Con bigote y sin bigote sigue siendo chochote


El lunes por la tarde, sobre las ocho, tenía estreno exclusivo solo para los que están abonados a la cadena de cines que yo frecuento y además de ver una película inédita en estos Países Bajos, nos daban un refresco y algo de comer que podíamos elegir entre una gran variedad de opciones. La película en estos eventos es lo de menos y todos acudimos en masa. Salí de mi casa con tiempo y en manga corta porque nos saltamos la primavera y ya llegó el verano y hoy mismamente es el Rokjesdag, el día oficial en el que las hembras de la manada se afeitan las gambas y sacan las pezuñas al sol para que los machos las admiren, usando para ello faldas. Como el lunes ya se notaba el subidón de temperatura y estábamos a unos veinte grados, las hembras que funcionan con un metabolismo más fresco ya estaban acaloradas y se habían pasado a las faldas y en esas que salgo de mi casa hacia el centro con La Zurriaga y voy tan feliz y contento ya que con calorcito, el paseo en bici es maravilloso. Voy quemando etapas en mi ruta, cruzando puentes y me acerco al cine. Estoy por la banda izquierda del Oudegracht pasando el Oudaen, épica cervecería y restaurante y me quedan menos de cien metros para descabalgar, aparcar y entrar en el cine. En eso que veo una hembra de huesos fuertes o eso que en la Isleta definíamos como GORDA u OBESA. Viene hacia mi en bici, con unos neumáticos que debían ser de diamante para aguantar ese presión y ella, como buena hembra, va con su multitarea, con una mano en el volante, los pies en los pedales y la otra mano en el telefonillo en el que comprueba su CaraCuloLibro y mantiene treinta y seis conversaciones en paralelo. Con tanta actividad, lo único que no hacía es mirar la ruta por la que pedaleaba y que estaba llena de gente, ya que los holandeses, igual que los caracoles, con el calor sacan sus cuernos y vergüenzas al sol. El sol aún no se había puesto, habia un montón de luz y en eso que aquella pava se acerca despacio hacia mí. Tenía unos patotes de esos de pisar las calabazas para hacer zumo, vamos, unos tobillos como baldes de anchos y se veían esas lorzas que se peleaban entre ellas por pillar una buena zona. Ella no llevaba medias y cuando al pedalear mueve un pie hacia arriba y el otro consecuentemente bajó, veo algo extraño. ¿Qué es eso? ¿Será un avión? ¿Será un tulipán? ¿Que será, será? Al final el tiempo nos lo dirá y en el siguiente ciclo de pedaleo, un poco más cerca de mi, la flor de su secreto o eso que en la Isleta se denominaba más científicamente como su COÑO quedó expuesto, con bigotillo rubio por encima, más bien una matilla escasa de pelo, pero bigotillo al fin y al cabo. Allí, en sus bajos, las lorzas aún no habían tomado posesión de la amplia superficie y ese chocho me saludó. Ella intuyó algo porque alzó la vista desde su pantalla y pudo ver perfectamente los dos punteros láser que salían desde mis ojos y que puedo garantizar y garantizo que no miraban a sus ojos. Intentó bajarse la falda y tapar sus carencias de bragas pero no podía, o soltaba la mano o se empetaba el teléfono en el chichi y ninguna de las opciones era de su agrado. Su cara trocó en odio y vergüenza, sobre todo cuando vio como me relamía y hasta leyó el mensaje que aparecía sobre mi cabeza, iluminado por mi aura angelical: #YÚTÚ. Fue el primer y espero que no el último avistamiento de este año 2018 en el que el invierno se ensañó con nosotros. Queda escrito para la posteridad que en el 2018, e


3 respuestas a “Con bigote y sin bigote sigue siendo chochote”

  1. Sigo sin entender lo de que no usen bragas. Será que como se lavan menos quieren airearlo? No me entra en la cabeza…. Tú vas por ahí sin calzoncillos?

  2. Yo no porque no hay nada más dañino para un cataplín o sus pelos que una cremallera pero aún tengo la retina quemada con un chamo en bici por el centro de Utrecht que llevaba los güevos colgando como bolas de árbol de Navidad.