Cuarto día. Arriba, en el cielo


El relato comenzó en Los preparativos y el comienzo del viaje a Polonia

Yo me acostumbro rápidamente a los nuevos ambientes y para el cuarto día ya era como si hubiera vivido durante años en la pensión. Ya no me despertaban los ruidos extraños que se oyen en el lugar y el entorno me era totalmente familiar. Al igual que hice en los días precedentes, nada más abrir los ojos miré por la ventana y pese a que según los pescadores el día iba a ser soleado, el cielo estaba encapotado, la bruma cubría las aguas y no parecía que fuese a mejorar mucho más. Me duché y antes de bajar al comedor desperté al Moreno.

La chimenea crepitaba y calentaba la habitación y los compañeros que ya habían bajado hablaban entre ellos sobre lo mal que pintaba el día. Estábamos al borde de la lluvia, se podía respirar en el aire la humedad. Aún así, era nuestro último día yendo en los botes y no había alternativa alguna. Después de desayunar bajamos al puerto y allí se volvió a repetir la estúpida conversación con el pollaboba que quería reorganizar los barcos. Nosotros ya teníamos pactado lo que queríamos hacer, así que lo ninguneamos y nos fuimos directamente a nuestro pescador, subimos en su embarcación y le dijimos que ese día queríamos ir por la derecha. Para cuando se dieron cuenta, nosotros ya salíamos del puerto y nos despedíamos agitando las manos. La cara de odio infinito de aquel tío no tuvo precio y nos sirvió para echarnos unas risas.

En la zona en la que anteriormente habíamos visto un montón de águilas pudimos observar unas cuantas en los árboles pero no se decidían a lanzarse a volar y recoger su comida gratuita. Desde allí seguimos hacia la isla y aunque vimos tres águilas, también se negaron a cooperar. Cruzamos la bahía y nos topamos con una que comenzó bien, se acercó, empezó a dar vueltas sobre nuestras cabezas y miraba el pescado pero no lo cogía. Estuvo allí casi diez minutos y aunque hicimos fotos, son vistas aéreas muy bonitas pero a las que les falta el toque de magia.

En nuestro siguiente encuentro vinieron dos águilas y tras rondarnos un minuto se marcharon. Ese día el viento pegaba fuera y en la barca hacía un frío del carajo. Yo me puse los pantalones chubasqueros para frenar la acción del viento en mis piernas. El aire levantaba olas y a veces entraba un poco de agua en la barca así que sacamos las fundas protectoras de cámara y objetivo y se las pusimos. A falta de otra cosa mejor que hacer hablábamos entre nosotros y buscábamos águilas en los árboles o hacíamos fotos de las gaviotas que incansables siguen el barco desde que salimos hasta que volvemos. Hablamos con el pescador y a base de gestos y de símbolos escritos en un papel le dijimos que queríamos prologar el viaje una hora más para ver si así había más suerte.

En nuestra media hora final se acercó un águila y asumimos que aquella era la última oportunidad. Nos preparamos y le estuvimos haciendo fotos allá en el cielo pero no bajó. Miró y volvió a mirar, dio vuelta tras vuelta y en un momento determinado volvió al árbol del que había salido y se posó. Aún vimos otra águila que hizo lo mismo así que volvimos con una sensación agridulce. Por un lado sabíamos que tuvimos mucha suerte los dos primeros días pero por otro el tener dos jornadas perdidas te molesta. Cuando llegamos al puerto le pagamos y como no vimos a ninguno de los otros volvimos a la pensión.

Allí nos encontramos con los demás que nos dijeron que ellos no habían tenido mejor suerte. Ya sé que está mal que lo digamos pero lo cierto es que se te alegra el día cuando sabes que los demás tampoco han conseguido nada. Lo sé, soy malo pero al menos lo reconozco.

Esa tarde teníamos la actividad prevista era una excursión caminando por el pueblo para hacer fotos de la zona. Salimos todos juntos, cargados con nuestras cámaras y demás. El Moreno quería comprarles un detallito a sus hijos así que entramos en un par de tiendas pero los juguetes eran como de tienda de todo a un euro. Se nos ocurrió ir al único supermercado del villorrio y allí alucinamos en colores. Era de alguna empresa que no habíamos visto nunca y en las estanterías todos los productos eran de esa marca. Junto a la caja, separado de los clientes y controlado por dos dependientes tenían los productos de marca conocida como el Nescafé y similares. Lo flipamos. Ya tiene que estar chunga la cosa para que en el supermercado te pongan la Coca-Cola y el Nescafé en mostrador en el que cuando lo pides lo tienes que pagar sobre la marcha.

Al lado del supermercado estaba la parada de la guagua y justo en ese momento llegó una. Era como un autobús de hace veinte años y al detenerse las personas que esperaban tuvieron que abrir la puerta ya que no tenía el sistema automático que damos por supuesto en este lado del mundo.

Desde allí paseamos por casas abandonadas y por fincas decrépitas buscando contrastes y cosas interesantes para fotografiar. Estábamos haciéndole fotos a una de las casas cuando tuvimos que salir corriendo ya que un anciano salió de la misma gritándonos y agitando un bastón.

Después vimos un taller en el que los coches no parecían tener matrícula. Una de dos: o se las quitan para que no se las roben o los coches son robados en otras partes de Europa y estaban allí para distribuirlos por la zona. Sea lo que fuera procuramos no hacer fotos ya que uno de los empleados no nos quitaba la vista de encima.

Para cuando volvimos a la pensión habían pasado tres horas y comenzaba a anochecer. En la cena nos pusieron pollo al horno, la sopa de siempre y las dos tartas de postre. Justo cuando terminamos de cenar vino el jefe de los pescadores para despedirse y aprovechamos para encender el proyector y enseñarle las fotos que habíamos hecho y también para explicarle con ejemplos gráficos lo que sucede cuando el barco no está en una posición óptima. El hombre escuchó todo lo que le dijimos pero me da la ligera impresión que a él se la suda un huevo y no piensa mejorar. Nos dijo que al día siguiente iba a estar completamente despejado y el día sería increíble. Nos mintió. Amaneció lloviendo y con unas condiciones terribles.

Después de que se fue vimos algunas de las fotos del día, todas del pueblo y los alrededores ya que nadie tenía águilas. Al día siguiente se supone que pasaríamos gran parte conduciendo de vuelta a los Países Bajos pero con un desvío de unas horas podíamos ir a un sitio en Alemania en el que se concentran las manadas de grullas comunes (Grus grus) y hacerles fotos. Nos gustó la idea y nos organizamos. Uno de los coches volvía directamente al país sin desviarse y los demás iríamos a ese sitio, cercano a Stralsund, una ciudad alemana a orillas del mar Báltico.

Culminamos el día tomando unas cervezas y asegurándonos que la chimenea permanecía apagada durante la noche. Ese día no hubo problemas con el papel higiénico. Había bastante en el baño. Así acabó nuestro cuarto día.

El relato continúa en Quinto día. El largo retorno a casa y las grullas


Una respuesta a “Cuarto día. Arriba, en el cielo”

  1. MIJN TOP 3
    – Soppa de Wonton (prachtig foto)QUE DELICIOSO
    – Albondigas con salsa tomate y pimiento
    – Tortilla (prefiero caliente)
    GRACIAS POR LA COMIDA 🙂