El regreso de Bodrum


No hay ida sin vuelta, así que seis días después de llegar a Bodrum, regresaba a mi keli en los Países Bajos. La operación comenzó el día anterior. Para evitar que mi amigo el Turco se pegara dos horas conduciendo, la idea era ir al aeropuerto en taxi o algo similar y para eso, aproveché que una vez, hace la tira de años, usé el programilla ese de uver, para pedir un vehículo, que según ellos, sería un taxi. La ventaja de usarlos a ellos es que puedo pagar con tarjeta, que yo ni me molesté en llevar Liras turcas que no valen nada. Reservé mi vehículo para cierta hora del domingo y se quedó en el estado, buscando conductor. Veinticuatro horas antes de la salida del vuelo, fui a hacer la facturación onDEline y de nuevo, quería tener asiento de ventana en el primer vuelo. Tenía dos opciones, pagar tres leuros o pagar con las millas inventadas esas que me dieron en el vuelo de ida. Fui por todo el proceso, elegí la ventana y demás y cuando voy a pagar, falla, tanto con leuros de verdad como con millas. Como ni de coña me quería arriesgar a que después me pongan en el terrible asiento del medio, decidí que me asignaran ellos los asientos, en pasillo y ahí todo funcionó, así que uno que yo me sé no tendrá sus vídeos de despegue y aterrizaje, aunque espero que le informen en su bodorrio de comentaristas del mejor blog sin premios en castellano al que no me invitaron, que yo lo intenté.

Ya con facturación hecha y taxi apalabrado, disfruté mi último día. Por la noche ya dejé casi todo listo, a falta de jiñada, ducha, afeitado y ponerme la ropa. La ropa que usé en el viaje a Bodrum se quedaba en el cubo de la basura de la habitación, que yo soy de viajar con ropa viejísima que ya no quiero y regresar más ligero. Tuve hasta tiempo de tomarme un cafelito. Cuando faltaban cuatro minutos para la hora del taxi, el uver ese seguía buscando conductor y ya se veía que fracasarían. El Turco llamó a una empresa de taxis, pidió uno y me vino a recoger en 5 minutos. Eso sí, me dijeron que tenía que pagar en efectivo y que pararíamos en un cajero en el camino. También me dijeron el coste del viaje, unos cincuenta leuros. Me despedí de mi amigo y el taxista comenzó el viaje de una hora al aeropuerto, que no se tarda tanto porque esté en el quinto coño o tres metros más pa’llá, sino que la culpa es de las mieldas de carreteras, con los primeros díez kilómetros como los peores, que es casi un camino de cabras. Paramos en un cajero y saqué la guita y el chamo, en la segunda fase de la operación, que era una carretera de dos carriles por cada sentido pero en la que en muchos sitios se podía cambiar de sentido por el carril de la izquierda, pilotaba el taxi como un coche de competición y adelantaba sin vergüenza alguna por la derecha cuando le convenía. Íbamos siempre pasando un Mercedes de puro lujo que después nos volvía a pasar, que ambos conductores parecían picados por llegar primero al aeropuerto. Antes de las nueve de la mañana el chamo me dejaba en la entrada de la terminal para vuelos nacionales, que es el edificio cutre de ese aeropuerto, que el lujoso es solo para vuelos internacionales.

Como siempre, en Turquía te hacen pasar un primer control de Inseguridad en la puerta del aeropuerto con un primer control de tu equipaje en el que nunca paran a nadie y yo juraría por Pumuki que el tipo ni mira a la pantalla. Seguí hacia el acceso y llegué al segundo control de Inseguridad, el supuestamente auténtico, en el que separas los líquidos, sacas la tableta de tu mochila y demás. Tampoco me dio la impresión que se esforzaran demasiado. Una vez en la zona de embarque, busqué un sitio para desayunar, que tampoco es que tuviera mucho tiempo. El avión era enorme, un Boeing 777 que iba petadísimo. Como la terminal nacional no tiene las pasarelas, nos llevaban por tandas al avión en guaguas y se iba llenando poco a poco, aunque el embarque fue relativamente rápido, sobre todo porque no hubo la coña de minusválidos y familias con niños primero y eso agiliza el embarque. Creo que yo entré en el avión con la segunda guagua.

Cinco minutos antes de la hora de despegue, el chófer ya estaba soltando el freno de mano y aquel trasto enorme corrió y corrió y corrió y saltó al aire. En la pantalla delante de mi asiento, me puse la cámara por debajo del avión y así era casi como tener ventana. Quince metros después del despegue, las azafatas entraron en modo pánico total y tal y tal y corrieron para repartir los cienes y cienes de bocadillos y bebidas porque con una hora de vuelo, el tiempo para el papeo es escaso. Solo había opción carnívora de bocata, con carne de pollo y cuatro o cinco de bebidas, así que la palabra que más usaban cuando alguien les preguntaba algo era N-O. Después del aterrizaje, tuvimos casi media hora de paseo por el aeropuerto buscando el aparcamiento y de nuevo, en lugar de sacarnos por una pasarela, que la había en el sitio en el que aparcó el chófer, nos sacaron en guaguas. Después, al entrar en la terminal, seguí la ruta de tránsito internacional, llegué a un control de pasaporte tras cinco minutos y tras eso, media hora caminando hasta la puerta de embarque de mi vuelo, que en ese aeropuerto las distancias son dantescas.

Mi segundo avión era un Airbus A350, que también son grandísimos, pero nuevitos, casi de paquete. Mi asiento volvía a ser de pasillo, pero el avión no estaba totalmente lleno y el pavo que iba en el asiento del medio se cambió a otro antes del despegue. En el avión venían a los Países Bajos una cantidad ingente de indios, pero no de los arapajoes, sino de los de curry y eso. Había una vieja que tenía a su alrededor como tres metros de distancia de virus pandémico y cuando pasó junto a mi fila, era porque el hedor no se puede ni describir. A esa su desodorante la abandonó el día que sus padres chingaron y la madre se quedó empreñada y desde entonces, el concepto de ducha tampoco parecía serle conocido. Por suerte se sentó mucho más atrás, pero me puedo imaginar y me imagino las arcadas de la gente en las tres filas anteriores y posteriores durante las tres horas de vuelo. Despegamos en hora y durante el viaje, nos dieron una comida de avión, como las de antes del milenio este. La pantalla de mi asiento era de bastante calidad y la cámara del avión también, así que eso era lo que miraba. Cuando íbamos a aterrizar, como la vista de la cámara delantera era espectacular porque se ve hasta la rueda, grabé vídeo apuntando a la pantalla esa, con lo que tendremos un curioso aterrizaje y con una perspectiva nunca antes ni jamás vista en el mejor blog sin premios en castellano.

Al desembarcar, metí el turbo para llegar al control de pasaporte antes que la mayor parte de los doscientos que iban por delante de mi que todo el mundo sabe que el control de pasaportes es eterno. Lo conseguí y hasta estaban funcionando las máquinas que te lo revisan, si eres europeDo, así que me puse en una de ellas pero la pobre tardó un montón en identificarme porque claro, yo salí el lunes paliducho y regresé el domingo africanizado, que me curré a conciencia el recuperar mi color negro o quizás, negrísimo. Una vez en la parte insegura del aeropuerto, llegué a la estación de tren y solo esperé un par de minutos antes de estar sentado en el tren camino de mi keli.


Una respuesta a “El regreso de Bodrum”

  1. Pues yo no tengo que ir en avión mañana, son 4 horas de carro, pero me llevan, así que termino esto y me acuesto, espero estar de vuelta el lunes o martes…
    Salud

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