Jiñotes


Una de las cosas que todo el mundo parece querer negar y de las que nunca hablan es de ese momento o momentos diarios en los que visitan un espacio muy especial de su casa o del lugar en el que se encuentren para echar el jiñote. Da igual que seas rico, pobre, alto, bajo, rubio o moreno, visco o tuerto, guapa o fea, todos, todos, todos han de jiñar, una o varias veces al día. Los que lo comentamos sin problemas y damos todo lujo de detalles somos un pequeño club para nada elitista y que hoy en día parece formado por mi amigo el Rubio, sus hijos y un servidor. Su Primera Esposa parece que al nacer recibió unos poderes místico-siderales de Raticulín y no jiña y yo he llegado a la conclusión que ella básicamente suda la mierda por la frente y alrededores y por eso su pelo es rubio, ya que no le encuentro otra explicación. El Rubio y el Elegido preferimos contarnos nuestras experiencias parturientas y aprovechando que es verano y que todos los años tenemos una anotación relativa a la MIERDA en esta época, vamos con un recopilatorio de los jiñotes más épicos y legendarios que me han sucedido y que recuerdo.

Comenzamos cuando tenía once años y en realidad se trata de dos. Ese año, en verano, mis padres me apuntaron en un campamento militar con un primo y con una prima más mala que el Güaca y que trabajaba en el mismo de monitor. Eran campamentos de diez días y decidieron apuntarnos a dos consecutivos, con lo que en total íbamos a estar veinte días. El campamento era en una caldera cerca de la Cumbre, en el mismísimo corazón de Gran Canaria y a mil y pico metros de altura. En la primera tanda, nos lo pasábamos bomba, teníamos todo tipo de actividades, rodeados de militares que también estaban allí de acampada y que cocinaban y mantenían el lugar, además de entrenarnos en algunas de las clases. Cuando te daba un apretón, tenías que ir a una de las laderas de la caldera en la que habían puesto unas lonas creando cubículos abiertos por el cielo y en los que había un agujero, te acuclillabas, soltabas lastre y lo cubrías con una palada de tierra. Yo desde que lo vi supe que no era lo mío y aguanté estoico durante diez días. Ya en el noveno tenía tal embarazo que procuraba moverme lo menos posible para no dañar al feto y el décimo tenía tales sudores que no podía más. Hice el paseíllo de la vergüenza, por todo el campamento hacia la ladera, siendo consciente que todo el mundo sabía a donde iba, me acuclillé y jiñé un precioso conjunto de truscos (palabra de la que deriva la denominación de truscolanes) de por lo menos kilo y medio o dos kilos. Me quedé más a gusto que un arbusto y cuando terminé, tuve que echar varias paladas porque con una no cubría ni la punta del iceberg. Después vinieron nuestros padres, tuvimos la visita, se fueron casi todos los nuevos amiguitos de los que jamás volvimos a saber y llegaron otros nuevos. La segunda ronda en el campamento fue igual. Diez días sin visitar el lugar para jiñar, aguantándomelo como un campeón. Esa vez llegué al décimo día y pese al embarazo y a que ya no podía ir a las clases de judo porque si alguien me daba una patada en el tripote aquello se podía convertir en un aquellarre de mielda, conseguí evitar la visita a la ladera. Mis padres me recogieron, me metieron en el coche y comenzamos el descenso a la ciudad de las Palmas. La descompresión (o la compresión) fue épica y legendaria. Según bajaba, se me iban desatrancando los oídos y se me iban revolviendo las tripas más y más y más. Al llegar a la Isleta, salí del coche como pude, medio cambao, entré en la casa de mi abuela porque era el bajo del edificio y estaba claro que yo no llegaba ni de coña al tercer piso, ninguneé totalmente a mi abuela cuando trataba de abrazarme al grito de Mi Jiiiiiiiiiiiiiiiiijjo, me encerré en el baño y lo llené de mierda hasta la tapa. No me dio ni corte cuando tuve que decirle a mi abuela que había que desatascar el retrete porque estaba petado de mierda de la buena.

Otro jiñote de escándalo fue en el camping de Tauro. Nosotros comenzamos en el camping viejo y después nos pasamos al camping nuevo, el cual tenía como elemento diferenciador unos baños y duchas más decentes. Estaban en la planta alta del edificio con baños, duchas y fregaderos. Comí algo que me sentó mal y en seguida me entró un apretón que no veas. Cojo el rollo de papel higiénico y corro por todo el camping hasta los baños, ya que nuestra caravana estaba ubicada en el lado opuesto a los baños. Llego como buenamente puedo, subo la escalera a base de músculo con los brazos, entro en un retrete y hago lo que hice siempre allí, que era subirme en la loza del retrete y cagar en plan bombardero. Estaba allá arriba, en mi nube y cuando solté lastre, lancé una nube de diarrea en plan sopladera que no dejó azulejo de las paredes, el retrete o el suelo sin cubrir de mierda. Hasta mis piernas acabaron cubiertas con todo lo que solté. Para empeorarlo, me entró un ataque de risa y no podía parar de reírme, aunque intentaba no moverme ya que de tocar, algo, tocaba mi propia mierda que empapelaba el lugar. Tuve que salir de tapadillo, bajar a las duchas y ducharme con ropa incluida y después hacerme el lolailo cuando estuvieron tratando de averiguar quien fue el desgraciado que creó tremenda obra de arte.

