Siempre que veo un campanario en alguna ciudad europea que visito enfilo en esa dirección porque todos sabemos que los presuntos tocadores de niños no solo hacen voto de tocamiento sino que también lo hacen de acaparamiento y siempre tienen edificios con contenidos espectaculares. Siguiendo esta regla y habiendo visto la torre me acerqué y resultó que aquello era una treta para señalar el mercado del centro de Lucca, aunque en un domingo estaba bien cerrado. No me extrañaría nada que en el pasado haya sido una iglesia porque tiene toda la pinta de una. O eso, o ahorraron en costes de arquitecto y pillaron los planos de una iglesia y le cambiaron el uso.
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El regreso larguísimo casi eterno a casa
El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila
Mi último día de la segunda visita a las islas Filipinas era básicamente una jornada de espera hasta el comienzo de las veinticuatro horas de vuelos y esperas. Me levanté tarde, bajé a desayunar y apalabré con la recepción que en lugar de dejar la habitación antes de las doce lo haría sobre la una de la tarde. Después hice la bolsa con todo el mango seco y los recuerdos y la volví a hacer para que todo encajara mejor. Fuera, en la pequeña mochila, quedaron la cámara con su funda, el iPad y los cargadores. Pasé la mañana relajado en la habitación, escribiendo, mandando correos y preparándome para lo que estaba por venir. Sobre la una de la tarde bajé a la recepción mientras dejaba al chamo encargado de planta revisando la habitación y usaba el programa Grab para pedir un coche con conductor para llevarme al aeropuerto por cuatro dólares. Me mandaban la matrícula del vehículo y todavía le estaba deseando todo lo mejor … siempre … a la recepcionista cuando el coche llegaba. Entré y la siguiente media hora la pasé en el eterno atasco de tráfico que hay alrededor del aeropuerto de Manila, el peor comunicado por carretera del universo conocido. El avión salía de la Terminal 1, la destinada a la mayor parte de los vuelos internacionales y a la que solo se puede acceder con billete y tras pasar un control de seguridad en la misma puerta, con lo que la gente que va a despedir a otros les tiene que decir adiós allí mismo. Entré y es una enorme sala rectangular, con tres de los lados llenos de máquinas para facturar y solo un par de decenas de sillas en el medio para los cientos de personas que esperábamos y por supuesto, no se sabía en donde era la facturación de mi vuelo, así que me tiré en el suelo como todos los demás. Lo del concepto de los aeropuertos en las Filipinas se lo tienen que currar un rato porque lo tienen muy inmaduro. En un momento determinado me di un garbeo y veo un chamo poniendo las señales de China Southern en un sitio, así que me acerqué allí y me puse en la cola, en la que ya había seis pasajeros. Rizando el rizo del esperpento, en una sala con por lo menos cien mostradores de facturación, eligieron una esquina para todos los vuelos que salían esa tarde y así asegurarse el caos más absoluto. Al lado de los cuatro mostradores de nuestro vuelo había otro que iba a Singapur y en el otro lado de la esquina un vuelo de China Airlines que debía ser un avión con más capacidad que las guaguas de la línea 20 en la Isleta porque allí había miles y miles de julays y cada vez que entraba un viejo ancestral, lo ponían en una silla de rueda y lo colaban con lo que acabaron con una línea de diez sillas de ruedas que bloqueaba a todas las colas de los vuelos de las otras compañías. En eso que un chiquillo pequeño aparece de la nada gritando, alguien se lo entrega a uno de los de seguridad y él se marchó a buscar a los padres que no habían notado la pérdida de uno de sus treinta y seis retoños. Iba con todo el temor en el cuerpo pero la chica que estaba en facturación me dijo que mi bolsa, con sus nueve kilos, iba facturada hasta AMSTERDAM pero yo solo tenía tarjetas de embarque para los dos primeros aviones y el último me lo darían cuando llegase a ese aeropuerto. Pasé el control de inseguridad de risa absoluta y una vez en la zona insegura, fui a las tres o cuatro tiendas que había allí y me gasté los poco más de diez leuros que me quedaban en pesos filipinos. Después bajé a la sala de embarque y según descendías las escaleras, unos chamos te miraban los bolsos de mano y te decían que antes de entrar en el avión te tenías que tomar los líquidos. El avión llegó en hora y el embarque empezó más o menos a tiempo, solo que con cinco viejos en silla de rueda que andaban perfectamente, la cosa se retrasó un poco. Finalmente entramos