Uno de los salones más famosos del ayuntamiento de Estocolmo es el Salón Azul, el cual, como se puede ver en la foto, no tiene absolutamente nada de azul. Cuando el arquitecto hizo los planos, estaba pensado que fuera de ese color y cuando cambió de idea y acabó haciéndolo de ladrillo rojo, el espacio se quedó con el nombre que ya tenía. Este espacio es el que se usa cada año para el banquete de la gala de los premios Nóbel y por lo que nos dijeron, el espacio por comensal es inferior al que tiene en una mesita de avión en clase turista, salvo en la mesa de los premiados y la familia irreal. También nos contaron que la escalera se hizo contando con la supervisión y los comentarios de la chama que empalaba el arquitecto, su hembra, ya que querían que una pava con zapatos de jolgorio pudiera bajar con su vestidito de canesú y sin escoñarse y ella fue la que finalmente eligió la altura de los escalones, bastante más pequeños de lo que suele ser habitual.
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Adiós Filipinas
El relato comenzó en El comienzo de otro gran viaje
Con las vacaciones siempre paso por varias fases. De alguna manera caótica elijo un país, compro el billete, planifico algo, en la semana previa al viaje entro en una fase de terror absoluto y de pensar que ha sido una mala elección, el día antes ese terror alcanza su punto más álgido y después llego y se me olvida todo y me centro en disfrutarlo. De cuando en cuando hecho de menos algunas cosas de mi vida anterior a las vacaciones, como ir al cine o preparar desayunos o comida y cuando las vacaciones se acaban y me he enamorado del país en el que he estado, me da pena porque me tengo que ir.
En mi último día en las Filipinas, me desperté a las seis de la mañana, algo ya normal y que sucede casi todos los días. Había puesto la alarma de mi Xiaomi Mi band para las ocho pero sabía que si dormía esas dos horas adicionales, algo estaba muy mal. Hice mis ejercicios de Duolingo, vi un episodio de una serie (uno de los que aún me quedan) y comencé mentalmente a hacer la mochila. Eché el clásico JIÑOTE, me afeité y me fui a desayunar. Después me duché y todo lo que había salido de la mochila regresó a ella. Con los años me he convertido en un maestro en el arte de meterlo todo en el menor espacio posible y mi mochila de cuarenta litros esconde otra mochila pequeña y ligera, la bolsa impermeable de quince litros, el teclado bluetooth, un botiquín, ropa, algunos recuerdos y otras cosillas como una toballa, una sábana momia (que por primera vez no he usado en absoluto) y los cables y cargadores. Opté por llevar fuera el iPad y la cámara para permanecer dentro de los márgenes de peso de mano de Airasia, que son siete kilos y como los recuerdos son unos pedrolos enormes y pesados, sabía que debía estar muy cerca de los ocho.
Charlé un rato con la encargada del resort en el que me quedé (pequeño y solo con seis habitaciones) y que me ha dado un montón de ideas para ir a otros lugares de su país. A las nueve y veinticinco me venían a buscar. En Boracay, si te quedas cerca de la playa, como no hay carretera sino un camino de arena, te vienen a buscar andando y te vas con el julay hasta el lugar en el que está el coche, que pueden ser trescientos o cuatrocientos metros. Con una mochila de ocho kilos no es un drama pero las dos chinas que también recogió en el complejo de al lado y que llevaban unos trolleys como féretros de niño obeso y unas mochilas desproporcionadas, esas las pasaron putas ya que arrastrar por la arena el féretro cansa y te hace sudar.
Nos recogió la furgoneta y nos llevaron al muelle. Allí es todo como una cadena de procesado. Llevamos unas pegatinas que identifican la compañía que hace ele transporte, así que empleados suyos nos interceptan y nos dan el billete de la guagua. Después nos hacen esperar en una enorme sala de espera, todos en una sección hasta que llegan otros que van con nosotros. Cuando éramos unos veinticinco, vamos al pantalán y subimos al barco. En el muelle hay porteadores y la gente se cree que son empleados de la empresa y cuando al final les piden dinero, siempre hay estúpidos que se rebotan. Yo nunca me separo de mi equipaje y ya procuro viajar ligero.
