El último día del año estaba un poco nublado y no pude ir a la playa todo el tiempo que hubiese querido. Para compensarlo, miré la cartelera del multicine más cercano a mi casa y a falta de otra cosa, culminé el año viendo Just Like Heaven expresión que sufrió un traumático cambio al ser traducida al español y acabó como Ojalá fuera cierto.
Es una de esas comedias románticas que los americanos producen a puñados y que parecen tener una audiencia muy fiel entre las divorciadas y las quinceañeras. Me esperaba encontrarme el cine vacío ya que era fin de año y la sesión de las cuatro y media de la tarde pero al final me acompañaron en la proyección diez o doce quinceañeras y al menos dos parejas de divorciadas. El tema está más trillado que el chichi de la Veneno y para compensarlo le dieron un toque místico paranormal. Un tipo se muda a un apartamento de puta madre en San Francisco y en el puto piso hay un fantasma de una chocha de que te cagas a la que no se puede follar porque es etérea pero que está más buena que el pan con nocilla. Para compensar la hinchazón de huevos que le produce tamaña frustración, se embarca en una relación de amiguito invisible con la chica y la ayuda a descubrir la razón por la que no siguió la puta luz como todos los colegas que pasan al otro lado. Con esto está dicho todo.
Como suele ser habitual en este tipo de cine, tenemos un final feliz y los típicos momentos en los que las hembras suspiran y se puede oler en la sala como rezuman a través de sus hachazos juguillos efervescentes y que las ayudan a sobrellevar el crudo mundo real en el que los tíos son todos unos hijosdeputa feos y barrigudos. Estas películas deberían contar con subvención por el bien social que hacen, que sin ellas no sé ni como podrían sobrevivir todas esas soñadoras y románticas que se tienen que tragar los peos (pedos en la península, ventosidades en el resto del mundo) y eructos de sus odiosas parejas.
Para dirigir el cotarro eligieron a un clásico del tema, Mark Waters, un hombre que se está labrando un carrerón en este segmento de cine y al que no le va nada mal. Dirige bien, no hay nadie a quien odies tanto como plantearte abandonar la sala y subo sacar los jugos de Reese Witherspoon y de Mark Ruffalo, un tipo al que no tenía el gusto de conocer y que con ese apellido seguro que llega muy lejos en el mercado hispano.
Así que si queréis darle una alegría a la compañera/parienta y demostrar esa insensibilidad que todos llevamos dentro o si simplemente quieres ver ese milagro maravilloso que se produce en la sala en algunos momentos y cuando todas esas pipillas responden al unísono ambientando el recinto, no dejes de ir a ver la película. Para el resto, seguro que en dos años la dan en una sobremesa de sábado y podréis elegir entre dormir la siesta o tener vuestro momento romanticón.