El comienzo de otro gran viaje


No me voy a poner a contar mis miserias en la semana previa al viaje de vacaciones porque entonces no acabaría nunca. Digamos que enlazar dos fines de semana con salidas al extranjero y una semana loca de preparativos y trabajo no es saludable y acabé durmiendo mal o nada y con una bola de nervios permanente en el estómago. De hecho, hasta el miércoles que fui a visitar a mi amigo el Rubio no decidí nada. Ese día descarté ir por el norte de Luzon y centrarme en Palawan (básicamente Nido y Puerto Princesa) y las Visayas (yendo desde Cebu a Kalibo con múltiples paradas. Para cuando salí de Holanda tenía el hotel de Kuala Lumpur, el de Manila y un billete de avión para volar a Puerto Princesa. Nada más. 

Mi último día, el sábado, creo que me dormí sobre las dos de la mañana y me levanté a las seis y media. Preparé el blog para que siguiera funcionando, hice la mochila, una, dos, tres veces, seguí apilando cosas y desechando. Por la mañana trabajé en el jardín, cortando el césped, quitando malas hierbas y plantando calabazas y millo. También charlé un rato con mi vecino y le asigné un par de tareas. Por supuesto, me eché el JIÑOTE y desayuné pannenkoeken, algo que echaré de menos en estas semanas. Me afeité por primera vez en una semana (la falta de tiempo …) y sobre las cuatro de la tarde dejé mi casa con mi mochila de cuarenta litros y nada más. 

Facturé por Internet y así, al llegar al aeropuerto, imprimí de nuevo mis tarjetas de embarque y fui directo al control de seguridad. Pasé sin problemas, ni con la bolsa de plástico de 0,9 litros resellable de cierta compañía de muebles sueca y que llené con todos los líquidos que espero usar ni con las pequeñas tijeras que hay en mi kit de emergencia. Maté el rato chateando con el Rubio y otros amigos y a la hora esperada, embarcamos. Volaba con Lufthansa, compañía famosa por la mala leche de sus pilotos deprimidos. Salimos con cinco minutos de adelante y nos dijeron que el vuelo sería de cuarenta y cinco minutos hasta Frankfurt, con lo que las azafatas tuvieron que correr parar repartir las mitades de emparedado y las bebidas, con todos los alemanes eligiendo botellas de cerveza. La única línea de bandera rastrera y que no te da nada es Liberia, pero en precios son tan caros o más que los otros. En menos que nada llegamos a mi primer destino, tuve que cruzar el aeropuerto para llegar al punto en el que estaba mi segundo avión, un Airbus A340 que me llevaría hasta Kuala Lumpur. No puedo decir por qué pero lo cierto es que ese tipo de avión me da mal rollo y eso que solo me había montado dos veces anteriormente. Hice unos sofisticados cálculos para elegir fila y asiento y acabé en la fila 40, en ventana y sin nadie sentado a mi lado. El avión no iba completamente lleno, aunque sí que bastante lleno. Todos ocupamos nuestros asientos y sobre las diez de la noche cerraron las puertas para salir. Comentar que mi tiempo de escala en Alemania era oficialmente de una hora y al final fue una hora y cuarto El avión salió lentamente y comenzó a buscar el punto de despegue acompañada de otro montón de aparatos que iban hacia Asia. Despegamos, ascendimos y en las primeras dos horas nos dieron unos aperitivos y la cena. Algo que nunca había visto en las aerolíneas que había usado hasta ahora era la variedad de alcohol que tenían. La azafata venía con un carrito con ginebra, ron, whiskys, vinos y demás. Después de cenar, me puse el antifaz, los tapones en los oídos y reo que en total dormí siete horas, aunque de cuando en cuando me desperté. Por la mañana (o por la tarde para nosotros), nos dieron el desayuno y sobre las cuatro y media de la tarde aterrizaba en Kuala Lumpur. Pasé el control de pasaporte en un minuto y sin tener que esperar por el equipaje facturado, salí por patas a la estación de tren que hay en el sótano del aeropuerto. Allí tomé el KLIA Express y media hora más tarde estaba en la capital de Malasia. Elegí un hotel cerca de la estación de tren, ya que la ciudad la tengo muy vista y ya ni voy a la zona del triángulo de oro, que es por donde acaban casi todos los turistas. El año pasado inauguraron justo en esta época un mega-centro comercial pegado a la estación y con eso lo tengo todo. El hotel es el Hotel Summer View, que por supuesto, no tiene vistas ningunas de verano. Después de largar la mochila y ponerme las sandalias Moisés, me acerqué a la zona del centro comercial, controlé el barrio, me compré el billete de tren para la mañana siguiente y al regresar, cené en un hindú. Se me olvidó comprar hojas para mi máquina de afeitar y tuve que regresar. En ese segundo viaje, me crucé con una cabalgata gigantesca de budista, con carrozas y de todo. No sé si era para celebrar algo de ellos o por Nepal. Que yo recuerde, una de las mayores celebraciones de los budistas es en mayo, pero creía uqe era más bien a mediados de mayo. 

Y así fue el día del Gran Salto, desde Utrecht a Kuala Lumpur usando guagua, tren, avión pequeño, avión grande y tren.

El relato continúa en Viajando a Manila


2 respuestas a “El comienzo de otro gran viaje”

  1. Desde luego, no me había dado cuenta hasta ahora, pero hay cantidad de eventos importantes que han ocurrido y ocurren en Mayo, como por ejemplo mi cumpleaños 🙂
    Salud