La Estatua de la Libertad, Ellis Island y Lower Manhattan


A veces llega algún despistado directamente a una de estas anotaciones y es bueno que sepas que el comienzo del relato de mi vieja a Nueva York comenzó en Saltando un océano en seis horas y media.

El jueves, con el tiempo a nuestro favor, volvimos a bajar al Lower Manhattan para ir a visitar a la Gran Dama de la Libertad. Si en diciembre, cuando estuve la vez anterior, no había cola alguna, ahora aquello parecía un país cualquiera del tercer mundo en el día del reparto de harina. Yo tenía clarísimo que no nos bajaríamos en la isla porque para conseguir entrada con la que subir al pedestal de la Estatua de la Libertad hay que ir un par de días antes y realmente no merece la pena. Desde el barco se tiene una vista increíble de la estatua y lo que quería era ir a la Isla de Ellis para ver el museo. Estuvimos más de una hora y media en la cola hasta que pasamos el control de seguridad y conseguimos entrar en el barco. En ese tiempo algunos se desmayaban y la gente ni se movía para ayudarlos por no perder el puesto. Lo de la Seguridad es un poco paranoico. Todavía no entiendo por qué tienen esos controles tan rigurosos para ir a una isla en la que solo hay una estatua. En el barco, nos posicionamos para tener una vista más que excelente de la Estatua de la Libertad y por casualidades de la vida nos tocaron unos españoles al lado, los cuales no tenían ni idea de lo de reservar para poder subir al pedestal.

El viaje en ferry toma unos minutos y al aproximarnos para atracar se pueden hacer fotos a porrillo de la Estatua de la Libertad y mientras vamos hacia ella de Manhattan y su peculiar línea de rascacielos. Una gran mayoría se bajó y hacia la Isla de Ellis íbamos muchos menos. Allí nos bajamos. Para aquellos que no lo sepan, durante más de sesenta años Ellis Island era el lugar en donde recibían a los inmigrantes que llegaban a los Estados Unidos. Por allí pasaron más de doce millones de inmigrantes de los que descienden directamente más de cien millones de personas en Estados Unidos hoy en día. En el museo vemos las diferentes salas en las que los revisaban, dormían, les daban de comer, los curaban y explican de una forma muy didáctica todo esto. Con algunas de las cosas se te ponen los pelos de punta. Es un paseo totalmente recomendado a quien vaya a la ciudad y si el día se presta, es un lugar perfecto.

Cuando acabamos volvimos a tomar el ferry para ir al Battery Park y mientras caminábamos por el mismo notamos un poco de revuelo y algo que parecía una grabación de televisión o cine. Estaban muy cerca de donde están la Esfera y la llama eterna que conmemoran la destrucción de las Torres Gemelas el 11S. Esta Esfera, creada por el escultor alemán Fritz Koenig, estaba junto a las Torres Gemelas y cuando la recuperaron de los escombros la pusieron en el parque. Es uno de los puntos más visitados de la ciudad, un lugar de silencio y respeto por los caídos. Creo que cuando acaben la reconstrucción de la zona la moverán a su lugar original. Retornando al tema, por allí cerca había un equipo de cine y la curiosidad nos pudo, así que nos acercamos y de un solo vistazo supe que era Woody Allen el que estaba rodando. Es casi como ver a uno de los Arcángeles, no me tiré de rodillas allí a adorarlo porque se me rompían los vaqueros de marca. Según nos explicaron los que nos mantenían algo alejados, rodaban una escena en la que una de las protagonistas de su última película compra un helado en el parque. Estuvimos un rato mirándolos y tras este instante divino seguimos nuestra ruta. Íbamos a volver a la zona por la tarde pero volvimos al aparhotel para reposar el almuerzo y la siesta.

Mientras descansaban mis padres yo subí a la 59 con la Quinta Avenida para honrar al Supremo Hacedor y comprarme un Mac mini en su Gran Templo. La tienda apple merece ser visitada por la espectacularidad del recinto. Uno de los amables vendedores me ayudó en la operación y en menos que canta un gallo tenía a mi pequeña preciosidad en mis brazos por primera vez, un momento de gran magia en el que nos abrazamos y supimos que estamos hechos el uno para el otro. Casi me llevo un iPod Touch y dos o tres cosas más pero me contuve. Chinos y rusos insistían a los empleados pidiéndoles iPhones, de los cuales no había ninguno. Regresé y lo dejé a buen recaudo. Esa tarde teníamos previsto un plan de compras en la Tienda a la que van todos los turistas europeos. Está en Fulton Street, exáctamente delante del agujero que quedó con la desaparición de las Torres Gemelas y se llama Century 21. Es un lugar para comprar sólo ropa de marca a precios de carcajada limpia. Yo salí con un par de vaqueros por cuatro perras gordas y a mi madre le atacó el mal de la Visa y se nos escapó por la tienda cogiendo de todo. Los empleados reponían a la misma velocidad con la que la gente les arrancaba las cosas. Trajes de marca, camisas fastuosas, pantalones de precio de ojo de cara en Europa allí no pasaban de los treinta dólares. No teníamos manos suficientes cuando dejamos el lugar y con todo ello bajamos hasta Wall Street para pasar por el centro económico del Universo. El sitio está protegido como si fuera zona militar. Desde allí seguimos hacia South Street Seaport que mis padres no habían visto y estuvimos paseando por el lugar y tomándonos algo. Nos acercamos al comienzo del Brooklyn Bridge y cuando se hacía de noche volvimos. Cenamos en un restaurante cerca de donde nos quedamos.

Ese día ya teníamos claro que habría que comprar otra maleta porque ya no teníamos espacio suficiente en las que llevamos.

El relato continúa en El Guggenheim, el MOMA, el Rockefeller Center y los estudios de la NBC