El día de la despedida


Una canción de Celine Dion sonaba en la sala mientras unos lloraban y otros charlaban animadamente. Presidiéndolo todo, un ataúd separado de ellos por una cristalera y rodeado de rosas blancas.

Un puñado de niños correteaban por la sala, jugando al escondite y usando los grupos de gente como lugares en los que se parapetaban de la vista del que los perseguía. En una mesa estaba la comida, perfectamente presentada y guardada por uno de los empleados del tanatorio que procuraba que no faltase de nada.

Las luces se fueron apagando y todos quedaron en silencio. A través de una pantalla enorme se comenzó a ver un vídeo con momentos de la vida de María, risas, carreras, escenas en la playa, siempre rodeada de los suyos, de aquellos que la quisieron en vida y que ahora lloraban su muerte. Lucía fantástica, simpática y como todos querían recordarla. Acompañando a las imágenes se oían anécdotas, contadas por algunos de los participantes en la ceremonia, momentos que de alguna manera habían marcado sus vidas.

Unos cuantos lucían lágrimas en sus caras que corrían sin vergüenza, alejándose de sus ojos mientras buscaban la libertad. Otros sonreían, quizás por recuerdos con ella, memorias lejanas que volvían al presente arrastradas por estas imágenes.

Cuando terminó el vídeo y las luces volvieron a encenderse se quedaron en silencio durante unos segundos, expectantes y fue su marido el que comenzó a aplaudir. Se apiñaron junto al enorme escaparate que los separaba del ataúd y contemplaron con cierta congoja como los empleados de la funeraria la sacaban de allí y se la llevaban por una puerta posterior. Entre abrazos, lágrimas y besos de despedida terminó el funeral.

Llevaron el féretro hasta el horno crematorio. Por una puerta lateral entró su marido, que había insistido y quería estar presente en ese momento. Ellos no hablaban, realizaban su tarea de una forma mecánica y que a los ojos del hombre parecía muy profesional. Pronto la puerta del horno estuvo cerrada y las llamas se lanzaron ávidas a devorar su presa. El marido se secaba los ojos llorosos mientras su amada era consumida y no lo resistió. Se marchó corriendo, entre sollozos.

Tras unos minutos una luz roja se encendió en el panel de control y comenzó a parpadear. El empleado no se pudo reprimir:

¡Joder! Otra que tenía tetas de silicona. Manolo, avisa a Fernando que esta noche tenemos que volver a limpiar el puto horno, que se nos ha vuelto a llenar de plástico derretido.


Una respuesta a “El día de la despedida”

  1. Quizás fue una venganza desde el más allá al poner una canción de Celine Dion en la despedida, jejeje, y si es la de Titanic no me quiero ni imaginar quizás la muertica hasta se carga la funeraria y todo. Jejeje.