En el metro


Era tan tarde que las calles de la ciudad estaban desiertas. Paseaba despreocupadamente en dirección a la parada del metro. Miró hacia el cielo y vio las columnas de humo creadas por los aparatos de calefacción que semejaban bosques fantasmales. En ese momento tuvo un escalofrío y se terminó de abrochar el abrigo.

En las escaleras del metro descansaban los paquetes con los periódicos gratuitos del día siguiente, esperando para que algún repartidor los esparza por el recinto y en la mañana acaben en las manos de sus casuales lectores, esos que buscan matar los minutos perdidos en el transporte leyendo noticias casuales. Pasó junto a ellos y bajó al andén. Estaba solo. Se fijó en los diferentes carteles publicitarios, los mismos de ayer y del mañana, con las colonias y los productos que han cubierto esas paredes desde hace décadas.

Se fijó en las vías tratando de encontrar ratones, de esos que gustan de comer lo que cae en las mismas y que viven allí debajo sin preocuparse por los trenes que pasan sobre ellos. El panel avisaba que el siguiente metro llegaría en unos diez minutos así que tendría que esperar. Sacó de su bolsillo el teléfono y comenzó a escribir un mensaje: Estoy esperando el metro. Mi corazón late por ti : x y lo envió. Sonrió pensando en la cara que pondría ella, en ese gesto tan característico que hace al mirar la pantalla de su teléfono y esos hoyuelos que se le forman en las mejillas cuando sonríe. La había conocido unos días antes y era como si llevaran toda una vida juntos. No le importaba su vida anterior. En realidad ni siquiera se podía llamar vida. Había sido la espera hasta el momento de conocerla, el día en que realmente nació.

Buscó en sus bolsillos y encontró una pastilla mentolada. Desde que había dejado de fumar las llevaba para engañar al cuerpo y calmar el vicio. Siempre despreció a los que dejaban de fumar y pensó que nunca lo haría pero ella fue muy clara con él al respecto y no le dio otra opción. Dicen que el amor es ciego y a eso habría que añadir que es tozudo y tenaz. Esa cuesta imposible de subir que era el abandonar el vicio se convirtió en una colina suave que ya estaba a punto de terminar de escalar. Al rebuscar en el bolsillo encontró una de las notas que había tomado durante el día en el trabajo. La tiró en una papelera y comenzó a pasear por el andén.

Aún quedaban unos minutos para que viniera el tren y seguía solo. Se sentó en un banco a esperar y sacó una moneda para jugar con ella entre los dedos. Lo hacía desde que era niño y con el tiempo se había vuelto un maestro en este arte. Así pasó el tiempo y pronto pudo escuchar el ronroneo lejano que anunciaba la llegada, el cual fue incrementando hasta convertirse en el habitual traqueteo y chirrido de frenos.

Cuando llegó el metro el vagón en el que entró estaba vacío. Le resultaba extraño, acostumbrado como estaba a viajar dando codazos y con la cabeza de alguien pegada a su sobaco. Se sentó junto a la puerta, la cual se cerró y al instante comenzó a moverse. Tras unos segundos la oscuridad del túnel envolvió al metro.

Las luces del techo parpadearon y se apagaron justo en el instante en que recibió un mensaje. Normalmente estos cortes duraban una fracción de segundo pero esta vez parecía algo distinto. Cogió el teléfono y volvió a sonreír pensando en su amada. Miró a la pantalla y leyó el mensaje: Vas a ser mío

Estaba pulsando las teclas para responder cuando notó que el teléfono se estaba calentando y tuvo que soltarlo porque le quemaba las manos. El vagón seguía a oscuras y ahora las paredes comenzaban a adquirir una tonalidad roja. El sonido de las ruedas al rozar los raíles se intensificó y parecían lamentarse. La luz roja parecía sangre que se derramaba por las paredes y corría por el suelo hacia él. La primera idea que le vino a la cabeza fue que se iba a desmayar en ese instante pero no sucedió así. Vio la sangre cercarlo y la luz roja intensificarse y vio como las ventanas desaparecían y todo el tren se iba encogiendo hasta rodearlo completamente con más y más luz roja y finalmente se transformó en un ataúd.

Giró la cabeza y realmente estaba encerrado en un ataúd y cuando quiso mover las manos los músculos agarrotados no le respondieron. Gritó y se agitó buscando que alguien lo escuchara. Su respiración se volvió entrecortada y la angustia se apoderó de él.

Ahora comenzó a recordar. Se había desmayado mientras iba al trabajo en metro. Hasta ahí llegaban sus recuerdos. Y ahora estaba encerrado en aquel sitio. Gritó. Empleó todas sus fuerzas para que alguien lo oyera. Seguro que todo era un error y saldría de aquel lugar. Al final se reiría con los amigos. Siguió gritando hasta que se empezó a marear por el aire enviciado y terminó por desmayarse. Esta vez sí que había muerto de verdad. Sobre su tumba, en el cementerio, las flores comenzaban a marchitarse.


3 respuestas a “En el metro”

  1. Yo creo que en su camino hacia la luz se enamoró de la muerte que lo trajo de vuelta para poder matarlo de nuevo y quedarse tan a gustito. O eso o le entró morriña por algo.

    como el ataúd es bien estrecho supongo que la vieja no lo estaba mirando para grabarlo con el móvil y tampoco habían arañas

  2. En serio? Bueno, tiene sentido. Aunque yo me quedo con mi interpretación cursi.
    Lo de la vieja y las arañas, habría sido ya demasiado 🙂

    Besos.