Cada mañana cuando voy al trabajo con la bicicleta paso enfrente de un pequeño lago en el que pasan el invierno (y el verano) un numeroso grupo de gansos y patos. Todos ellos, sobre las 9 de la mañana, se ponen en movimiento para buscar comida. A pesar de que la gente les lleva, parece que no es suficiente y optan por cruzar la calle y mendigar por las casas de los alrededores.
El primero se acerca a la carretera, que es el anillo de circunvalación interior de la ciudad, mira y se lanza hacia el otro extremo. Inmediatamente le siguen los otros en fila india, patos y gansos mezclados.
Los coches se ven forzados a detenerse mientras este grupo de habitantes locales pasea a sus anchas en busca de comida. Se acercan a las casas y cuando están en la puerta montan tremendo alboroto para asegurarse de que el dueño sale al jardín y les da algo de comer. Cuando acaban con una casa, van a la siguiente.
Su felicidad sólo se ve truncada por los gatos, esos felinos malvados que sienten cierto placer perverso atacando a estas aves. El gato se acerca sigiloso, escondiéndose y cuando anda cerca se coloca en posición de salto. Por suerte para los patos y por desgracia para los gatos, estos los ven siempre venir y salen gritando como locos de vuelta al lago, corriendo sin fijarse en el tráfico.
Todos los años tenemos alguna baja en el grupo, algún pato o ganso es atropellado por este motivo. Hoy ha sucedido. Resulta siempre triste pasar y ver que uno de los miembros del grupo no acudirá mañana a buscar comida al otro lado de la calle, no gritará más, no cortará el tráfico de nuevo.