al avión, cerraron la puerta pero el piloto nos dijo que teníamos que esperar quince minutos por congestión aérea en el aeropuerto de Manila. Llegado el momento, puso los motores en marcha y comenzó las maniobras. El primer vuelo era de dos horitas y media hasta Guangzhou, en China. Cuando pasaron con la comida las opciones eran arroz con pescado o pasta con cerdo y solo le quedaban dos raciones de la pasta, así que me sugirió que pillara el pescado y le dije que como no lo como, si no me quería dar la pasta, no comía y no pasaba nada pero la mujer se traumatizó y me dio su penúltima ración de pasta con cerdo, el cual estaba duro como piedra y no lo pude comer. El resto del vuelo transcurrió sin incidencias y llegábamos con hora y media para hacer la conexión al siguiente vuelo, que nos llevaba hasta Frankfurt, en Alemania. Llegamos al gigantesco aeropuerto de Guangzhou y perdimos un cuarto de hora aparcando y cuando se paró el avión, estábamos en el quinto pino. Nos habían dicho antes de aterrizar que la puerta de embarque para mi vuelo era la 205 pero mi tarjeta decía la A11. Al salir del avión, una pava china esperaba a pie de escalera con un cartel que indicaba Frankfurt 331. Me identifiqué como pasajero de ese avión, me encontró en su lista y me puso una pegatina en la camisa que decía 331. Bajaron otros pasajeros y nos fue poniendo pegatinas a todos. Éramos unos diez y pensábamos que nos llevarían directos al avión cuando la pollaboba nos dice que nos metamos en la guagua con el resto. Nosotros flipamos y le hacemos caso y la guagua nos lleva hasta la terminal de llegadas en un viaje que tardó más de diez minutos. Una vez allí pensamos que nos iba a llevar a la nueva puerta pero nos da las tarjetas de llegada a China y nos dice que tenemos que pasar el control de pasaportes para entrar en China. Algunos la miraban flipando pero como uno ya se conoce el tergal que se gastan por allí, rellené la mía y pasé el control de pasaportes y me pusieron un nuevo visado de veinticuatro horas en China. Después SALIMOS del aeropuerto y una vez en la calle, subimos a la zona de facturación y salidas y VOLVIMOS A ENTRAR en el aeropuerto, con lo que estuve nuevamente en China. Nos puso en la cola para control de pasaportes de los VIP pero había tanta gente que tardamos una media hora. Para cuando todos la habíamos cruzado, allí delante había un julay con un cartel que decía ÚLTIMA LLAMADA CS 331 FRANKFURT y la puerta A11. Salimos todos corriendo como locos hacia esa puerta y al llegar hay dos chinos histéricos que nos toman las tarjetas de embarque pero no hay vehículo para llevarnos al avión, con lo que esperamos cinco minutos hasta que aparece una guagua para nosotros y después diez minutos de recorrido en el aeropuerto para llevarnos más o menos al mismo lugar en el que aterrizamos, solo que junto a un edificio en el que había pasarelas y una tenía un 205. Salimos en la pista y desde allí subimos y entramos al avión, petadísimo de chinos y algunos extranjeros. Fuimos los últimos en entrar. Las azafatas chapurreaban muy malamente el inglés y me dio la impresión que la tía dijo que el vuelo duraba como una hora, algo que no me cuadraba. En el avión no nos ponían ni mantita, lo que me dio que pensar que las líneas aéreas estas chinas son rastreras que no veas. Despegamos, media hora esperando para poder usar el iPad porque está prohibido y la azafata me veía y cuando finalmente se puede, dicen como que van a dar un servicio de comida en cinco minutos y después hay que sentarse para aterrizar. Cuando la tía me da mi bolsa de manices le pregunto y me confirma que estamos ya aterrizando. Esto no estaba en mi billete y yo no tenía ni puta idea de lo que estaba sucediendo allí. Tomamos tierra con un aterrizaje épico en el que el piloto casi consiguió reventar el tren de aterrizaje del avión y nos dicen que todos tenemos que salir del avión para pasar control de pasaporte. No necesitaba ni las gafas TresDé para alucinar en seis dimensiones pero cogí mis cosas y me pongo en la fila. En la pasarela decían en Chino e inglés que si ibas a Frankfurt te pusieras en la cola de la izquierda y el resto en la de la derecha. Al parecer aquel vuelo era una parada programada en un aeropuerto que después, tras guardar las coordenadas, averigué que era el de Changsha Huanghua International Airport. Éramos unos ochenta extranjeros y tuvimos que rellenar una tarjeta de salida del país, pasar un nuevo control de pasaporte y después esperar una hora en una sala de espera hasta que nos dijeron que regresáramos al avión. De las casi trescientas personas, los