La primera vez que encuentras un ciervo camuflado en la hierba sientes una corriente que recorre todo tu cuerpo. Sus ojos se cruzan con los tuyos y agacha la cabeza dejando solo la cornamenta a la vista, la cual se camufla perfectamente en el entorno. Los ciervos machos cargan todo ese peso en su cabeza solo con un propósito, el mismo que provoca tantas calenturas a los humanos y que les hace maquinar todo tipo de estrategias maquiavélicas para poder mojarla. En su caso es más simple, luchar, gritar y si hay suerte, meterla en caliente.