El poder del arcoíris


Durante las últimas cuatro Semanas, en la ciudad de Utrecht, han estado con celebraciones de esa fiesta no religiosa llamada el ORGULLO GUEY, aunque yo sigo sin entender el uso de la palabra orgullo en el concepto y mucho menos por qué dicen Gay y después nos obligan a escribir LGBTQ+++++++++ o algo así, por no decir que siempre me he preguntado y me he respondido que todas esas letras deben haber salido de Lerdos Gandules Borrachuzos Tarados Quejicas +++++++. Uno de los sábados hicieron una cabalgata en el canal de la ciudad y básicamente, vinieron todos los julandros y bolleras neerlandeses. Esta fiesta está, de una manera extraña, convirtiéndose en más importante que la de Amsterlandia porque al transformarse la capital del país en parque temático, en las cabalgatas que hacen allí, el pensamiento está en los turistas y cómo sacarles guita, mientras que la de Utrecht solo mira al mercado nacional o algo así. Puedo confirmar que el día de la cabalgata la ciudad estaba petada de gente porque aproveché para ir al cine y el 300% de las bicicletas que se cruzaban conmigo iban disfrazados de marikitas, marikones, tortilleras y cosas para las que ni siquiera tenemos palabras para describirlas.

Como parte del evento, en el centro de la ciudad y prácticamente conectado con la estación de tren, que es la más grande del país, hay un centro comercial, estilo gringo o español y es, también, uno de los más populares de los Países Bajos y el centro comercial es también la vía por la que la gente va hacia el centro, ya que está literalmente en el camino y usando el centro comercial te ahorras varios semáforos. Tiene dos vías principales y paralelas que te llevan ambas a la Vredenburgplein o la plaza del mercado, y la más ancha de las dos vías, tiene en el medio de la avenida de tiendas un montón de bancos, que habitualmente están petados de jalales, esos que no comen carne de cerdo y que también son conocidos por sus grandes aptitudes para llevar mochilas con explosivos y cuyas hembras están totalmente emburkadas, caminan varios pasos por detrás de los machos y se inspiran para comprarse su ropa en Doña Rogelia. Durante las cuatro semanas estas de celebración de la diversidad del marikoneo fino y basto, el centro comercial puso un arcoíris en el suelo de todo ese pasillo en el tramo de los bancos, seguramente de doscientos metros de largo o así.

La primera vez que pasé por allí y vi el arcoíris, había algo raro, pero no supe identificar lo que era. La segunda vez, por fin identifiqué la causa. Todos los bancos estaban vacíos y en los que se sentaba alguien, eran kabezas de queso, los jalales al parecer tienen una alergia severa al arcoíris y no se pueden sentar en un banco que esté sobre el susodicho. Durante cuatro semanas, no hubo un jalal en los bancos, ni uno y definitivamente evitaban caminar por esa calle del centro comercial y cuando el fin de semana pasado retiraron el arcoíris, inmediatamente se volvieron a llenar con los presuntos-terroristas.

Yo soy partidario de la entrega de un premio Nobel al decorador del centro comercial porque ha descubierto una solución simple, colorida y eficaz para invitarlos a regresar a sus tierras y que vuelvan a follar a sus camellos. Si pintamos guaguas, taxis, camiones, aviones, calles, pasos de peatones, aceras, todo, todo, todo, lo pintamos con los colores del arcoíris, que son unos colores preciosos, aquellos que no toleran eso se irán y Europa, el mundo y hasta el Universo saldrán ganando.

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Una respuesta a “El poder del arcoíris”

  1. Si piensan que el arco iris promueve la homosexualidad, es normal que no quieran verlo (jajaja).

    De todos modos, si la fiesta esa es parecida a la de Ámsterdam (el día de la reina), a mí me gustaría. Estuve un año allí el 30 de abril, y me lo pasé genial; hasta yo iba vestida con cosas naranjas.

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