Los diez días


Después de obligarme a hacerme una prueba PéCéeRre y que el resultado fuera negativo antes de regresar a los Páises Bajos, también habían puesto una vaga exigencia de tener que hacer una cuarentena de diez días, con multitud de reglas y reglas y reglas que la hacen imposible. Ya directamente, en los momentos de la llegada al país, el gobierno se la saltó al no recoger el papel con mi declaración jurada de prueba PéCéeRre negativa, algo que aún no he logrado entender pero todos sabemos que soy corto de entendederas y me exigen la prueba y después a la hora de entrar al país se las suda el documento oficial y en su lugar quieren una declaración jurada en la que firmas que la tienes, que yo la tenía, pero como nadie la recogió, el gobierno no sabe que yo llegué al país y eso también explica el coladero tan grande de casos que tienen los Países Bajos, sobre todo de la variante británica, de la que dicen que en una semana el porcentaje sobre el total de infectados está ya en un once por ciento, lo que seguramente indique que el valor real es de al menos un cuarto de los casos porque todos sabemos que las estadísticas y los números parecen siempre ir con retraso. Regresando al aeropuerto, después de que el gobierno no mostrase interés alguno en recoger mi documento, yo aproveché que hay un supermercado en el mismo (pero un supermercado de los de verdad, con los mismos precios que en el resto del país, no de esos supermercados de aeropuerto en los que cuando miras el precio de algunos productos el susto te puede provocar la decapitación de la almorrana), aproveché y compré las cosas que sabía que iba a necesitar de entrada y que no eran más que un yogur, un litro de leche UHT, media docena de huevos y un litro de suero de mantequilla. Esta visita al supermercado ya incumplía la lista de prohibiciones para los viajeros que llegan a los Países Bajos, igual que cuando bajé a la estación de tren y fui en tren hasta Utrecht Centraal y desde allí en otro tren hasta mi barrio. Eso también incumplía las normas, escritas por alguien que seguramente es un maestro del copiar y pegar, ya que dicen que para ir desde el aeropuerto a tu casa solo se debe usar un taxi preparado especialmente para el traslado de infectados, con pantalla de separación con el taxista, algo que suena bellísimo pero en mis años en este país, jamás he visto un taxi con esa pantalla, más que nada porque los taxis muchas veces son el coche familiar de sus trabajadores, que le quitan el luminoso ese que llevan encima y que indica que es un taxi y si no fuera por su matrícula, que es azul, nadie sabría que es un coche especial. Después de esas dos (o tres, si contamos la de las autoridades del país) violaciones de las reglas, más o menos me comporté como un buen ciudadano, con dos excepciones.

El martes de la semana pasada visité a mis vecinos tras mi regreso, habiendo dejado ya unos cuantos días en los que no tuve síntomas y cuando estaba allí hablando con ellos vino su sobrina, que casualmente es mi mucama. Nos quedamos todos de tertulia como una hora, ejercicio muy bueno para mi neerlandés. Al día siguiente, sobre las dos de la tarde vino la mucama a limpiar mi casa y como ese día llovía, yo también estaba por aquí. Una hora más tarde se aclaró el día, me despedí de ella y me marché a caminar y al volver la encuentro todavía en mi casa. La chama estaba hablando por teléfono con su hijo, al que habían mandado a casa desde el trabajo porque una compañera con la que supuestamente tiene poco contacto, dio positivo en el virus truscolán y podemita. La mucama se marchó a su casa, convencida que no pasaba nada y aleccionada en como conseguir que te hagan la prueba, ya que a menos que tengas síntomas no te la hacen, así que le expliqué que deberían mentir e indicar que tiene síntomas. El viernes me llama la mucama y me dice que su hijo dio positivo en el virus podemita y truscolán y que a ella le hicieron una prueba de las rápidas y dio negativa, pero que no se sabe si está infectadísima pa’l coño o aún peor, si ya lo estaba el día que visitó a sus tíos o al día siguiente cuando me visitó a mi. Desde el viernes, la cuchilla del virus truscolán y podemita pende sobre nuestras cabezas, aunque con cada día que pasa, la probabilidad disminuye un poco. Yo por si acaso, el mismo viernes, según me lo dijo, ya salí por patas pa’l super y aprovisioné a conciencia y visto que hoy sigo sin síntomas, regresé para avituallarme con las cosas necesarias para cubrir las recetas que quiero cocinar esta semana.

Ya lo tengo claro, como esta se infecte y se muera, me compro un robot de limpieza.


Una respuesta a “Los diez días”

  1. Si, anda uno siempre con la espada de Damocles encima de la cabeza con esto del virus truscopodemita, sobre todo, en mi caso, al estar yo mas interrelacionado que antes, ahora con bastante familia, aunque todos tenemos mucho cuidado al estar plenamente conscientes del peligro que hay para los seniors como yo, y que tu dirias para los ancestrales… 🙂
    Salud
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