chinos habían desaparecido y solo quedábamos los cerca de ochenta extranjeros, con lo que todo el mundo pudo pillar al menos dos asientos y muchos se cogieron la fila del medio entera. Ahí sí que la azafata dijo o intentó decir que el vuelo era de once horas y media y despegamos. Nos dieron la cena y todos nos buscamos la posición para dormir. Me sorprendió de la aerolínea China Southern lo poco curtidas que están las azafatas, lo antipáticas que son y lo mala que es la comida. El vuelo comenzó con un festival de turbulencias que no paró por lo menos en las seis primeras horas de vuelo con lo que dormimos despertándonos de cuando en cuando por los saltos que daba el avión y los cambios de velocidad que hacía. Para cuando me desperté y ya no podía seguir durmiendo estábamos justo encima de Moscú. Después me dediqué a ver episodios de mis series favoritas hasta que nos dieron un cutre-desayuno y nos obligaron a apagarlo todo para la media hora final. Aterrizamos más o menos en hora en Frankfurt y al salir del avión, pregunté a una pava y me dijo que tenía que pasar el control de pasaporte y después ir a la zona del aeropuerto para vuelos comunitarios. Lo hice, encontré una máquina para imprimir mi tarjeta de embarque y tenía que esperar casi cuatro horas así que encontré una butaca decente en un rincón tranquilo del aeropuerto y me puse a esperar. A mi lado, una de las parejas que venía conmigo desde las Filipinas eran unos holandeses que hacían la misma ruta que yo. A la hora que debían, anunciaron el embarque para nuestro último vuelo, en este caso con KLM. El avión era un Embraer, no muy grande pero petado hasta la bandera. Entramos en hora, cerraron las puertas y el piloto nos dijo que teníamos que esperar unos minutos hasta que le dejaban encender los motores. Después nos pusimos en movimiento y yo estaba grabando el vídeo del despegue, el cual tengo. Delante de nosotros, veo un Airbus A380, el mega-jumbo ese enorme y lo grabo ponerse en pista y despegar. Pasan otros aviones y nos llega el turno. El piloto dice que despegamos, comenzamos a correr por la pista y de repente, el tío frena en seco. Te da un mal rollo que no veas y te temes todo lo peor, siempre. Nadie dice nada, pasan casi dos minutos y de repente el tío arranca y coge carrerilla y despega. Cuando estamos en el aire, coge el micrófono pero no para hacerse un karaoke y nos cuenta que tuvo que abortar el despegue porque un avión en otra pista estaba descentrado y el ala de la misma ocupaba el espacio de nuestra pista, con lo que existía riesgo de colisión. Según el piloto, tanto la torre de control como él vieron el problema y por eso se abortó el despegue. También dijo que era algo raro pero rarísimo como encontrar un país llamado truscoluña que jamás fue nación y que era la primera vez en su vida que le sucedía y que esperaba que fuera la última. En el avión nos dieron un aperitivo y tardamos unos cincuenta minutos en llegar a Amsterdam, a MI CASA, o prácticamente. Después de aterrizar, salimos y fui hacia la cinta de recogida de equipaje. Allí éramos tres, la pareja holandesa que venía desde Manila y un servidor. Nos preguntamos si nuestras maletas llegarían y ninguno teníamos fe. En la pantalla informaban que el equipaje tardaría unos quince minutos en llegar así que esperamos contándonos nuestros respectivos viajes. Finalmente, la cinta se pone a moverse y tras una eternidad, sale un bolo y el chamo grita emocionado que es el suyo, en segundo lugar aparece mi bolsa y en tercer lugar, la maleta de la chama y la cinta se para. Ese fue todo el equipaje facturado en aquel avión y aunque parece increíble, nuestras tres maletas fueron de Manila a Guangzhou, de allí a Changsha, desde ese lugar a Frankfurt y finalmente saltaron a Amsterdam y lograron hacer todo eso sin perderse. Los tres flipamos en colores. Salí para ir a la estación de tren subterránea que hay en el aeropuerto y me monté en el siguiente tren que salía hacia Utrecht y una vez en la estación central de mi ciudad pillé una guagua para ir a mi casa, a donde vine llegando unas veintiocho horas después de salir del hotel en Manila y fue entrar en mi casa, encender el ordenador de la oficina y ponerme a trabajar media jornada mientras mi lavadora se aseguraba que todo la ropa no tenía ningún tipo de bicho con un lavado a sesenta grados y así más o menos fue como acabó mi segundo y fabuloso a la par que fantástico viaje a las Filipinas, mi país favorito del sureste de Asia, algo que puedo afirmar y afirmo después de haberlos visitado todos salvo Laos, que no tiene playa y no me interesa lo más mínimo.
