El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila
Este fue el día con el plan de transporte más complicado. Comencé pateándome de nuevo Legazpi y comprobando que ningún cajero funcionaba con mi maestro. Con eso le he terminado de coger manía a la ciudad. Sobre las doce crucé los cien metros que salvaban la distancia entre el cutre-hotel en el que me hospedé y el aeropuerto y facturé. La chica me dijo que calculaban una hora de retardo. Me senté en la terminal, atestada con la gente de los vuelos anteriores también con retraso a esperar. Finalmente, el retraso fue de hora y media y subimos al avión con la espectacular vista del monte Mayon casi sin nubes. Aunque tenía ventana (y de emergencia) estaba en el lado malo del avión y no pude ver el volcán. El vuelo a Manila duró más o menos una hora y cuando llegamos aquella ciudad era un infierno de casi cuarenta grados. Mi segundo avión era a las doce menos cuarto de la noche así que me acerque´a las oficinas de Cebu Pacific para ver si lo podía cambiar pero solo lo hacían por uno que salía una hora antes y pedían a cambio cincuenta leuros, con lo que pasé. Encontré una sala de descanso en el aeropuerto en la que por siete leuros podía pasar cinco horas y después de cenar me eché una sobadilla de tres horas. Para cuando me levanté, el aeropuerto ya no estaba tan lleno, yo era la única persona en los mostradores de facturación y también pasé el control de inseguridad sin más. Bajé a la sala de espera asumiendo que tendríamos un retraso de órdago pero resultó o que no y de hecho, anunciaron el embarque a la hora prevista y antes que el vuelo al que me habían propuesto cambiar. Mi teoría es que este último vuelo es para mover un avión de vuelta a Cebu y pillan el que pueden con una tripulación descansada y lo bajan al otro aeropuerto. Despegamos relativamente en hora y todos nos dedicamos a dormitar. Aterrizamos sobre la una de la mañana y en la terminal de llegadas había un restaurante de comida rápida en donde me senté a matar el tiempo. Uno de seguridad nos echó a todos sobre las dos, subí a la terminal de salidas nacionales y me aposté enfrente de una máquina de aire acondicionado a ver episodios de mis series favoritas. Sobre las tres pasé el control de inseguridad externo y me quitaron mi botella de agua. En el segundo control de seguridad me quitaron el desodorante porque según el tipo, puede explotar. Curioso que el mismo desodorante no haya tenido problemas en Ámsterdam, Chegndú, la otra ciudad china, Manila terminal 4, Coron, Manila terminal 3 o Legazpi. Desayuné algo y con tanto comer sucedió lo que todos nos temíamos y acabé echando el jiñote en el aeropuerto. Mi último vuelo era un turbohélice, un ATR72 y entramos en hora y despegamos en hora. El piloto dijo que tardaríamos una hora en llegar pero fueron poco más de media hora.
Al salir, cutre-transporte a mi nueva casa, Marianita’s Cottages y llegué a la misma a las siete pero mi habitación seguía ocupada, así que bajé a la playa que está a dos metros del recinto a matar unas horas. Cuando tomé posesión de la habitación me pegué una siesta de dos horas antes de salir a a dar un garbeo. Después disfruté una alucinante puesta de sol y acabé en un italiano cenando y hablando con sus dueños.
El relato continúa en La isla Blanca y recorriendo la mitad oeste de Camiguin