adopción homosexual lleva funcionando bastante tiempo y en donde la Iglesia Católica parece hacer oídos sordos y podemos leer la siguiente noticia en la prensa: El abuso sexual del cura es un ?accidente de trabajo?? según el Obispo (ojo, está en inglés).

    Os sugiero que leáis el artículo porque no tiene desperdicio. Básicamente, un cura de la diócesis de Rotterdam se folló (aunque yo lo denominaría violación) a una niña de SEIS A?OS. Tras la denuncia y la condena, la Iglesia Católica Apostólica y Romana, la misma que no quiere dar la comunión a quien vote Sí en España, ha pedido a su seguro que pague el dinero de la condena y las costas judiciales porque fue un accidente de trabajo. Follar niños por parte de curas es considerado por la Iglesia como accidentes de trabajo, algo que les sucede a menudo y que debe estar cubierto por su seguro. El siguiente párrafo os iluminará en este nuevo tipo de teología:

    To support its claim, it argues the abuse was committed by a priest during work hours and in his work place, his local parish. It further argues that there is a risk that a priest performing his pastoral work may carry out such an attack.

    Yo no recuerdo que la Biblia promueva ese tipo de comportamiento, pero parece que soy un poco estúpido y no termino de ver el significado del concepto del Reino del Señor. Y siempre creí que lo del voto de castidad era que no podían follar ni cascársela, pero supongo que también estoy equivocado y sólo se refiere a los momentos en los que no están de servicio, siendo lícito y apropiado que lo hagan como parte de su jornada de trabajo.

  • Retorciendo palabras

    19 de agosto de 2004

    Retorciendo palabras
    La bruma lo cubría todo. Una espesa capa se extendía hasta el horizonte formando un paisaje plano y monótono. Desde la atalaya en la que se encontraba trataba de atisbar algo aunque sin éxito. Todo lo que se podía ver era efímero y sin ningún valor. Quizás fuera mejor así.

    Unas horas atrás en aquel mismo lugar miles de hombres habían defendido su tierra frente a los agresores. Su honor y su orgullo les impedía regalar estas yermas laderas incapaces de dar fruto. El orgullo los mantuvo unidos incluso cuando supieron a ciencia cierta que estaban perdidos, que la hora de la derrota estaba cerca. Se agruparon y siguieron luchando juntos, hasta que el último de ellos gritó por última vez el nombre de su nación. Se defendieron atacando a un ejercito que era diez veces más grande que el de ellos. Pidieron a su Dios que hiciera por ellos lo que ellos ya no podían hacer, pero su Dios es el mismo que el nuestro y ayer estaba de nuestro lado.

    Ahora, al amanecer, el Dios misericorde lo cubría todo y dándole un aspecto fantasmal y hermoso a aquel terreno. Me pregunto si realmente estas tierras merecen la pena. Toda la sangre que hemos tenido que derramar para complacer a nuestro rey, para que sus trovadores ingenien grandes historias retorciendo palabras de amor y muerte con las que amodorrar a la plebe, para que los arpíos cortesanos se froten las manos pensando en el gran reino que podrán conseguir si eliminan al rey y a sus herederos.

    Cuentan los ancianos que cuando en las mañanas hay bruma es señal de que el verano se agota y el otoño está al caer. Debemos estar a las puertas del mismo.

    En su cerebro sonaban voces futuras y pasadas que lloraban por los hombres muertos, que le recordaban que era un arquitecto de edificios fugaces y que todo lo que había ganado hoy se perdería mañana. Una lágrima serpenteó por su cara, tímida y apocada, sabedora que estaba fuera de lugar. La dejó continuar su camino, sorprendiéndose por su emotividad.

    Era la hora de tomar decisiones. Tenía que encargar a sus hombres que quitaran a los cadáveres todo lo de valor que aún pudieran tener y que los amontonaran para quemarlos. En este lugar tan árido sería imposible enterrarlos, pero tampoco podían dejarlos allí. El obispo no se lo perdonaría. Así que el fuego era el último homenaje digno que podía regalar a estos pobres infelices.

    La guerra es injusta. Hoy fue él quien mereció morir. Un extranjero en tierras extrañas de las que sólo antojaba su nombre y la fama que reportarían a su señor y a sí mismo. Un emisario de la muerte que cayó como una plaga sobre este pequeño mundo y lo asoló. También mereció morir en batallas anteriores, decenas de veces, pero la suerte siempre estuvo con él, siempre se mantuvo a su lado. Su aureola de campeón creció al mismo ritmo conque la muerte lo evitaba.

    Sabía que el sólo era un decimal, un trocito sin valor en la historia del hombre, pero eso no lo consolaba. Odiaba lo que hacía pero una y otra vez lo volvía hacer. Todos decían de él lo que él mismo no se atrevía a pensar.

    A lo lejos el sol salía tímidamente por el horizonte. Un sol rojo que se comía la bruma y dejaba ver lo que habían hecho. Se dio la vuelta y se recogío en su caseta. Sus lugartenientes lo miraban silenciosamente mientras esperaban que comenzara a impartir órdenes.

    … de que sirve un futuro ideal
    construido en terreno ilegal …
    o un pasado que me hace dudar … del presente

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