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Vista desde la muralla de Lucca
Cuando Maria Luisa de Borbon ordenó crear la Passeggiata delle Mura Urbane en la muralla de Lucca, también aprovechó para crear un precioso parque que rodea la ciudad junto a la muralla. Toda la zona se adornó con diferentes especies de árboles que le dan un toque especial a la ciudad y aunque ha crecido, le dan un aspecto campestre al mundo visto desde la muralla, como se puede ver en la foto de hoy, en la que resulta difícil de creer que tras la barrera de los árboles, la ciudad continúa con sus calles, sus edificios y su tráfico. Este parque es muy popular para pasear por las tardes, hacer deporte o sencillamente, sentarte en algún lado a charlar o leer un libro.
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Visita a la isla de Corregidor
El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila
La razón por la que añadí un día extra a mi paso por Manila, ciudad que es tan detestable o más que Bangkok fue por seguridad. Estando en Siargao y teniendo que volar desde allí, corres el riesgo que si hay un poco de mal tiempo, cancelen los vuelos y te dejen tirado. Por eso quería tener veinticuatro horas adicionales de margen, ya que era demasiado lejos para cualquier alternativa de transporte. Mirando en las cosas que se podían ver fuera de la ciudad me topé con una excursión a la isla de Corregidor, la cual está controlada por una compañía turística y han hecho de aquel lugar una especie de parque de atracciones centrado en la ocupación americana y japonesa y los eventos de la Segunda Guerra Mundial. El barco salía a las ocho de la mañana desde el muelle que está junto al centro comercial gigantesco Mall of Asia y te obligaban a tener el billete y todo apañado antes de las siete y media así que salí del hotel sobre las siete de la mañana en taxi y llegué allí en cuatro minutos. Primero hice cola para que me dieran mi billete, que resultó ser una pegatina que te ponías en el pecho para identificarte como a ganado y ellos saber a qué grupo pertenecías y lo que habías contratado. Después pagué las tasas del puerto, que en Manila son treinta pesos o unos sesenta céntimos de leuro y después entré al barco y me senté en el asiento que me asignaron. A las ocho, con más de doscientas personas, el barco soltó amarras y salió a todo meter hacia la isla de Corregidor, la cual está a unos cuarenta y seis kilómetros de Manila. El barco es de los de velocidad disparatada y hace el trayecto en una hora y cuarto, tiempo en el que te tupen a vídeos informativos si los quieres ver, ya que yo me dediqué a escuchar un audiolibro. Me habían asignado la guagua/tranvía número dos y al llegar, la busqué y me subí. Cada tranvía (son guaguas abiertas con el aspecto que tenían los tranvías que existían en Corregidor) sigue una ruta distinta para evitar que todos estemos a la misma vez en el mismo lugar. Nosotros fuimos hacia el lugar en el que el general americano Doublas MacArthur abandonó la isla cuando los japoneses estaban ganando la guerra y prometió que volvería. En el sitio han puesto una estatua del chamo. Desde allí fuimos a ver el monumento a la Mujer Filipina, las cuales tuvieron un papel muy importante en la liberación del país. Esta isla está petada de memoriales así que nos movíamos de uno a otro. Ya en la primera parada di mil gracias a mi ángel de la Guarda por inspirarme y escoger el tour en tranvía y no el de caminar porque Manila es un infierno y allí no hay quien de un paso. Antes de seguir y para los más incultos, decir que en la bahía de Manila hay cuatro islas y todas se usaban para la defensa de la ciudad ya que están algo alejadas de la misma y así hay tiempo para organizarse en la ciudad de ser necesario. Desde que los españoles llegaron se convirtió en un fuerte defensivo de Manila y así continuó hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Regresando al relato, fuimos al Museo de los Héroes Filipinos, que tiene fotos y tal y un bonito memorial afuera. La isla es pequeñita pero desde siempre ha estado muy bien aprovechada. Por la carretera vi