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  • Mantigue y la mitad este de Camiguin

    11 de mayo de 2016

    El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila

    Después de haber visto la mitad oeste de la isla, me faltaba el otro lado y la chica de la recepción me había dicho que no era tan bueno. A las siete de la mañana me pegaba mi desayuno filipino con tocino, arroz frito con ajo, huevo frito y un zumo y después me ponía en la carretera cabalgando mi motocicleta. Había decidido comenzar directamente yendo a Mantigue, la cual sus propietarios denominan Island Nature Park. Aunque en principio parece cercana, veintipico kilómetros en motocicleta por una carretera en la que en cualquier momento cualquier cosa se lanza a la calzada es una aventura de más de tres cuartos de hora. Tenía que ir a un punto cercano a San Roque desde donde se contrataban los barcos que te llevan a la isla. En este caso, el barco valía diez leuros. En esa isla, los dueños creen que ordeñar es el camino y por todo, pero po todo, hay que pagar extra. Si quieres submarinear, tienes que pagar 1 leuro por el derecho a bañarte en esa zona de la isla más tres leuros por gafas y tubo y otros tres leuros por las aletas y si llevas tu propio equipo, tres leuros por el permiso a usarlo. Las mesas, las sillas, las sombrillas, los reservados, todo, todo, todo tiene un precio. La tía intentó cobrarme por lo de nadar en la reserva natural y le dije que yo iba a la playa, que es gratis y que ya he visto suficientes corales y peces en las Filipinas y los que me quedan por ver y me puedo ahorrar gastarme siete leuros para más de lo mismo. Se me olvida decir que si hubiera querido usar mi cutre-cámara submarina, eran cuatro leuros más. 

    Me tocó el barco número 3 y los dos que lo llevaban estaban acarajotados. Primero uno consiguió calar el motor tres veces y cuando finalmente lo consiguió, enganchó la hélice con una boya y su cuerda y se tuvieron que tirar al agua. Al llegar a Mantigue, caló el motor dos veces más. Se quedaban allí esperándome ya que el barco que te lleva, te devuelve a tierra. Me fui a dar una vuelta a la isla, admirando las vistas de Camiguin que hay desde allí. Encontré un lugar para bañarme que estaba muy chulo y estuve una hora y pico en el agua, con un grupo de filipinos cerca. Después me metí en la pequeña jungla del lugar, pero he andando por tantos países y he visto tanta jungla que estas cosas ya no me impresionan a menos que tengan algo espectacular. Es la maldición de haberlo visto todo en estos países. Sobre las once regresé a tierra y seguí hacia el sur de la isla. Quería ver una torre para vigilar a los Moros, que es como denominan en Filipinas a los joputas-musulmanes-terroristas-de-mierda y espero que hasta el más lerdo sepa de qué  lengua obtuvieron la palabra. Fue un fracaso, no la encontré. Estaba indicada en el malita que me dieron de la isla pero no aparece en ninguno de los tres mapas que tengo en el teléfono y por más que pregunté, nadie sabía nada de ella. En la ruta de regreso me acerqué a un santuario de conchas gigantes, pero resultaron las mismas que vi en Coron, así que me lo salté. 

    Después fui a hacer unas fotos al Lago Taguimes, que es de agua salada porque en un punto está conectado al mar. Paré en el puerto de Benoni para pedir información sobre los horarios de los ferris en dirección a la isla de Mindanao y después fui hacia Mambajao, la capital de la isla. Adaemás de parar a comprarme un helado y pan fresco, buscaba la iglesia de San Nicolás de Tolentino, más que nada porque en Gran Canaria hay pueblo con el mismo nombre y seguro que algunos de los que leen esto han estado en las fiestas del Charco, un evento bárbaro y ancestral que celebramos en Gran Canaria y que demuestra lo cercanos que estamos de los monos en temas evolutivos, siendo una de as pocas diferencias que nosotros sabemos cultivar plataneras para conseguir los plátanos. Decir que dentro de la iglesia había un montón de santos y que ahora ya sé de donde copia Rappel los modelos de las ropas horrendas que se pone.

