El colega amarillo


Esta semana ha sido la última de uno de nuestros residentes amarillos del país ese en el que el sol no se pone y siempre nace. Llevaba con nosotros seis años y siempre ha estado muy ligado a mi porque en los tres primeros estábamos en el mismo despacho y ahora que disfrutamos de las ventajas médicas de una oficina abierta, seguimos estando juntos, solo que ahora, en lugar de ser tres en la habitación, somos veinte, lo cual es siempre más gratificante si quieres echarte un buen peote y maximizar tu audiencia. En los seis años que ha estado aquí se ha convertido en el ser humano que ha comido más magdalenas de las que produzco, si me exceptuamos a mi. También es un experto en otros de los dulces que salen de mi cocina de manera regular. En ese tiempo, hemos ido un montón de veces al Café Cartouche a encochinarnos con las costillas y probablemente soy el principal receptor de muchos de sus secretos que no pondré por aquí igual que no los he puesto.

Para conmemorar su marcha, se me asignó la tarea de comprar y mover la tarjeta de despedida y organizar algo. El colega es muy conocido en el edificio porque al contrario que los otros cinco amarillos, este habla inglés bien y es amigable y por eso compré una tarjeta enorme. La puse en circulación el jueves por la primera planta y cuando volví de Málaga tras el fin de semana se había perdido y tras una hora de pesquizas, descubrí que la bruja malvada de la primera planta o la directora de recursos inHumanos la tenía. Me la dio y también la caja de cartón en la que la gente ponía algo de dinero y tanto la tarjeta como la caja se hicieron la planta baja y después subieron a la tercera planta, en donde toda la gente de nuestra sala firmó. Después se la di a los de la segunda planta y allí se volvió a perder y me tomó un gran rato encontrar al desgraciado que la escondió. Tras eso, solo quedaba la otra sala de mi planta y aquellos que yo sabía que faltaban.

Lo de dar algo de dinero para este tipo de eventos demuestra el nivel de rata que tienes y hay gente que pone cinco céntimos, repito, 5 céntimos y se quedan tan anchos. También los hubo que pusieron diez leuros y creo que uno de los amarillos puso veinte. En total recogí unos doscientos leuros y organicé que uno de nuestros múltiples y adorados e idolatrados vice-presidentes hablara en la ceremonia de entrega. Después pedí una tarta para sesenta julays pero de una pastelería que a mi me gusta, ya que las que suelen comprar los colegas me dan un asco terrible. Ayer, todo el mundo recibió la invitación para subir al nivel en la NUBE, que es el nuestro, con un día precioso y todo el mundo le deseó mucha suerte en el futuro, estrecharon manos, hablaron con él y el vice-presidente hizo el discurso y le entregó la tarjeta y el dinero. Otro de los amarillos estaba a mi lado e hizo un comentario flipando porque básicamente vino toda la empresa y le expliqué que aunque parezca que no lo notamos, aquí todos sabemos quien es sociable y quien es un cacho de carne con ojos que habría que aplastar.

Por la tarde, después del trabajo, un selecto grupo, seis en total, nos fuimos al Café Cartouche, nos encochinamos a costillas y a la hora de pagar, ya sabéis a donde fue a parar una parte del dinero que recaudó, algo que ni pedimos ni esperábamos que hiciera. En su lugar nos han mandado a otro amarillo que no parece tan simpático y yo ya no estoy como para re-educarlo y adaptarlo a los husos europeos.