Después de cruzar desde Boracay hasta la isla de Panay en el barco, estamos en otra terminal de ferrys y nos van señalando un caminito. Tras llegar a la calle, alguien nos dirige hacia una ventanilla en la que nos ponen un número en el papel de la guagua, que en mi caso resultó ser el 2. Aquí nos separamos y unos se iban hacia otra dirección y la mayoría seguíamos hacia el aeropuerto internacional de Kalibo, que está a unos setenta y cinco kilómetros y dos horas de viaje y que es el más cercano con una pista de las dimensiones adecuadas para que aterricen aviones grandes. El viaje lo maté viendo más episodios de la serie que estaba acabando y vinimos entrando en el aeropuerto a las doce de la mañana. Será un aeropuerto internacional pero la terminal es lastimosa. fui al mostrador de facturación, me pesaron la mochila y me dieron la tarjeta de embarque. Mi mochila pesaba siete kilos novecientos gramos. A esas alturas a había pasado el primer control de seguridad. Con la tarjeta, fui a la ventanilla a pagar la tasa por usar la terminal, que en ese aeropuerto es de quinientos pesos filipinos o unos diez leuros. Después pasé un segundo y definitivo control. No saqué los líquidos de la mochila, no tiré mi botella de agua de medio litro y a nadie le importó un carajo. Está claro que por ese aeropuerto, tener una tijera de punta roma de menos de cuatro centímetros es un drama y te la quitan, pero llevar en la mano una garrafa de cinco litros con gasolina para quemar el avión no despierta ninguna suspicacia entre los empleados. Después del control de seguridad de cachondeo, pasé el control de pasaporte y me añadieron un nuevo sello. Tras eso estaba en el zoco, una enorme sala con tías ofreciendo masajes y otra sala de igual tamaño en la planta superior con puestos de venta de comida, una cutre-tienda libre de impuestos y un bar con terraza en el que los fumadores si querían usarla y no eran clientes del bar, tenían que pagar dos leuros cada vez que iban a la misma. Me gasté el dinero que me quedaba en unas cuantas bolsas de mango seco y en un vaso enorme de zumo de mango. Como no hay indicadores nadie sabe muy bien por donde salimos o cuando y en los mensajes que dan por megafonía, la japuta que hablaba no vocalizaba. En un momento dado anuncian algo que suena como que va a comenzar el embarque del vuelo a Kuala Lumpur por la puerta número 1 y tres minutos más tarde que va a comenzar el embarque de un vuelo de AirAsia a algún lugar en china por la puerta número 1. Básicamente, esos eran los dos únicos vuelos que faltaban en la terminal internacional y todos nos pusimos en fila para la misma puerta. La gente le preguntaba a la empleada y ella no respondía. Habiendo dos puertas, alguien con dos dedos de frente reparte los vuelos entre ellas, pero no esta gente. Cuando el caos era máximo, finalmente dijeron que hicieran una fila para Kuala Lumpur a la izquierda y otra para el otro destino a la derecha. En un momento determinado abrieron y unos corríamos en un sentido y otros en el otro, pero sin que a nadie de los que trabajan allí le importara. Lo más fascinante es que todo sale siempre bien. Solo había una escalerilla así que entramos por la puerta delantera. Mi asiento era en la fila 6. El avión no iba completamente lleno. Cerraron la puerta y tuvimos que esperar unos minutos porque solo hay una pista y el otro avión despegaba primero. Después llegó nuestro turno y lo hicimos. El vuelo fue de unas tres horas y cuarenta minutos con ligeras turbulencias que prácticamente no pararon nunca. Yo levaba mi bolsa con bebida y un paquete de pan bizcochado con mantequilla que supongo que es parte del legado español. Al aterrizar en Kuala Lumpur, crucé el Sky bridge mientras un avión pasaba por debajo, pasé el control de pasaportes, me compré un billete de ida y vuelta para el KLIA Express y bajé al andén a esperar el tren. Media hora más tarde estaba en KL Sentral y volví a elegir el Hotel Summer View que no tiene vista alguna de verano y que está cerquita de la estación y es tranquilo y limpio. Dejé las cosas en la habitación y me fui al cine GSC Nu Sentral para ver una peli, que resultó ser un pallufo y en la que acabé por quedarme dormido de lo lenta y aburrida que era.