    Ya he comentado mil veces que soy un desastare en lo relativo a la orientación y si lo que tengo es un papel, la debacle es cierta y segura. Quería ir a las cataratas de Katibawasan pero me equivoqué de carretera y empecé a ascender que no veas. Cuando por fin encontré  una keli y les pregunté, me dijeron que tenía que volver a la Costa. En el camino vi una especie de motel en la montaña, entré a tomarme un refresco de cola, que valen lo mismo que el agua y de gratis tienes la energía del azúcar y la chica me encaminó más o menos. Encontré por fin la subida correcta y en esta ocasión decidí calcular los kilómetros hasta el punto de destino en base a lo que decían los carteles. Las cataratas aparecieron cien metros antes del punto en el que me iba a poner nervioso. Pagué los cuarenta céntimos de leuro de la entrada y fui a verla y hacerle fotos. Es la más grande de la isla, con una caída de unos setenta metros.  Preciosa, aunque como estamos en la temporada seca, con poca agua. Te podías bañar pero el agua estaba helada así que pasé. 

    Desde allí regresé al vial costero y fui hasta el punto en el que se asciende para ir al Manantial ardiente de Hibok-Hibok, otro complejo de piscinas, en este caso con agua que está en contacto con alguna Caldera del volcán Hibok-Hibok y te bañas en aguas sulfuradas y entre treinta y treinta y ocho grados. Encontré el sitio a la primera, pagué los cuarenta céntimos de leuro y me metí en una de las piscinas, con el agua más fría y desde allí fui cambiando de piscina hasta llegar a la del agua más caliente. Estuve más de hora y media. Dicen que los sulfuros son buenos para un montón de cosas, aunque a mí me molaba más que el agua estuviese calentita. 

    Cuando acabé, regresé a la pensión y vine llegando allí cerca de las cinco de la tarde. Al ir a cenar, opté por llevarme la motocicleta porque ya era tarde y se había hecho de noche y vi cómo un jeep tumbó a una moto y se montó un pitote del copón en el lugar. Después de cenar, regresé con precaución extrema y di por concluido el día. 

    El relato continúa en Sol y playa en Camiguin

  • Claustro en el convento di San Francesco

    11 de mayo de 2016
    Claustro en el convento di San Francesco

    Junto a la chiesa di San Francesco está el convento, el cual tenía varios claustros. Yo pasé por dos de ellos y aquí vemos el que me gustó más. El complejo forma parte ahora del IMT Istituto di Alti Studi y los arcos están cerrados con cristales. Por suerte, te dejan pasar por allí y los dos claustros eran muy bonitos. Intuyo con mis dotes de adivino que no veas que el que está en la estatua es San Francesco.

  • La isla Blanca y recorriendo la mitad oeste de Camiguin

    10 de mayo de 2016

    El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila

    Cada lugar que visito en las Filipinas es totalmente distinto del anterior y en cada sitio hay movidas distintas. Como sucedió el año pasado cuando estuve en Siquijor, la isla de Camiguin está relativamente poco explotada turísticamente, al menos en lo relativo al turismo internacional. Calculad que el aeropuerto solo tiene un vuelo al día, a Cebu y solo para setenta y dos personas. Tampoco es fácil llegar por barco. Por eso, aquí no hay sofisticadas excursiones organizadas en las que te recogen, te llevan de sitio en sitio y te dan de comer. Aquí te tienes que buscar la vida. Por la mañana, aprovechando que estoy a quinientos metros del muelle desde el que salen los barquitos que te llevan a la Isla Blanca, fui a verla. Sobre las siete de la mañana o para los más puristas, cuatro horas antes de la hora Virtuditas. Los locales van a esa hora porque saben que después el sol castiga que no veas y allí no hay sombra alguna. Del negocio de los barquitos vive medio pueblo y lo tienen muy elaborado. Me costó unos ocho leuros y el viaje dura unos diez minutos. Te puedes quedar unas cuatro horas como máximo. Es una franja de arena blanca en el medio del océano, con forma de boomerang. Desde allí hay unas vistas espectaculares de la isla de Camiguin y combinadas con la arena blanca, es un sitio muy fotogénico. Hice un montón de fotos y me pegué un gran pero que gran rato en el agua. Regresé a las nueve y pico y volví a mi motel y alquilé una motocicleta para perderme por la isla. 

