
En el interior del castillo, lo que más me impresionó son las grandes escalinatas de acceso a la parte superior, que fueron una adición en tiempos de María Teresa I de Austria, que era una infatigable trabajadora como cualquier escoria podemita o truscolana y le pidió al arquitecto que las hiciera bajas y anchas para poder subir hasta su cuarto a caballo, que lo de bajarse del mismo y subir las escaleras como que era un sacrificio muy grande. Con tanta reconstrucción y expolio, las paredes están super-hiper-mega blancas, que allí no falte la cal.