El relato continúa en Pateando en Kuala Lumpur y el largo regreso a casa con trompicones
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Mirando hacia Riddarholmen desde el ayuntamiento de Estocolmo
La visita guiada al ayuntamiento de Estocolmo merece la pena porque el edificio por dentro es muy interesante. En uno de los salones que dan hacia Riddarholmen hice la foto de hoy, con el pequeño parque que hay entre el ayuntamiento y el agua. También se puede ver el pilar de veinte metros que tiene en su parte superior a Engelbrekt Engelbrektsson, julay que esta gente ve como uno de los que instigaron la nación sueca.
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Diniwid y la playa de Puka
El relato comenzó en El comienzo de otro gran viaje
Por si se me olvida decirlo, quiero que quede clarísimo que para mi y después de haberlos visitado todos salvo Laos, las Filipinas se han convertido en mi país preferido de esta región y posiblemente del universo. No por un pequeño margen sino apabullando al resto. Comparadas con las playas de Boracay, Bali es una puta mierda del copón y lo mismo se puede decir de las playas más famosas de Tailandia, o las del sur de Camboya o cualquiera de las que hay en Vietnam o Malasia, por nombras algunos. las Filipinas lo tienen todo, una comida fabulosa con muchas cosas heredadas de los españoles, una infinidad de islas idílicas y una gente amable y encantadora. Volviendo al tema, esta mañana mientras desayunaba charlaba con la encargada del resort y ya me ha dado las ideas para mi próxima visita al país. Parece que sigo coincidiendo con malayos, indonesios, tailandeses, birmanos, vietnamitas y filipinos, los koreanos son la escoria más grande del universo conocido y de existir un Dios, solo uno, los borraría de la faz del planeta porque su mera existencia nos ofende a todos. Entre esta gente, se ganaron su odio eterno cuando fueron los rastreros que lamieron el culo a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial y se explayaron con su sadismo y crueldad. Con ese punto en común, siempre tengo buenas conversaciones con los locales. Por la mañana me puse el bañador, cogí la cámara, la toballa y una botella de agua y caminé desde la Estación 3 hasta Diniwid, aunque en lugar de ir por la carretera, fui por la playa hasta el final y después seguí un sendero en los acantilados en el que te cruzas con una virgencita enrejada, seguramente la del Cármen, aunque a mí todas me parecen igual Diniwid tiene una pequeña playa y aquí la gente viene a ver las puestas de sol porque es más tranquilo. Me di un baño en la playa, tomé algo de sol como no estaba cansado, seguí andando hasta la playa de Puka, con lo que en total vine a hacer unos siete kilómetros, con algunas subidas y bajadas. La playa de Puka reventó mis expectativas. Es la bomba, IN-CREÍBLE, fabulosa, fantástica, de cuento. Es de algo más de un kilómetro de larga, no hay complejos turísticos en el lugar y solo algunos puestos de venta de recuerdos hechos con las pukas, que son una conchas que hay allí. La playa tiene el agua cristalina, un montón de arena y lo mejor, éramos cuatro gatos, con lo que tuve una zona enorme de la playa para mí solo. Me quedé allí hasta las cuatro y después me gasté dos leuros en recuerdos hechos por los nativos de la playa allí mismo y regresé en triciclo hasta la zona del centro comercial de D’Talipapa, que aquí a cualquier cosa lo llaman centro comercial, ya que son dos callejones llenos de puestos de venta de los mismos recuerdos y que están baratísimos.
Tras regresar al resort, largué la cámara y la mochila y volví a la playa blanca para un último baño hasta cerca de la puesta de sol. Después, hice fotos del evento, me duché y opté por repetir en el restaurante Tilapia ‘N Chips, comiéndome dos filetes de pescado empanados con cerveza que estaban del copón. Después, pasé por el centro comercial de recuerdos nuevamente para comprar un par de cosillas más y me gasté la friolera de un leuro. También me compré en un supermercado un paquete de pan bizcochado con mantequilla que tengo claro que también lo heredaron de los españoles y en una panadería me compré una ensaimada carísima, por diez céntimos de leuro.
Mañana será día de transición a Kuala Lumpur lo pasaré mayormente viajando, ya que el aeropuerto ue tiene una pista lo suficientemente grande para aviones normales está en Kalibo, a unos setenta y cuatro kilómetros de los de aquí, que son como doscientos en Europa.
El relato continúa en Adiós Filipinas