    Lo que me gusta de las excursiones preparadas y ejecutadas por otros es que tú te limitas a disfrutarlas y cuando llevas la moto, tienes que ir pendiente del camino, de los niños que se lanzan a la carretera, los perros y demás. Hay una carretera de circunvalación de la isla que va por la costa y que en total tiene sesenta y pico kilómetros. Mi primera parada fue para subir a pasear por el monte llamado Old Vulcan o Volcán viejo. En realidad lo único que no se puede ver es el volcán pero hay unas vistas espectaculares desde arriba. Este es un paseo medio-religioso para los filipinos ya que en la subida están todas las estaciones de Jesús, esas que se hacen en Semana Santa, todas hechas con estatuas. En la primera se puede ver cómo Jesús está como con dos julays que parecen españoles hablando con los nativos y diciéndoles que los españoles son gente buena y chachi y de los únicos que tienen que tener muchísimo miedo es de los joputas-truscolanes-de-mierda, como todos sabemos tan bien. Para cuando llegué a la decimotercera, estaba necesitado de una bombona de oxígeno y de litros de agua. Subir una montaña con más de treinta grados es una tortura. Al bajar, fui a ver el Cementerio hundido, en el lugar en el que estaba la capital de la isla en tiempos de los españoles y justo el sitio en el que un volcán submarino erupcionó en el siglo XIX (equis-palito-equis) y en veinte minutos acabó con la cuidad, mató un montón de gente y hundió el cementerio de la misma en el mar. Nadie se acuerda de los nombres de aquellos muertos pero los recuerdan con una cruz enorme en el agua. En un chiringuito me pillé una botella de Cola Loca y me la bebí de un tirón delante de la vendedora. Cerca de allí están las ruinas de la vieja iglesia. Se ve que era enorme, seguramente una catedral. 

    Cambién de tercio y segúi bordeando la isla camino del Bura Soda Water Park, una piscina natural con agua carbónica. Es súper-popular entre los filipinos. Para que os hagáis una idea, éramos siete turistas extranjeros entre doscientos filipinos. La piscina me vino de perilla para sobrevivir a la caló. Estuve allí bastante tiempo, casi dos horas y después seguí hacia las cataratas Tuasan, con una caída de unos veinticinco o treinta metros. Muy bonitas para hacer foto pero pasé de meterme en el agua. Mi siguiente parada fue en en el Santo Niño Cold Spring, otra piscina de naciente solo que esta es con el agua fría, pero fría. Ahí sí que me bañé. Éramos dos los extranjeros en el lugar. Estuve otro rato largo y después se me ocurrió ir a ver las cataratas de Binangawan. Estaban nueve kilómetros tierra adentro, por una carretera que ascendía sin parar y al final desaparecía sin rastro de las cataratas. Creo que subí por lo menos quinientos metros de altura o más, allí no había nada de nada, se acercaba la puesta de sol y lo que menos me apetecía era verme en el medio de la nada. Opté por confirmar el fracaso y regresar a la costa. Después deshice el camino andando y volví por el mismo lado de la isla, lo cual me tomó unos cuarenta y cinco minutos. Llegué a tiempo de ver otra fabulosa puesta de sol y después me fui a cenar. Lo de ir en moto cansa, sobretodo combinado con trepar montañas, tirarte en piscinas naturales con aguas a distintas temperaturas y visitar islas de arena blanca así que acabé el día agotado.

    El relato continúa en Mantigue y la mitad este de Camiguin

  • Chiesa di San Francesco

    10 de mayo de 2016
    Chiesa di San Francesco

    Llegamos a una plaza en la que vemos la chiesa di San Francesco y el edificio que tiene adosado a la misma por la izquierda era un convento. Los franciscanos llegaron a la ciudad desde el siglo XIII (equis-palito-palito-palito) y la congregación era bastante grande. La iglesia, al menos cuando yo pasé por allí, parece que ya no se usa para temas religiosos y era como una enorme sala de conferencia en la que justo en aquel momento se desarrollaba algún evento. La iglesia es una nave única, sin forma de cruz.

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