La distancia que separa mi forma de ver el mundo de la del Chino es infinita y cada vez que nos juntamos crece y crece más. Tenemos filosofías opuestas de la vida, metas distintas y chocamos hasta en las cosas más nimias. Pese a todo, seguimos siendo amigos y realizamos actividades en común aunque no muy a menudo ya que es tremendamente malo para mi salud.
El otro día iba como siempre hacia el trabajo en tren. Yo suelo tomar el de las 8.45 de la mañana, para llegar a la oficina sobre las 9.10 que es una buena hora. Os recuerdo que tenemos flexibilidad laboral y entre las 7.30 y las 9.30 cada uno puede llegar a la hora que le salga de los mondongos. Mi amigo el Chino gusta de ir en el tren de las 8.55 y llegar al trabajo a las 9.25 porque ese tren hace una parada adicional y le toma un par de minutos más. Sin embargo, el día de autos en que transcurre este relato yo casi pierdo mi tren y llegué sin aliento, sudado y sin dignidad ninguna al andén donde el tren estaba a punto de salir. Salté por la primera puerta que me topé, lancé la Macarena al suelo y traté de recuperar el aliento.
Inciso: Pese a que se espera una pronta muerte, la Macarena continúa dando el callo y aunque ya le faltan al menos siete rayos es capaz de transportar mi oronda figura cada día. Ya le han dado la extrema unción y cuando caiga la tiraré y me compraré otra bicicleta de segunda mano sabiendo que esa pobre ha cumplido su ciclo, que ha durado lo mismo que unas putas botas Panama Jack costando la mitad de precio.
Me pasé los diecisiete minutos del viaje recuperándome y de paso escuchando el audiobook de turno. Una parada antes de mi destino, en Hilversum Sportpark veo pasar al Chino con su bicicleta por el andén. La bicicleta de mi colega es la Jacosa porque siempre va temblando como si tuviera el mono. No me dio tiempo a salir porque en ese momento cerraron las puertas y continuó el viaje. Llegué a la estación, recompuse la Macarena (la tengo que doblar para poder llevarla gratis en el tren) y pedaleé hasta el trabajo. Aparqué, entré en el edificio de oficinas, fui a mi despacho, saqué el portátil del lugar en que lo escondo para que no me lo vuelvan a robar, lo conecté a la docking station y lo encendí. Entré en la red de la compañía, inicié el programa de correo y en ese momento se me ocurre mirar por la ventana y veo llegar al Chino.
Después de comer le hice una visita y le pregunté la razón por la que se detuvo en la estación anterior a nuestro destino. Su respuesta, como suele ser habitual, llegó en idioma Yeday galáctico: Corta distancia más ser, tiempo yo ahorrar, rápido más llegar. Lo miré y le expliqué que yo lo vi bajarse del tren, seguí hasta la siguiente estación, vine a la oficina sin apurarme y aún así le saqué tranquilamente cinco minutos. Le resumí el concepto para que lo comprendiera: Equivocado tú estar, distancia más larga ser.
Me sonrió con esos dientes negros a base de gárgaras de Coca-Cola y meneó la cabeza condescendientemente. Se reafirmó: No, equivocado tú, distancia corta más ser, yo saber porque Chino ser y con mano en reloj comprobar.
Le dije que comprara pilas nuevas para su reloj porque definitivamente está petando y después me di el placer de enseñarle en un ordenador ambos caminos y medir la distancia. Gracias a map24 tenemos una herramienta increíble y pudimos medir metro a metro ambas rutas. Por supuesto la mía era más óptima pero esto no detuvo a mi colega. Programa equivocado estar, distancia ser más corta, yo saber porque Chino ser. Aquí es cuando yo tendría que respirar hondo y marcharme pero me niego a dar el brazo a torcer sabiendo a ciencia cierta que tengo razón. Saqué mi teléfono, activé el GPS y le calculé ambas rutas. De nuevo la distancia más corta era la que va desde la estación central de Hilversum a nuestras oficinas. ¿Creéis que eso lo hizo cambiar de opinión? Ni de coña. Me tuve que rendir y acabé marchándome sin haberlo convencido y él encima con la certeza que le da saber que los programas informáticos y las bases de datos que tienen los mapas de la ciudad están mal porque él es el poseedor de la verdad absoluta.
Al día siguiente coincidimos en el tren y cuando llegamos a Hilversum Sportpark le dije que se bajara, que yo seguía hasta la siguiente parada y veríamos quien llega primero a la oficina. Gané. Lo esperé en la fría intemperie casi cinco minutos. El aparcó su bicicleta y me largó que seguro que había hecho trampas y había corrido como cabra por el monte para ganar la apuesta. Le di la razón, me giré y me marché al edificio en el que está mi despacho (estamos en edificios distintos) sin rebatir su falsa verdad porque sé que no habrá forma de convencerlo.
5 respuestas a “La distancia más corta del Chino”
yo creo que todos tenemos un amigo de esos negados para las distancias. La historia del GPS o lo del cronómetro (más rudimentario, pero igualmente eficaz) lo hemos hecho todos alguna vez. Y lo de no dar el brazo a torcer tambien debe ser habitual, porque aún despues de pasarle veinte veces por la cara que hasta el Google maps nos canta en cuadrafónico que teníamos razón, ni así se apean. Tengo un colega que hasta llegó a decirme que realmente prefería dar una vuelta bestial antes de subir seis pasos en cuesta arriba, que al final no compensaba. Cabezón.
Sí, el hijoputa es cabezón.
Con lo que cuentas, cuesta pensar que ese tío sea lo importante que es. Aún atribuyéndole sus hazañas a ‘distorsiones’
Cuando se ponen así lo que realmente apetece es soltarle una buena coz y que le frían un pepino… -_-
El Chino siempre ha sido polémico. Tengo más hazañas suyas para contar pero hay que guardar contenido para los próximos días.