algo raro cruzando y penséis que era un truscolán de mierda pero resultó que era un mono con lo que ahora ya sabemos de dónde proviene esa escoria sucia y deleznable. La guía nos dijo que tuviéramos cuidado porque al igual que con los truscolanes, esos monos son malos que no veas y si pueden te atacan. Nuestra siguiente parada fue el Jardín Japonés de La Paz, que está en el lugar en el que los americanos hicieron un cementerio para enterrar a los más de cuatro mil japoneses que se inmolaron cuando perdieron Manila. En la isla se construyeron un montón de túneles y los japoneses se metieron dentro con los explosivos y el combustible y se suicidaron. Los americanos y filipinos los enterraron pero se perdió el rastro de ellos y solo cuando un gringo les mandó una foto que se hizo en un lugar en el que había un cartel que decía Cementerio japonés los pudieron descubrir. Como los japoneses son muy fans del quemar, vinieron, sacaron todos los cuerpos (o casi todos, los filipinos están convencidos que se dejaron un montón atrás) y los metieron en veinte sacos y en el lugar han hecho este memorial. Los filipinos dicen que es imposible que cuatro mil julays quepan en veinte sacos. Desde allí seguimos hacia el Túnel Malinta, palabra que al parecer significa sanguijuelas porque los túneles estaban llenos con esos bichos. Recorrimos el túnel a la largo pero no a lo ancho, unos trescientos metros con algunas paradas en el interior. En los laterales de esa arteria principal, hay hospitales, zonas de dormir, despachos y de todo y hay una parte, la de los arsenales que fue la que los japoneses dinamitaron on ellos dentro para que no los capturaran los americanos vivos. Vimos las zonas en las que estaban los despachos de MacArthur y del presidente filipino y algunos de los respiraderos. La verdad que la visita es muy interesante, sobre todo por toda la información relativa a la Segunda Guerra Mundial.
En la isla el restaurante tiene una capacidad limitada y a nosotros nos asignaron la hora de las once para el bufete. La comida me pareció mierdosa pero bueno, iba incluída. Tuvimos unos cuarenta y cinco minutos para encochinamos y aquel lugar es un hotel ya que hay gente que se queda una o dos noches allí.
Después de comer fuimos al otro lado de la isla para ver Battery Way, una serie de cañones instalados por los americanos para defender Manila. Es impactante. También visita o otros dos lugares con cañones, todos diferentes. Fuimos a Grubbs y Hearn, que es uno enorme. En Grubbs nos cruzamos con otro grupo de monos y se molestaron un montón cuando les gritamos que truscoluña no es nación. Después fuimos a una zona con barracones bombardeados por los japoneses. En esos barracones había miles de soldados y en uno, que era cafetería, estaba el general MacArthur comiendo cuando comenzó el bombardeo, el cual también destruyó el hospital y por eso y durante unos meses, movieron todo a los túneles que habían construído en la isla y que después los japoneses también usaron. Los barracones en la parte alta (Topside barracks) se han dejado en ruinas para que la gente vea lo brutal que fue el ataque. Desde allí fuimos a ver el Pacific War Memorial, muy pomposo y espectacularmente en ruinas, ya que hicieron algo demasiado sofisticado y ahora no lo mantienen. En esa zona también están los restos del cine de los americanos, en el que se dice que la última película que se puso fue Lo que el viento se llevó y un truscolán robó. Estuvimos también en varios puntos que eran miradores con unas vistas preciosas de la isla y de la bahía de Manila. La última parada fue en el punto más alto de la isla, el Faro Español, el cual ha sido restaurado con ayuda del gobierno español. Subí para ver las vistas desde arriba. Desde allí nos llevaron al muelle porque ya había pasado el día y era la hora de regresar a Manila. Cuando llegamos, me acerqué al centro comercial Mall of Asia y me aprovisioné de mango seco en el supermercado y compré unos cuantos recuerdos en una tienda. Después, regresé e la hotel y así más o menos acabó el día.
El relato continua en El regreso larguísimo casi eterno a casa