Otra jiñada épica fue en los Estados Unidos. Era mi primer verano allí en casa de mi tío. La comida era totalmente distinta a la canaria y me encochinaba a conciencia. Pizzas del tamaño de ruedas de tractores, hamburguesas, papas fritas, comida peruana y unos desayunos bestiales, más helados y todo lo que me daban los vecinos En ese viaje, en los primeros veintiún días incrementé mi peso en siete kilos. También, en la primera semana, por más que me sentaba todos los días en el trono, no salía nada. Yo iba religiosamente y procuraba empujar pero que no, que no estaba de Dios. Así llegué al séptimo día. Ya empezaba a cargar un tripote brutal y por fin conseguí que se me desatascara la caja de la mielda. Igual que sucedió cuando estuve de acampada, fue una jiñada con cantidades irreales, era como la historia interminable, aquello no paraba y yo seguía y seguía y cuando acabé, bajo la cisterna y el agua y la mierda empiezan a subir, a subir y se quedaron a un centímetro de extenderse por todo el baño. Tuve que ir a buscar a la ex-suegra malvada de mi tío y contarle mi pequeña incidencia y ella trincó un desatascador enorme, subió al baño y le dio hasta que todo aquello se fue por donde debía. Su mirada no tenía precio y yo presté mucha atención y vi el lugar en el que escondían la herramienta porque la tuve que usar al menos en otra ocasión en ese viaje.

Para terminar, una más reciente, en mi casa en los Países Bajos. Durante la semana había estado comiendo gominolas a porrillo y el fin de semana tuve un ágape en mi casa, una de esas cenas modestas y sencillas de cuatro o cinco horas y catorce platos con cuatro amigos y en la que cuando acabamos, todo el mundo cree que se va a morir. Me fui a dormir en plena digestión y por la mañana al despertarme, un domingo por la mañana, tengo un apretón como de romper aguas. Salto de la cama, corro al baño, me apalanco en el trono y aflojo. Lo que salió vino a ser una jiñada del tipo 1 en la escala de los siete niveles de la mierda, gorda que no veas y un único trusco. Primero no me preocupé pero cuando aquello seguía bajando y bajando y no se acababa temí por mi vida y pensé que me iba a quedar enganchado al retrete porque aquel jiñote estaba por tocar el fondo del retrete y aún no llegaba el final. Se acabó cuando tenía por lo menos medio metros y parecía que alguien había soltado un tubo en el retrete. Bajé la cisterna y nada. Segunda cisterna y nada. Tercera y nada y ahí comenzó el pánico. Yo ya me veía con os guantes de silicona agarrando aquella serpiente y enterrándola en el jardín. Opté por el ataque químico y entre lejía y otros productos y un día entero conseguí que se fuera degradando hasta romperse y seguir el camino adecuado.

Estos son algunos de mis jiñotes más épicos, aunque no los únicos, ya que el tema podría servir para una serie bien nutrida.


2 respuestas a “Jiñotes”

  1. jajajaja Que me meo!!! 🙂
    Estoy llorando de risa y me duele la garganta y la tripa de tanto reir… 🙂
    Yo recuerdo otro post que describías una tremenda plasta que alguien había tratado de echar por la bañera, o algo por el estilo…
    La próxima vez que tengas un trusco extralargo, el truco, es, al ratico de ir saliendo, cuando uno ya sabe que va a ser una boa constrictor, apretar el esfinter para que rompa, así lo vas troceando en la medida que sale, y es mas probable que el WC trague la bestia… jajajaja 🙂
    Salud

  2. ¡Grandiosa! ¡Brutal! ¡Épica! Esta ha sido una de las mejores entradas que recuerdo haber leído. Todavía estoy llorando de la risa. Reconozco que me va el humor escatológico.

    Ahí va una mía. La primera noche que pasamos en EEUU, tras casi día y medio de trayecto, llevaba conmigo un megafeto. No veía el momento de llegar a la casa alquilada para soltar lastre. Por fin pude, sin fijarme mucho en que había un mensaje escrito para europeos avisando que el grosor de fontanería y bajantes era considerablemente menor que el usado en el antiguo continente. El monstruo no bajaba por más que tiraba de la cisterna. Al día siguiente abandonamos esa vivienda por infestación de cucarachas y nos fuimos a otra mejor acondicionada y saneada. Aún sonrío imaginando la cara del tipo cuando levantase la tapa del váter y se encontrase a un orco mirándolo a los ojos. Igual hasta le inquirió «¿papá?»